Tourmalet

Carta abierta a Chris Froome

Al cuatro veces vencedor de la carrera no se le caen los anillos por viajar cada día con un billete en el 'autobús' de la carrera

Froome, Tour

Froome, Tour / LE TOUR

Sergi López-Egea

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Estimado Chris Froome. Esta mañana te he visto quitarte la mascarilla justo en el instante en el que te subías a la bici para salir a entrenar en Andorra junto a tus compañeros del equipo de Israel. A diferencia de otras veces, ¿te acuerdas? en una mañana como la de este lunes, jornada de descanso del Tour, partías con tus gregarios del Sky rodeado por decenas de fotógrafos y cámaras de televisión. Era el único día en el que cambiabas el jersey amarillo, porque era una horterada salir con él si no había competición, por el de tu equipo. Detrás tuyo se formaba un auténtico pelotón de motocicletas con fotógrafos que querían tomar alguna instantánea tuya. Por si fuera poco, los cicloturistas de la zona hacían cola para poder pedalear una horita, o lo que aguantasen, junto a los héroes del Sky.

Este lunes estabas solo, como si fueras uno más; de hecho, como si fueras lo que tú has querido, uno más, uno más de los que corren el Tour, de los que pasan desapercibidos al millar de periodistas acreditados, de los que solo están pendientes de ver dónde van clasificados los familiares y los amigos del pueblo... aquéllos cuyas madres sufren de taquicardia cada vez que hay una caída masiva no sea que su hijo se haya visto envuelto en ella, y ya no digamos si se trata de la abuela.

Se te ve feliz

Porque no se te han caído los anillos y hasta se te ve feliz y contento yendo en lo que se denomina el 'autobús', el pelotón repleto normalmente de velocistas que solo se preocupan de llegar a meta los días de montaña con el control abierto y donde tu compatriota Mark Cavendish es un genio con la calculadora: subir lentamente y bajar lo más rápido posible hacia meta.

Sabes que nunca más, si vuelves a esta carrera, ganarás el Tour, ni conseguirás una plaza de honor, ni volverás a pisar el podio de París, al que has subido cuatro veces como ganador, otra como segunda y la última vez, en 2018, como tercer clasificado. Esto ya es para otros. Hasta difícilmente se te verá en una escapada como hacen otros ilustres veteranos llamados Alejandro Valverde o Vincenzo Nibali, quien por cierto se ha despedido de la ronda francesa para preparar los Juegos de Tokio.

Saludos a la cámara

Pero es un premio, un galardón a la deportividad, tenerte en el Tour, aunque apenas te nombremos, aunque ya ni sea noticia que te hayas quedado cortado. Todavía consigues que la moto de la televisión francesa te haga un plano cuando pasa a tu lado. Y tú saludas, tal como hiciste el domingo en Envalira. En la época que vestías de amarillo no tenías tiempo, ya no solo para saludar a la cámara, sino para mirar el paisaje, todo el día corriendo agachado mirando el ciclocomputador o pendiente de la rueda trasera de tu compañero de equipo para calcular dónde, cómo y cuándo atacarías en la primera etapa de montaña para comenzar a sentenciar el Tour.

Has sido el mejor ciclista en carreras de tres semanas de la década pasada, porque a las cuatro victorias en París, hay que añadir los dos triunfos en la Vuelta y el Giro de 2018. Para las mejores páginas de los libros de historia de ciclismo quedará tu ataque en La Finestre donde lograste vestirte de rosa, en una ofensiva lejana que habría firmado el mismísimo Fausto Coppi.

Un premio añadido

Por eso, cada vez que apareces en televisión, o verte este lunes en una calle de Andorra la Vella saliendo de tu hotel, es como un premio porque muy pocos, quizá solo tú, habrían sido capaces de volver a colocarse un dorsal en la espalda y en la tija del sillín de la bici después del horroroso accidente que sufriste cuando te caíste entrenando la contrarreloj del Critérium del Dauphiné de 2018. Lo que ha venido después es un tiempo añadido de oro, de amarillo, mejor dicho, y de poderte ver, aunque sea entre los 'esforzados de la ruta', los parias del ciclismo, en un Tour de Francia.

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