LOS RESTAURANTES DE PAU ARENÓS

Bar Alegria: juerga, cazuelas y escabeches

Tomàs Abellan se hace cargo de un establecimiento fundado en 1899 con una meditada oferta de vinos y platos tabernarios

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PAU ARENÓS

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Un espacio distintivo merece una cocina peculiar. Y este Bar Alegria, fundado en 1899 y que ha reabierto Tomàs Abellan debería ahondar en la raíz, en el bulbo de la cocina barcelonesa. Lo tiene fácil. En el desaparecido restaurante Bravo, donde Tomàs trabajaba, la investigadora Núria Bàguena asesoró la recuperación del exiguo pero potente recetario local.

Se escriben muchos artículos necrológicos –y esos sentidos tuits de plañideros– cuando cierra un establecimiento empeltado en la historia de Barcelona, pero hay poco interés si alguien arriesga capital por sostenerlo. Es el caso de Tomàs, que se ha hecho cargo tras la retirada de los inversores iniciales: su padre, Carles Abellan, y Max Colombo. A Tomàs se le complica la vida: los mediodía los pasará aquí y las noches, en La Barra, en el Hotel W, que dirige. La capitana en cada servicio será la sumiller Ximena Arce.

Pocos cambios en el Bar Alegria (forma parte del catálogo de establecimientos de interés y, según ese índice, es obra de Francesc Mariné), aunque los baños requieren de alguna restauración.

En 1899, José Cortés lo puso en marcha tras cerrar un bar en el puerto y en 1936 lo heredó su hijo y después la nieta...

«Bar, vermutería, casa de comidas, taberna...», enumera Tomàs para contar qué es. «Damos importancia al vino», sigue, y doy fe porque Ximena descorcha botellas de hip-hip-hurra: destaco el vermut St Petroni y los tintos Històric 2018, de Terroir al Límit, y Tremo 2016, de Luis Alegre. Será «un sitio desenfadado», en palabras del dueño, pero el vino se lo toman en serio.

De entrada, una gilda, buena amiga del vermut; un boquerón marinado (qué elegancia), la ensaladilla rusa campeona de Carles Abellan (cómo me gusta) y dos croquetas, una de 'ceps' y fuagrás y la otra, de jamón (mejor).

Hay un par de mesas con señoras mayores, que supongo del barrio, y que son la saludable garantía de que el pasado sigue presente, y que no hay edad límite (ni pastillero ni muleta) para salir de parranda. «Reivindicamos el bar de toda la vida con un plus», dice Tomàs. En el caso de las señoras, el plus es la vida. Vivida.

Se plantea Tomàs ofrecer el «plato del día» y sería recomendable. Yo voy tirando de la carta: buenísimos 'rovellons' en escabeche con panceta. El escabeche debería ser una de las identidades del Bar Alegria. Esa feliz sacudida en el cogote, ese 'shissss' de gustirrinín.

Más setas (es lo que toca): 'ceps' con yema curada (a los que sobra el perejil, invasivo).

Los 'sepionets' con cebolla caramelizada me llevan a una pregunta. El cefalópodo ha sido salteado y, después, mezclado con la apacibilidad de la liliácea. ¿Eso lo convierte en guiso? Porque este entorno, donde el paso del tiempo ha sido decisivo, favorece la cazuela. ¿Acaso no estamos en 1899? Esperamos alegrías con ollas y escabeches.

El platazo son las albóndigas al 'nero di seppia', mezcolanza oscura como el ojo de Sauron aunque de sabor amigable. Ambas carnes, en su punto. Los alimentos ennegrecidos son misteriosos. No atraen desde la belleza sino desde el sabor.

Me alegra leer en la carta que la tarta de queso es la de La Viña, restaurante donostiarra: estupenda, delicada, esponjosa. Exceso de listos que copian sin desvelar orígenes.

Tres escuelas queseras gobiernan ahora mismo el sector: la de La Viña, la fluida de Zuberoa y el rascacielos neoyorquino.

Digo adiós con un corte de turrón.

Demasiadas veces se prostituyen las palabras bar y bodega y tasca, se apela al espíritu popular, aunque se ofrezca populismo. Que el bar –lo que significa bar– no sea otro sacacuartos.  

'Envenenado' por su padre, Tomàs, de 31 años, entró en el negocio de la hostelería hace una década. Estudió fotografía, fue campeón europeo de atletismo júnior, toca la batería. Su especialidad era la pértiga.

No teme saltar. Ni caer.