LOS RESTAURANTES DE PAU ARENÓS

Sucapa: el arroz es el imán

Los propietarios del restaurante Sucapa, Mireia Palau y Edgar Lafite. FOTO: Joan Puig

Los propietarios del restaurante Sucapa, Mireia Palau y Edgar Lafite. FOTO: Joan Puig

PAU ARENÓS

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Sucapa. Sucarrats Palau. Los apellidos de los dueños del bistronómic: Edgar Lafite Sucarrats y Mireia Palau.

Juegan también con una expresión apetitosa: 'sucar pa'. 'Vaig sucar-hi pa', de un horno de L'Hospitalet, con la butifarra de Calaf, la reducción de 'vi ranci', los 'moixernons' y las dos gambas peladas, plato de excelente factura en el que los crustáceos eran como preposiciones mal colocadas en una frase.

¿Qué quiero decir? Que no le hacían falta al conjunto más que como elemento manierista. Es-una-de-esas-preparaciones-en-las-que-el-chef-piensa-que-necesita-algo. Y no.

El mismo atropello gramatical sucedió con el arroz con calamares, que no está en la carta.

¿Por qué?, pregunté a Edgar. «Porque no siempre tengo cigalitas». No comprendí la respuesta –recordemos: arroz con calamares– hasta que, tras insistir, supe que el cocinero se refería a los dos animalillos con pinzas que coronaban la cúspide de gramínea oscura. Un adorno. La paellita era lo suficiente sabrosa para ahorrar excesos. No, no precisaba gambas ni calamares ni langostinos ni alerones ni cromados.

Arroz. Quiero hablar de ese arroz que justifica el viaje a L'Hospitalet, si es que ir a L'Hospitalet se considera un viaje.

Podría convertirse en el plato-imán de Sucapa, en el gancho de una cocina convincente, meditada, reposada y lúdica.

«Si comienzo el sofrito de cebolla, ajo y tomate un viernes por la tarde, lo acabo el sábado». A eso se llama confitura. Granos sueltos, con la grasa adecuada. Aprendió con Carles Gaig, con el que estuvo cuatro años. El arroz de pichón de Gaig es una curiosidad barcelonesa de aquellos días de palomas y mensajes, un tiempo lento, con alas.

Gaig. Mireia y Edgar se conocieron en su cocina. Amor a gas, amor a 'gaig', amor a la brasa, amor a inducción.

Los dos eran cocineros. Ella arbitra la sala de Sucapa. Las mujeres se siguen sacrificando, también en lo creativo. Es lo habitual: ella, fuera; él, dentro. No toquemos el asunto, que quema a Mireia.

Tuve una comida fenomenal. Las correcciones son periféricas: carta corta (copa de Olvena, un Somontano) y servilletas de papel.

Mediodías de menú (11,90 euros), noches gastronómicas de jueves a sábado y arrocitos y tapitas los domingos a la hora de comer. Creo que lo entendí bien, aunque necesitas ser un tahúr para comprender tanto movimiento de cartas.

«Me interesa tocar un poco de todo, lo mediterráneo y lo oriental, pero sin abusar». Pasó Edgar por el japonés Yashima y de allí desenrolló los fideos yakisoba con verduritas. Ningún reproche, aunque creo que el romesco tiñe más su mañana que la salsa de soja.

El filete de buey irlandés con colmenillas a la crema demostró un buen fondo académico. Y el postre de gintónic, una mirada mesurada a la vanguardia.

Casas de comida, bistronómics o garajes, con cocineros ambiciosos repartidos por Catalunya: he aquí nuestro futuro.