Sucedió el miércoles pasado, a las ocho y pico de la mañana, hora punta, cuando esperaba en el andén de la estación de Gràcia de los Ferrocarrils de la Generalitat (FGC), en la plaza de Ga.la Placídia de Barcelona, al tren de las 8.28 horas. Vi pasar un tren escolar de tres vagones, reservados para niños, que no iba nada abarrotado. Eran unos niños preciosos, con preciosos polos de color granate; niños que parecían ser listos, que hablaban en castellano y disfrutaban jugando con sus cromos o con las últimas novedades de la telefonía móvil; niños ajenos al privilegio que tienen en cuanto a transporte se refiere; ajenos, quizá, a las ideas políticas de sus padres. Mientras, los trabajadores, estudiantes, jubilados y otros niños del andén vimos pasar ese tren escolar. Al cabo de un rato, todos tuvimos que respirar a fondo para entrar en el siguiente tren, que iba abarrotado y llega tarde cada día. Los viajeros se chafaba a presión, se pisaban y se sobaban unos a otros, queriendo o sin querer; olores a humanidad. Privilegios como el del primer tren solo se ven en películas de niños, novelas de niños, niños que dominan la magia, que vuelan sobre su colegio en el castillo. Hay políticos, más bien de derechas, que desde tiempos lejanos, quizá desde la dictadura, conceden privilegios a unos, pero a otros nos robarán el monedero tras pasar por taquilla y subir a un tren abarrotado para ir de pie durante un trayecto de media hora, para ir a ganarnos el pan. Señores de FGC: estamos en la UE, en el siglo XXI. Un poco de sentido común, por favor, y de justicia. ¿No sería más justo que de tres vagones que tienen esos escolares dejaran alguno para los demás? ¿No podrían ir en autobús escolar?
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