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Que no te vendan protección por amor

Martes, 29 de diciembre del 2015 Pablo Fuentes (Valladolid)

Había una vez una sociedad presuntamente feliz y libre. Su sistema económico dictaba una felicidad basada en el materialismo y la apariencia social. A cambio de esta felicidad de fuera, el individuo renunciaba a lo único que le convertía en humano: pensar de forma crítica. Al delegar nuestra responsabilidad vital en otros, esa sociedad se convertía así en un niño caprichoso e irresponsable, un ser inmaduro y egoísta, el germen del fascismo que no piensa y cree que tener derechos sin obligación es lo normal. A pesar de tener una vida de exceso material, ese individuo y sociedad se sentían vacíos, huecos, infelices y frustrados.

El manual de IKEA que la socialización les vendía para ser felices no era más que un escenario de irrealidad carente de autenticidad. Un día, aparece un telepredicador que vende a esa sociedad un mundo de emociones ausente de razón y de equilibrio, pero que llena un hueco vital provocado por una vida superficial en la que no existe ni autocrítica ni pensamiento propio. Plantea que el sistema capitalista no funciona, pero no dice qué propone como alternativa. Fomenta culpables a nuestra frustración, vende derechos a nuestro ego narcisista, plantea soluciones simples a problemas complejos. Pensamiento mágico para una sociedad autista y alienada. Como el Flautista de Hamelin, lleva con una música mágica al conjunto a una destrucción clara hacia el abismo. Destrucción que busca quien tiene por vida la frustración e infelicidad en su mundo interior.

El cuento lo escribes tú, el que lee. La superprotección de años en la familia lleva a buscar a los niños adultos la protección del Estado y sociedad a la que se han vendido. Qué gran error creer que quien protege quiere, solo destruye, que triste no pensar. 

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