Si partimos de la base de que la violencia no se cura con más violencia, y además casi siempre es venganza y no justicia, podemos reflexionar y hasta razonar. ¿Qué hacemos con un ser humano que mata a otro en un episodio de violencia de género? Evitar la muerte es imposible, mientras haya un descerebrado con instinto de posesión del otro. Las normas de la justicia obligan a respetar los derechos humanos del maltratador aunque este sea un asesino. Pero, ¿y las víctimas? Solo queda proteger a los débiles de esta historia interviniendo de inmediato, apartando de la sociedad a los maltratadores. Nada de órdenes de alejamiento, que maldito el caso que les hacen. A la menor señal de violencia, comprobación inmediata e internamiento. Es una verdadera pena no poder aplicar cualquiera de los múltiples castigos que se me ocurren en este momento. No se pueden aplicar, seguramente por crueles y por aquello de respetar los derechos humanos. O sea, que como sucede desde que el mundo es mundo, continuaremos sufriendo esta lacra que azota a nuestra sociedad. Queda, eso sí, la esperanza de que ni uno solo de estos desalmados logre escapar a esa justicia que tanto respeta los derechos de todos.
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