Los ciudadanos no tenemos las ideas claras y esa es una parte fundamental del problema. El principio de autoridad en las democracias descansa en dos pilares: el apoyo popular (las urnas) y la competencia de los elegidos. Sin embargo, los ciudadanos llevamos mucho tiempo cerrando los ojos en relación a la competencia profesional de los políticos. Quizá porque hemos pensado que en muchos ámbitos de la sociedad, no solo de la política, ser un buen profesional no es tan importante, que el mérito cuenta poco, que la formación no tiene tanta relevancia, que vale más ser `guay¿. Con estas premisas hemos creado una casta política incompetente cuando no directamente delictiva. Pero no tenemos que olvidar que esa casta no nos ha caído del cielo, sino que es producto de una sociedad como la nuestra, que yo diría que es básicamente frívola; recordad, por ejemplo, que no hace mucho tiempo un presidente del Gobierno sostenía que nuestra economía había sobrepasado a la italiana y que estaba a punto de alcanzar a Francia¿ cuando somos un país que no produce casi nada que se pueda exportar. Tenemos lo que nos merecemos; solo un cambio cultural profundo (de los que necesitan dos o tres genera- ciones) nos permitirá salir adelante. Mientras, a esperar y a hacer penitencia.
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