Hay ciudadanos que no salen de su asombro al contemplar que nada ha cambiado pese a la crisis. Seguimos descubriendo escándalos de comisiones que, como poco, suponen seis meses del salario medio español; que determinados políticos se reúnen con ellos mismos y además cobran dietas, como también los que viven en la misma ciudad donde trabajan y en la que tienen varias casas en propiedad, porque algunos partidos políticos tienen tanto dinero (nuestro) que pueden hacer préstamos sin intereses. No consuela la alternativa, que propone descentralizar la justicia para multiplicar por 17 este disparate de competencias y gastos superfluos. Es triste que sigamos presumiendo de tener más kilómetros de AVE que nadie, y ver al heredero leer sus discursos como su padre y soltar palabras banales mientras la educación y la sanidad están siendo desmanteladas y muchos de nuestros hijos están malnutridos. Todo esto resulta profundamente bochornoso, pero es comprensible que siga ocurriendo. Porque todos y cada uno de los inútiles y ladrones que nos gobiernan, cuyo sueldo de un año supone el precio de la casa que muchos españoles tardarán décadas en pagar, se siguen aprovechando del poder. Saben que no tendrán que responder penal ni económicamente por nada. Ni por un aeropuerto sin aviones, ni por una ruina de autopistas, ni por el saqueo de las cajas. El problemas es que no vayan a la cárcel por su mala gestión y que, lejos de eso, algunos reciban homenajes o sean premiados con algún ministerio.
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