Todos tenemos a alguien a nuestro alrededor que siempre llega tarde. Yo soy esa persona en mi círculo. Cierto es que si otros pueden ser puntuales, yo también podría. Pero a veces pienso que esa es la última muestra de que sigo siendo un ser humano. De que aún tengo alma. Hemos perdido nuestras características diferenciales y cada vez nos parecemos más a los robots, porque cada día somos más autómatas, y a los animales, porque cada día somos menos racionales. Ser puntual es un automatismo, es no ser. Llegar tarde me hace ver que hay más cosas en mi vida que ceñirme a lo preestablecido. Me hace sentir humana en el sentido amplio de la palabra. Con alma. Me hace ver un atisbo de libertad en mi vida. Esta es la excusa más grande jamás contada por alguien que siempre llega tarde. O no.
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