Oímos a los dirigentes de los países del primer mundo decir que "el terrorismo es un problema internacional, de todos". Mientras, Camerún (país 152 en el índice de desarrollo humano), Nigeria (184) y El Chad (187) se enfrentan a Boko Haram que con un fanatismo extremo sigue esparciendo el terror en la región. Estos países tienen que hacer frente a estos fanáticos asesinos a través de los impuestos indirectos, lo que castiga más las condiciones de vida de sus habitantes de forma que el agua embotellada, el tabaco, la gasolina y el pan sufren aumentos de sus precios para que los gobiernos puedan hacer frente a los gastos de mantener tropas en las fronteras e intentar frenar las incursiones de Boko Haram en su territorio. La comunidad internacional se protege para que en el primer mundo no haya atentados, pero no actúa en origen; si no atacan sus intereses, esas zonas quedan muy lejos. Basta recordar cómo en España nos protegemos de la entrada de subsaharianos poniendo grandes vallas para impedir su entrada. Una de las mejores fuentes para sumar adeptos a estos grupos fanáticos es la miseria y el hambre. Los países pobres seguirán siendo su cantera (en la zona el sueldo medio son dos euros al día). Si no se actúa pronto veremos un éxodo. ¿Qué haremos? ¿Muros más altos? Al fanatismo se le combate con el fin de la miseria y el hambre. Con políticas represivas, se tratan los síntomas pero no la causa del problema.
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