Según el diccionario que acabo de consultar, indecente es "No decente. Asqueroso. Que ofende al pudor". Creo, por tanto, que el Pedro Miret al calificar el proceso independentista, en la carta publicada el 14 de diciembre, o no sabe lo que escribe o, por el contrario, carece del mínimo talante democrático al juzgar y calificar ideas que no se adaptan a sus creencias.
Indecente es que haya en España miles de niños que pasan hambre. Indecente es que existan infinidad de trabajos precarios, con unos sueldos tan bajos que no permiten a quienes los realizan ni cubrir las necesidades que requiere el vivir dignamente. Indecente es tener que rescatar bancos cuyos directivos, responsables de la bancarrota, se hayan embolsado primas de jubilación multimillonarias.
Indecente es que un gobierno, como el último que hemos padecido en España, no cumpla ni una sola de sus promesas electorales. Indecente es tener infinidad de casos de corrupción (incluyendo obviamente los que afectan a Catalunya) y ver que la mayoría de los delincuentes involucrados se pasean libremente sin tener que pagar sus fechorías. Indecente es que la sacrosanta e intocable, para según qué fines, Constitución pueda ser cambiada en unas horas si ello conviene a los dos partidos hasta ahora dominantes. Indecente es tener como ministro del Ejército a una persona con amplios intereses en la industria armamentista. Indecente es que, a pesar de la experiencia del 11M, el presidente del Gobierno trate de engañarnos de nuevo al explicar el atentado de la pasada semana en Kabul. Podríamos llenar páginas y páginas describiendo otros hechos indecentes.
Miret define el Estatut como un problema y, efectivamente, lo fue aunque quizás por motivos distintos a los que él piensa. Aprobado por los ciudadanos de Catalunya y por los parlamentos, catalán y español, fue "cepillado" (Alfonso Guerra dixit) por el Tribunal Constitucional para satisfacción de la caverna reaccionaria. Patética la imagen de Rajoy recogiendo firmas en la calle. "Aquellos polvos trajeron estos lodos" ya que estas actuaciones consiguieron triplicar el número de independentistas. Sería muy fácil el convocar un referéndum cuyo resultado la mayoría, salvo algún caso de ignorancia o mala fe, aceptaría sin insultar ni descalificar a los que opinan de forma diferente.
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