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SANIDAD

Hipersensibilidad química y electromagnética: una enfermedad que excluye

Viernes, 29 de agosto del 2014 Antonia Mesa (Tarragona)

Me dirijo a este diario en un peregrinaje absurdo para no rendirme y demostrarme que aunque no le importe al mundo, me sigo importando. Tengo 60 años y sufro hipersensibilidad química y electromagnética. Las molestias son infinitas y permanentes. No puedo usar colonias, ni teñirme el pelo, ni pintarme; no puedo llevar ropa que no sea de algodón; no acepto una dieta equilibrada, lo que repercute en carencias nutritivas que me debilitan. Los vecinos con sistemas wi-fi no quieren renunciar a sus comodidades. No puedo visitar a mis amistades ni pueden visitarme porque cualquier olor me provoca una mala reacción. No resisto ir de compras, ni sentarme en una terraza a tomar un café. No puedo abrazar a mi nieta, se reduce mi círculo familiar y mi conexión con los demás. Cuando sufro una de mis continuas crisis no puedo recurrir a un hospital porque su tecnología me perjudica. Poco a poco me estoy quedando sola y excluida. Muchas personas padecemos este problema, ante la incomprensión del mundo científico --que está dividido--, de la administración y de la sanidad. Somos pasto del mercantilismo de muchas empresas con pocos escrúpulos que nos venden soluciones a precio de oro y sin resultados. Mi situación económica es muy precaria, apenas cobro 600 euros de pensión. Mi desespero es tal que hay días que no quiero vivir. Mi formación cultural también es limitada y no estoy en condiciones de discutir aspectos técnicos y científicos con nadie, pero mi sentido común me dice que tiene que haber en algún lugar zonas blancas, limpias de contaminación electromagnética, adonde yo me pueda ir aunque sea con una tienda de campaña. Pero ¿dónde? ¿Cuándo? ¿Quién me puede ayudar?



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