Siguen las dudas y las contradicciones entre los miembros de la Unión Europea para acoger a los cientos de miles de refugiados que huyen de la guerra o del hambre, o de ambas cosas. Pasa el tiempo, y a sus penosas condiciones de vida se unen la lluvia, el barro y el frío, esperando el deseado momento de llegar a tierra segura. En tanto que la imagen del niño sirio Aylan muerto en aquella playa despertó conciencias de golpe, sería lamentable que para dar una solución a estas personas hubiera que esperar a que, Dios no lo quiera, tuviéramos que ver delante del televisor la imagen de otro niño muerto de frío. Aunque creo que el problema solamente se resolverá cuando se arregle la situación de los refugiados en sus países de origen, no es menos cierto que toca a las autoridades europeas desprenderse de egoísmos y acoger con urgencia a aquellos que llaman desesperadamente a sus fronteras.
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