En Sants
Otra persiana que se baja en Barcelona: adiós a la pastelería Kessler-Galimany tras 74 años
El icónico establecimiento de barrio cerrará el próximo 3 de abril pero la familia mantendrá la cafetería anexa
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Patricia Castán
Periodista
Periodista en El Periódico de Catalunya desde 1996. Ha ejercido de redactora y jefa de sección en Gran Barcelona. Especializada en los ámbitos de economía local, comercio, turismo, vivienda, ocio, gastronomía y tendencias urbanas.
Sus tartas se hicieron célebres en Sants, como sus cruasanes o sus chuchos. Unos sabores que quedaran en el recuerdo de varias generaciones del barrio. Porque Kessler-Galimany, una de sus pastelerías más antiguas y emblemáticas, cierra sus puertas después de 74 años formando parte de la historia más dulce de Barcelona. Como muchos otros comercios de proximidad que están bajando la persiana en la capital catalana, no ha logrado sobrevivir a los precios del alquiler del local, ni recuperarse del golpe económico que supuso la pandemia, lo que ha complicado consolidar un intento de relevo generacional.
Durante las últimas décadas la pastelería había sido regentada por Joan Galimany, de 68 años, segunda generación de la pastelería Kessler-Galimany, y quien confiesa haber llegado al mundo "en un saco de harina". Con tesón y desde abajo fue aprendiendo de sus padres, Teresa Kessler y Josep Galimany, todos los secretos del oficio, al que dedicó su vida profesional hasta jubilarse hace dos años y dar el testigo a su hijo Carles y equipo. Aunque Joan no pudiera dejar de ir visita, ni olvidar aquel aroma que encandilaba al comprador.
Un pasado arraigado
El establecimiento se fundó en 1950 y en seguida tuvo éxito. Fue un obrador de referencia para varias generaciones de vecinos de Sants y su fama permitió a sus instigadores abrir otros negocios. "En aquellos tiempos haciéndolo bien se podía prosperar, ahora un negocio así puede dar para vivir pero es todo mucho más complicado", explica Joan a este diario, con tristeza. Alude al peso de los créditos ICO durante el covid, a impuestos, a las deudas, a la inflación y los costes de la materia prima y suministros.
Estos días ha regresado a la trinchera para despedir el negocio. Y ya sin nada que perder se queja de la "falta de apoyo" al pequeño comercio autóctono que da vida a los barrios y sufre muchas dificultades, mientras "se favorece" a grandes operadores e inversores foráneos, opina. Como vicepresidente de Sants Establiments Units ha vivido de cerca y con impotencia "muchos cierres en el entorno", que han restado identidad al barrio.
Además del lastre de la pandemia, el peso del alquiler ha sido inasumible en esta última etapa, añade. Sus padres disfrutaron de un contrato indefinido, pero él ha tenido una renta actualizada. Llegado ese insalvable bache económico --que les obliga a dejar el negocio antes de acabar el contrato y le ha impedido un traspaso, así como vender el equipamiento de la pastelería--, cree que la mejor opción es "bajar para siempre la persiana".
Galimany, tras 37 años al frente del negocio familiar, no puede decantarse por una especialidad concreta de su conocido arsenal dulce. "Cuando te gusta tanto tu oficio, cada pieza es como un hijo", evalúa. Y eso que la suya era una misión "sacrificada", casi sin treguas ni festivos que celebrar. Precisamente, su adiós llega justo tras la vorágine de la Mona. Advierte que harán un esfuerzo para despachar las de brioix y 'pa de pessic', pero que no tendrán el repertorio de chocolate de otros años. No tienen manos ni fuerzas en esta recta final
La cafetería de la calle de Cros continuará
El miércoles 3 de abril de 2024 será el último día en que la pastelería Kessler-Galimany estará abierta. Estos últimos días, la familia aprovechará para dar las gracias a la clientela que han tenido a lo largo de estos años. Por suerte, el negocio mantendrá uno de sus tentáculos. Se trata de la cafetería del mismo nombre que abrieron hace 20 años a la vuelta de la esquina, en la calle de Cros, y que lidera su hija Judith tras haberse criado al calor de su mostrador. Allí seguirá animando desayunos, meriendas y cafés del vecindario y las escuelas cercanas. Y sin renunciar a la bollería, que ella misma elabora.
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