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El propietario de Billares Ars, Gabriel Carral, posa en su local junto al mural que el cotizado artista neoyorquino Keith Haring pintó en 1989 en la entonces cabina del dj del Ars Studio.

El propietario de Billares Ars, Gabriel Carral, posa en su local junto al mural que el cotizado artista neoyorquino Keith Haring pintó en 1989 en la entonces cabina del dj del Ars Studio. / Quique García

David García Mateu

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El billarista Gabriel Carral no solamente reconvirtió el frío sótano de la antigua discoteca ARS Studio en un club de peregrinación para los amantes del pool. También es el responsable de que Barcelona cuente hoy en día con Acid, el único mural original de Keith Haring en la ciudad. “Contraté un pintor y me sugirió pintar también el mural, pero le terminé diciendo que no”, recuerda el impulsor del Club Billares ARS.

Precisamente aquel día de 1995 fue el principio de una relación a la que solo la Generalitat fue capaz de poner fin en 2021. Un divorcio por imperativo legal que aún escuece a Carral. “He conservado el mural durante 27 años; fui la única persona que le ha dado importancia y, en lugar de beneficiarme, ha acabado por perjudicarme”, sintetiza el billarista. El destino de la obra será finalmente el comedor de una residencia de ancianos.

Tal como argumenta, el hecho de que el Ayuntamiento alertara a la Generalitat de la presencia del niño flor en un sótano sobre el que se iba a levantar un geriátrico, le sisó la obra de sus manos. “La Generalitat se metió de por medio y en tres meses me tuve que ir del local, tal vez creían que lo iba a deteriorar cuando en realidad lo cuidé; ahora el edificio lleva cerrado dos años durante los que yo podría haber seguido trabajando”, critica.

Keith Haring pintando el mural 'Acid' en la discoteca Ars en 1989

Keith Haring pintando el mural 'Acid' en la discoteca Ars en 1989 / EFE/Cesar De Melero

"Me había cedido el mural"

“Cuando el promotor del geriátrico, el doctor Rafael Benages, compró el edificio, le expliqué que en el sótano había un mural de Keith Haring y llegamos a un acuerdo por escrito que me lo cedía, a pesar de estar en una pared del bloque”, recuerda Carral. En este sentido, recuerda que en los años 90 se acercaron hasta su billar personas interesadas en comprarle la pintura mediante la extracción del muro. Una oferta que terminaría por rechazar: el millón de pesetas que le ofrecieron no le compensaba el cierre del local para llevar a cabo las obras y la pérdida de un dibujo que ya había adoptado como logotipo de su negocio.

“El Keith Haring era mío”, defiende. A pesar de ello, asegura que tampoco ha querido llevar el asunto a instancias judiciales: “Al final el doctor Benages se portó muy bien conmigo, me perdonó el alquiler del local durante la pandemia y ahora no he querido que se complicara el asunto, yo ya me siento recompensado”, resume. Una contrapartida que, de todas maneras, tampoco ha terminado de sacarle de la cabeza el dinero que podría haberle aportado el Haring.

Y cayó la bola negra

“Cuando el mural se hizo más reconocido al saltar a la prensa porque iban a demoler el edificio, recibí una oferta de 100.000 euros por parte de los responsables de una galería de arte de Barcelona”, recuerda. No obstante, la suculenta cantidad no tardaría en evaporarse con la llegada de una carta de la Generalitat. Desde ese día los técnicos relegaron a Carral en la misión de proteger y conservar la obra. Una custodia que un año después quedaría amparada por una declaración como Bien Cultural de Interés Nacional.

Exterior del clausurado Club Billares Arts, que será una residencia geriátrica

Exterior del clausurado Club Billares Arts, que será una residencia geriátrica / Ana Puit

“Yo sabía que con el mural no me iba a hacer millonario, pero me hubiese ayudado a empezar una nueva sala de billar en otro sitio”, confiesa. A pesar de contar con una entrada menos sustanciosa, Carral no perdió la fe y estuvo “más de un año buscando un local en Barcelona, pero fue imposible”. “Como los edificios son muy altos, los locales tienen muchas columnas y es muy difícil encajar siete o diez mesas de billar”, especifica.

Nueva vida como panadero

Tras el ‘no’ arquitectónico y económico a su proyecto de billar en la capital, Gabriel Carral tanteó otras ciudades del área metropolitana. Sin embargo, las ventanillas de la administración no le ayudaron: “Tuve varios locales idóneos que se me escaparon por culpa de la burocracia; pregunté en varios ayuntamientos si me concederían las licencias, pero no obtuve respuesta hasta tres o seis meses después”. Evidentemente, los locales ya se habían alquilado.

“Ahora he decidido coger una panadería en Castellbisbal para poder vivir, porque los ahorros a uno al final se le terminan”, se sincera. “Trabajo 14 horas de lunes a lunes y, como apenas tengo tiempo, juego muy poco al billar”, añade. Un hándicap que, de todas maneras, no le quita la ilusión de resucitar algún día el Club Billares ARS, aunque esta vez ya sin el niño flor tras la barra: “Al final, por mis venas corre el billar; me he dedicado siempre a esto, es mi vida”.