Cervezas a 15 euros

La Rambla más indómita insiste en imponer las bebidas XXL a precio de oro

Un sector de los operadores solo sirven dosis cercanas al litro tanto en cervezas como en sangrías y combinados

Denuncia masiva a terrazas de la Rambla por tener hasta tres veces más mesas de las permitidas

Adiós definitivo a las terrazas 'tácticas' con más de 600 nuevas plataformas en Barcelona

Un grupo cena en una terraza de la Rambla, donde consumen grandes jarras de cerveza.

Un grupo cena en una terraza de la Rambla, donde consumen grandes jarras de cerveza. / Jordi Otix

Patricia Castán

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A Peter, Debbie, Rich y Anne les cuesta hacer el brindis sin desparramar lo que más parece una pecera que una bebida. Celebran su reciente llegada a Barcelona, procedentes de una ciudad cercana a Boston, y se están zumbando en una terraza de la Rambla lo que creen que es costumbre local: casi un litro por barba de cerveza o sangría, que seguramente les hará levantarse algo ebrios de la mesa.

Lo que podría considerarse la Rambla más indómita aglutina a una parte de los operadores entregados al "canibalismo" de mercado y que siguen imponiendo las consumiciones XXL. Una imagen que afecta a todo el eje turístico. Algunos empresarios locales se han cansado de tratar de nadar contracorriente y se han sometido también a ese formato para ser competitivos.

"Es lo que bebe todo el mundo ¿no?", interrogan los turistas, ignorando que ningún barcelonés forma parte de ese ritual. En esa terraza pagarán 12,5 euros por consumición. Este diario intenta sin éxito tomar una caña en el tramo bajo de la Rambla: "Solo tenemos un tamaño", insisten los camareros, ofreciendo una jarra o un "perolo" que oscila entre el litro y los tres cuartos de litro según sus vasos, al igual que sucede con otras bebidas, y hasta con refrescos XXL de máquina que ponen a prueba a paladares infantiles.

Dosis XXL de sangría y de cerveza en una terraza de la Rambla.

Dosis XXL de sangría y de cerveza en una terraza de la Rambla. / P. C.

En la parte alta del vial aún es posible tomarse una cerveza en formatos estandar, o elegir medida. Pero a medida que se avanza y llegan las grandes terrazas con vistosos carteles anunciando cócteles para estómagos sin fondo, la fórmula pasa a ser de dosis descomunales que garantizan un precio lo suficientemente alto como para tener beneficios sin siquiera tener que servir platos.

Este diario localiza jarras de litro o tres cuartos por 8,5; 10,8; 12,5; 14 y 15 euros --e incluso a 20, como advierte un camarero verbalmente sobre su mayor tamaño--, manteniendo la estrategia de precios elevados sobre todo en las bebidas que se impusieron ya hace años. Curiosamente en algún establecimiento ofrecen una pequeña rebaja del precio "por ser de aquí", pero se mantienen inflexibles en el tamaño.

Hace ya años que las superjarras y copas se fueron abriendo paso en las terrazas de la Rambla, y lejos de dar marcha atrás se han ido contagiando a nuevos operadores. Los turistas, que se hacen fotos con semejantes tragos para mostrarlos en las redes sociales, lo ven como parte de la inmersión ramblera. El precio a muchos no les parece disparatado, si vienen de países nórdicos o grandes urbes de EEUU, donde por un botellín en un bar pueden pagar 8 o 10 euros. Otra cosa es el efecto repelente que ejerce sobre una potencial clientela barcelonesa, incapaz de distinguir entre la oferta.

El presidente de Amics de la Rambla, Fermín Villar, insiste en que sus asociados ofrecen en general distintos tipos de tamaño, acorde a la petición del consumidor. "Lo más solicitado es el medio litro, según nos explican", detalla. Pero asume que el paulatino desembarco de algunos empresarios foráneos ha impuesto una oferta fuera de control. Y que el libre mercado no puede coartarla. "Triunfa el canibalismo", admite, aludiendo tanto al espacio público y a las terrazas infractoras que se exceden en la ocupación del espacio público --como avanzó este diario hace unos días--, como a los formatos de consumiciones gigantes para asegurar una factura elevada y rentable.

Costes y negocio

Las terrazas se han convertido en tal gallina de los huevos de oro que los disparados alquileres de los locales se basan más en sus licencias de ocupación de la vía pública que en sus metros cuadrados interiores. Y los precios de arrendamiento son tan altos que empujan a los excesos en los tíquets. En el tramo medio y bajo se pueden pagar 3,5 euros por un café, que algunos justifican porque el cliente --salvo en horas de comida y cena, cuando a veces no se permite solo tomar algo-- tal vez pase un largo rato instalado sin consumir nada más. "La Rambla es un espectáculo y hay quien considera que la entrada se paga con la cerveza", resume Villar.

Una jarra de cerveza a 8,5 euros en la Rambla.

Una jarra de cerveza a 8,5 euros en la Rambla. / Jordi Otix

Una de las empresarias con más solera en la zona, Anna Matamala, del Moka, está cansada de que solo se hable de los que lo "hacen mal", sea invadiendo el espacio público con mesas no autorizadas o con una oferta de pésima calidad, o con apologías al consumo de alcohol a destajo. "Esto nos acaba haciendo daño a todos y expulsando a ese público barcelonés al que algunos queremos llegar", señala. En su caso, dispone de jarras de litro "no visibles" por si eventualmente algún cliente --suele ser algún joven y en días de fútbol-- las exige. Pero ella misma recomienda entonces dosis menores, "para que no se les calienten" con las temperaturas estivales. Algunos insisten porque "les hace gracia".

Unos turistas toman unas consumiciones de gran tamaño en la Rambla.

Unos turistas toman unas consumiciones de gran tamaño en la Rambla. / Jordi Otix

La hostelera, tras 37 años trabajando en primera línea, sabe que la demanda acaba imponiéndose sobre la oferta. Muchos esfuerzos por despachar cocina catalana o calidad se ven derrotados por la tenacidad del viajero --y el extranjero asentado en Barcelona-- que insiste en pedir paellas, pizzas, pasta y hamburguesas, forzando la omnipresencia de estos platos sin fronteras, que en su caso intentan despachar con la máxima calidad, afirma. También sus cafés superan por poco los dos euros, pese a que en este producto en sí mismo no cubriría los costes de alquiler y personal que hay detrás, enfatiza.

Comer tampoco es barato en muchas de las terrazas dirigidas al turismo, pero proporcionalmente resulta mucho más asumible que las bebidas. Otra cosa es la calidad, con profusión de platos combinados y paellas para el olvido. Los viajeros con más aspiraciones suelen dirigirse a un par de establecimientos históricos del eje, o alguno de sus calles transversales. Pero el de chancleta está más pendiente de ramblear que de lo que se lleve a la boca.

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