Arte urbano
El Carmel pasa del tiburón capitalista a la metáfora del pez grande que se come al pequeño
El nuevo grafiti debería ser el alma del Carmel tras un proceso participativo en el que los vecinos se han descrito y radiografiado a sí mismos
La lucha vecinal constante, la solidaridad y la oportunidad de abrazar a la nueva inmigración son algunos de los rasgos de este barrio de Horta-Guinardó
El barrio vive con expectativa la producción de la nueva obra de Blu en el muro que se convirtió en símbolo de este empinado vecindario
Carlos Márquez Daniel
Periodista
Periodista especializado en Barcelona. En 'El Periódico' desde principios de siglo. Los últimos 15 años, dedicados a la información local: movilidad, urbanismo, infraestructuras, política municipal, barrios, área metropolitana y medio ambiente. Colaborador habitual en los programas de televisión 'Planta Baixa' (TV3) y 'Bàsics' (Betevé).
Sentada en la terraza del bar Delicias, y puesto que son más de las 12 del mediodía, Montse Montero se anima con un vermut blanco que llega a la mesa cargado de aceitunas. A menos de 100 metros, el artista urbano Blu vuelve a pintar el muro que ya grafiteó en febrero de 2009 y que fue eliminado en mayo de 2021 por tareas de mantenimiento del desnivel. Era el tiburón capitalista del Carmel, seguro que se acuerdan de él. Todavía falta para que termine la obra, pero se intuye que mantendrá la simbología. Si entonces era un escualo ultraliberal, ahora parece que es una cadena de peces grandes que se van comiendo sucesivamente al más pequeño. El mural está a medias, así que, aunque la lógica de la metáfora hable de abusos de poder o de selección natural, habrá que esperar a que el creador italiano termine para conocer el sentido último de sus pinceladas. Quién sabe si el más chico es, precisamente, el consumismo exacerbado, y los tiburones de mayor tamaño, el barrio y los vecinos. Lo que se espera, en cualquier caso, es que sea una representación de los símbolos del vecindario. ¿Cuáles son? Vamos con ello.
El distrito de Horta-Guinardó, en connivencia con el plan de barrios municipal, puso en marcha un proceso participativo precisamente destinado a recoger el alma del Carmel, tanto física como inmaterial. A través de distintas dinámicas, que fueron rotando por todo el vecindario, los residentes señalaban lugares, hitos, recuerdos, luchas. Luego, todo ese material, condensado, se trasladó a Blu para que lo metiera en la coctelera de su cabeza. Y ¡alehop!, ahí está el mural que perpetra de manera celosa, anónima, alejada de los focos (se queja cuando ve a la fotógrafa de El Periódico) y al que le quedan no menos de tres semanas de trabajo (empezó el 28 de noviembre).
"Feminista e intercultural"
Montse Montero es la presidenta de la asociación de vecinos del Carmel, a la que llegó casi de rebote (una de sus hijas la lió). Está un poco quejosa porque en la ladera más al sur del muro va el mural de su entidad, que ya estaba ahí mucho antes de que Blu tomara parte en esa 'performance' del Festival Influencers 2009. "Me da a mí que el pez pequeño se está comiendo nuestro trozo", sospecha. Tienen previsto un dibujo "feminista e intercultural, a poder ser, obra de una mujer". El de antes era un paisaje general del Carmel con una niña de espaldas que se pinceló para el 25º aniversario de la asociación ("1969-1994", podía leerse).
Los valores del Carmel, indica Montse, son distintos a los de hace casi 14 años, cuando se pintó el primer tiburón. "Seguramente, porque ahora uno de los principales desafíos es la integración de la nueva inmigración que antes mucho menor". Si a partir de los 60 vinieron del resto de España, ahora llegan, sobre todo, de Latinoamérica. "Hay poca relación y apenas participan en las cosas del barrio". Por eso en la última fiesta mayor, la asociación organizó una fiesta latina que fue, emula esta vecina, "un éxito para todos".
El muro de Blu es probable que también atienda a otro símbolo incipiente del barrio: el turismo asociado a las baterías antiaéreas, uno de los mejores miradores de toda Barcelona, si no el mejor, con permiso de los balcones de la carretera de las Aigües. Basta una hora de terraza en el Delicias para darse cuenta de que esto está lleno de forasteros en busca de panorámicas.
Caminos que coinciden
Iñaki Andrés es miembro de la asociación Carmel a la vista, dedicada a la promoción del arte y la cultura en el barrio y una de las muchas que participaron en el proceso participativo 'El Carmel mossega'. La iniciativa, sostiene, fue interesante porque permitió ver "cómo latía la gente" y descubrir "cómo la vida de muchos vecinos confluía en una misma historia". Se repetía la vivencia de la gente llegada en la segunda mitad del siglo XX, la de unas calles convertidas "en un lugar de inmigración y acogida; pero también de lucha".
"Uno de los principales desafíos del barrio -y a la vez símbolo- es la integración de la nueva inmigración"
Batallas como -enumera Iñaki- la del ambulatorio, el casal de ancianos, la escuela de adultos, el campo de fútbol o el colegio Tramuntana (hoy convertido en el IES Ferran Tallada). Pero también la llegada del metro en 2010, cuyas obras pusieron una vez más al barrio contra las cuerdas con aquel tremendo socavón que obligó a desalojar a 1.200 personas y dejó abierto un agujero de 30 metros de diámetro y 35 de profundidad. Por desgracia, muchos barceloneses conocieron entonces el Carmel, ese barrio del que, a lo sumo, sabían que era el más alpino de la ciudad, con permiso de Vallvidrera-Tibidabo-Les Planes.
Coinciden ambos en que el Carmel atraviesa hoy por un momento similar de acogida, pero con migrantes distintos a los de entonces, con los que, admiten, no existe la conexión que quizás sería de recibo. "Hay mucha sensibilidad de boquilla", dice él. "Hay un poco de racismo soterrado", apunta ella. La comunión de este crisol de civilizaciones (perdón por el tópico) es seguramente uno de los principales retos por los que atraviesa este y muchos otros vecindarios de una Barcelona en la que el 22% de los empadronados no tienen nacionalidad española.
Las cosas materiales
La orografía imposible es otra de las denominaciones de origen del Carmel expresada por los vecinos. La reclamación de más espacio público es, de hecho, una de las luchas contemporáneas de este denso enclave de Horta-Guinardó en el que viven 32.119 personas para menos de 1km2 de superficie (dobla la media de la ciudad). Si hay que buscar símbolos, seguramente el mercado (señala Iñaki) o la calle de Llobregós (suma Montse) sean los lugares más emblemáticos. Curioso que ninguno de los dos haga referencia a la plaza de Pastrana, que fue una riera hasta los años 70. "Sí, es la plaza del barrio, pero...". Ni uno ni otro se atreve a elegirla como una lugar muy querido, aunque, coinciden, ha mejorado mucho en los últimos años. Les levanta más pasión, por ejemplo, hablar de las escaleras mecánicas; de las que ya hay (pero ojo que se estropean a menudo, lamentan) y de las que todavía son necesarias en algunas pendientes.
Tantas subidas y bajadas son la mejor representación de la montaña rusa de luchas vecinales que han pasado por estas calles. Al margen de las ya citadas cabría añadir el alumbrado, el alcantarillado, la apertura del túnel de la Rovira, la consecución del centro cívico, el espacio juvenil Boca Nord o la apertura de la biblioteca Juan Marsé, inaugurada en 2003. Todas esas batallas se plasmaban en el muro de la calle del Santuari, en la falda de la vieja iglesia que tiene su origen en 1864 pero que queda tapada por una parroquia asida, de planta triangular, con una arquitectura de los años 80 de esas que no dejan indiferente a nadie...
Con todo, si Blu ha captado el mensaje, y si su intención es la de representar la simbología que los propios residentes han compartido durante meses, parece que el tiburón capitalista va camino de ser engullido por un volquete de vecinos en constante pie de guerra. En unas semanas, salimos de dudas.
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