Barcelona

Adiós a Sant Andreu Comtal, una estación de 168 años con sabor británico

El edificio se alza sobre una parte del antiguo huerto del rector, regado por las aguas del milenario Rec

David Garcia Mateu

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Tal vez Sant Andreu Comtal no ostente el mérito de ser la estación que vio llegar el ferrocarril a la península (la primera línea fue la de Barcelona – Mataró en 1848). Sin embargo, las paredes de su edificio sí que son las que más historias ferroviarias nos pueden explicar. El motivo: mientras que el resto de los edificios ferroviarios se han ido reformulando según las necesidades de las nuevas explotaciones operativas, Sant Andreu Comtal se ha mantenido impertérrita des del primer día de su inauguración (por lo menos, su fachada de arcadas dividida en dos plantas, ya que el interior fue rehabilitado a mediados del siglo pasado).

Que el edificio tenga un marcado carácter inglés no es fruto de la casualidad. Las primeras locomotoras que vio aparecer un caluroso 23 de julio de 1854 también eran procedentes de la Sharp, Stewart & Co con sede en Manchester, hecho que no hizo más que probar la importancia del capital inglés en el desarrollo de las primeras líneas férreas que recorrieron el país (como anécdota, los primeros coches que se compraron también estaban fabricados con madera de la India británica). En este caso, fue la Compañía del Camino de Hierro de Barcelona a Granollers la que emprendió el proyecto de unir la capital catalana con el Vallès mediante una vía única con un ancho de seis pies castellanos que, de paso, hacía parada en el entonces municipio independiente de Sant Andreu de Palomar (anexionado a Barcelona en 1897).

La revolución industrial

Por aquel entonces lo que hoy es la planta del edificio de Sant Andreu Comtal no era más que parte del huerto que la compañía ferroviaria compró al rector de la parroquia, quien lo regaba con las aguas del Rec Comtal, la milenaria infraestructura hídrica que acabaría apellidando la estación ya en tiempos del franquismo. Un entorno de cultivos que, a los pocos años, se urbanizaría en el actual núcleo de casas atrapadas en el tiempo que todavía se pueden disfrutar bajo la silueta de la segunda cúpula más grande de Catalunya.

En Sant Andreu, el avance del ferrocarril fue sinónimo de revolución industrial. Si hasta entonces la mayor parte de la actividad se movía gracias al empuje del agua del Rec Comtal, los caminos de hierro trazados por el mismísimo urbanista Idelfons Cerdà trajeron la implantación de multitud de fábricas y talleres que configuraron parte del ADN del núcleo urbano: desde La Maquinista Terrestre y Marítima, hasta la Fábrica Nacional de Colorantes y Explosivos, pasando por los talleres de Talgo o la Casa Elizalde (precedente de La Mercedes). Muchos eran los que querían producir a los márgenes de las vías y conectarse con ellas mediante derivaciones particulares. Y también otros muchos seguirán rememorando todo este pasado cuando el próximo 11 de diciembre comiencen a bajar las escaleras de la nueva estación.

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