Incivismo

Barcelona invierte más de 3,2 millones en limpiar las pintadas de su patrimonio artístico

'Homenatge a Emili Vendrell', en la calle de Joaquim Costa, es uno de los monumentos más pintados de Barcelona

'Homenatge a Emili Vendrell', en la calle de Joaquim Costa, es uno de los monumentos más pintados de Barcelona / Joan Cortadellas

Natàlia Farré

Natàlia Farré

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En 2021, en Barcelona, se limpiaron 279.422 metros cuadrados que previamente se habían tiznado rotulador, espray o esmalte en mano. Este año, a 31 de marzo, la superficie lustrada suma ya 71.114 metros cuadrados. Es el problema del acto vandálico más practicado en Barcelona: los grafitis, en el sentido más amplio del término, que llenan de pintadas paredes, fachadas, persianas y arte de la ciudad. Para los ciudadanos, algo molesto que ensucia y degrada el espacio público, que como su nombre indica es de todos. Para los profesionales del mantenimiento y restauración del bien común, un mal sueño, una pesadilla recurrente que se materializa noche tras noche. Como el Día de la marmota. “Es un no parar, un continuo, un bucle. Limpias, pintan y vuelves a limpiar”. La impotencia la expresa Carmen Hosta, la responsable de mantener en condiciones todo el arte público de Barcelona, que es lo mismo que decir esculturas, fuentes ornamentales y monumentos.

Titularidad pública

Adecentar el paisaje tras las pintadas no sale gratis. El presupuesto en 2022 para eliminar las gamberradas asciende a 7,4 millones de euros (2,5 de ellos destinados a edificios patrimoniales) sin contar la cifra que invierte el departamento de Hosta en las pintadas, unos 700.000 euros anuales, el 63% del montante dirigido a la conservación y mantenimiento del arte público. “¡Imagina todo lo que podríamos hacer si solo nos tuviéramos que centrar en el envejecimiento natural de las piezas!”, exclama. Y es que limpiar los elementos patrimoniales (muebles e inmuebles), los que tienen un interés histórico o artístico, cuesta como poco 3,2 millones de euros. Como poco porque desde el ayuntamiento se encargan solo del patrimonio de titularidad pública, el de titularidad privada va a cuenta de sus propietarios.

Los más vandalizados

Así, arreglar la animalada de pintar la carpintería modernista y el cartel diseñado por Ramon Casas que lucen en la fachada de Queviures Múrria,en la calle de Llúria, es tarea del dueño del local. Como lo es del Macba adecentar diariamente ‘La ola’ de Oteiza, situada en la plaza de los Àngels pero de propiedad del museo. El consistorio se ocupa de los de titularidad municipal, más de 1.500 elementos y esculturas repartidos por toda la ciudad, entre ellos uno de los más vandalizados el ‘Homenatge a Emili Vendrell’, un conjunto firmado por Rafael Solanic, Beth Galí y Rosa Maria Clotet sito en la calle de Joaquim Costa. Las dos últimas piezas están en el Raval y son de las más pintadas pero Hosta avisa de que “hay en todos lados”. Aunque sí es cierto que en los sitios más concurridos, las piezas sufren más; también las que tienen superficies planas –“son pizarras al aire libre”-, como ‘El muro’ de Richard Serra. A los grafiteros los relieves de las esculturas clásicas no les gustan para pintar; los que hacen tags (firmas) les da igual, lo ensucian todo.

La peor pesadilla

Lo dicho, lo del departamento de Hosta “es un no parar”. Los técnicos en mantenimiento de monumentos recorren cada día Barcelona equipados para eliminar todo rastro de vandalismo: “Lo que tenemos claro desde hace años es pintada que se hace, pintada que intentamos borrar lo más rápido posible”, aunque no siempre es fácil. Cierto, aunque no es fácil mantener el paisaje impoluto. Los gamberros no dan tregua y no siempre vale tapar con más pintura ni rociar con productos químicos y agua a presión sin miramientos. Son obras de arte y hay que eliminar el vandalismo sin hacer más daño del que ya ha sufrido la pieza. Cada material y cada tipo de pigmento tienen sus particularidades. No es lo mismo rayar con rotulador una escultura de metal, como ‘El gat’ de Botero de la Rambla del Raval, que bañar con espray azul una obra de la Ciutadella realizada con piedra de Montjuïc. Esto último, la peor de las pesadillas: la piedra es porosa y absorbe todo lo que le echen; el espray penetra rápido y no se borra fácilmente. Es el caso de la agresión sufrida sobre uno de los escudos de piedra del siglo XIV de Santa Maria del Pi, un atentado en toda regla al patrimonio protegido. De hecho, un delito penado con prisión según el Tribunal Supremo, que en marzo condenó a cinco meses a un grafitero por pintar una pieza de Eduardo Chillida de la plaza del Rey de Madrid.

Cuestión de civismo

Casi es imposible limpiar sin estropear la piedra, aunque hay técnicas para hacerlo, pero caras y lentas. Hosta calcula que eliminar los rastros de pintadas sobre las esculturas o monumentos tiene un coste de entre 56 y 400 euros por actuación, que es lo que hay que invertir muchas veces en arreglar ‘El drac’ de Andrés Nagel del parque de la Espanya Industrial. No solo sufre pintadas recurrentemente sino que también se utiliza permanentemente como urinario. Con todo, Hosta asegura que no percibe un aumento de la vandalización de monumentos pero sí en las  fachadas y afirma que Barcelona no está peor que otras ciudades. Defiende el trabajo del departamento, por supuesto, “nuestras esculturas están muy bien restauradas y conservadas”; y apela al civismo de los ciudadanos: “Hay que entender que es un bien común que hay que respetar, que lo gozamos todos”. Agredirlo cuesta dinero, y su arreglo lo pagamos entre todos. 

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