misión arqueológica

Dos romanos de Barcino ven la luz en Can Batlló

Unas obras, por enésima vez en Barcelona, redibujan el mapa de la ciudad y sus alrededores, en esta ocasión revelando qué vida había a poniente de las murallas

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barcelona/3.jpg / Servei d'Arqueologia de Barcelona

Carles Cols

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De los dos esqueletos recién descubiertos en el recinto barcelonés de Can Batlló (cosas que tienen las obras públicas, que abren inesperadas puertas al pasado) poco se sabe aún, pero con el tiempo ambos hablarán, metafóricamente, claro está, porque su paso por el laboratorio, con las técnicas actuales de investigación propiciará, seguro, fascinantes revelaciones. Luego especulamos. Primero, los hechos. Se trata de dos inhumaciones realizadas entre los siglos II y III después de Cristo en las afueras de lo que entonces era la ciudad romana de Barcino y hoy es el perímetro que enmarcan las calles de Amadeu Oller, Constitució y Parcerisa y la Gran Via, o sea, en el barrio de la Bordeta y a una par de travesías de L’Hospitalet. Los esqueletos están muy completos. Uno de ellos abraza una vasija. Nada distinto hasta aquí a lo encontrado en decenas de sepulturas similares salvo que, y esto ya es más inusual, por decirlo de algún modo uno mira a Pompaelo y otro a Segógriba.

Lo de Pompaelo (la Pamplona fundada por Pompeyo) y Segógriba (lo romano más cercano a Cuenca, ciudad inexistente hasta el siglo VIII) es solo un decir. Lo exactamente raro es que la orientación de las cabezas, diametralmente distinta, cuando lo normal hubiera sido que fuera similar estando una sepultura tan cerca de la otra y, por lo que se intuye, sin que se trate de un enterramiento hecho a la carrera, lo cual justificaría esa anomalía. La presencia de una pieza cerámica en una de las tumbas indica que hubo ceremonia. El contenido de la vasija, líquido o solido, aún se desconoce, pero el análisis en el laboratorio probablemente lo revelará.

Desde octubre de 2021 se está llevando a cabo una intervención arqueológica en lo que un día fue la nave cuatro de Can Batlló. Está prevista ahí la construcción de un espacio de nueva planta como parte de un proyecto de economía solidaria conocido como Coòpolis. Lo preceptivo en casos así es radiografiar previamente el subsuelo en busca de restos arqueológicamente relevantes. En este caso los había.

El yacimiento, en el corazón de lo que un día fue la nave cuatro de Can Batlló.

El yacimiento, en el corazón de lo que un día fue la nave cuatro de Can Batlló. / Servei d'Arqueologia de Barcelona

La historia de Can Batlló antes de Can Batlló, o sea, antes de que se levantara ahí una fábrica textil que fue inaugurada en 1880, era absolutamente brumosa. Aquello era una zona sin urbanizar antes de aquel año, pero no inhabitada. El yacimiento, de hecho, ha permitido por lo pronto remontar la presencia humana en aquel lugar hasta el neolítico, explica el jefe del servicio de arqueología del Ayuntamiento de Barcelona. Josep Pujades, de lo cual ya se tenía indicios por otro yacimiento cercano, en las inmediaciones del edificio de La Campana, e el que aparecieron más de 400 piezas estudiables, entre ellas cerámicas, restos animales, herramientas de sílex y, también, los restos de dos individuos, un adulto y un adolescente.

Lo que el nuevo yacimiento sugiere es que a poniente de la Barcelona romana, ya en época imperial, hubo alguna explotación agrícola muy consolidada, quien sabe si equivalente a la que con gran fortuna fue hallada a levante, en la Sagrera, una finca quizá dedicada a la producción vitivinícola. No hay en el área de Can Batlló, es cierto, ningún mosaico que revele aún la presencia de una villa señorial, con esas señales de lujo que delataban la prosperidad del lugar, pero nada es nunca descartable.

Segú Pujades, de momento los cuerpos hallados son dos. El área circundante está por explorar. Puede que aparezcan más. Lo interesante, si así ocurre, es que la arqueología ha dado estos últimos años un salto sideral con la incorporación de los análisis genéticos de los restos humanos. Diez años atrás era posible analizar con mirada forense los esqueletos, descubrir de este modo patologías o enfermedades y establecer también con suerte una edad y un sexo del finado, pero no mucho más. El rastro genético va más allá.

Es una técnica más cara. Hay que se seleccionar bien en qué ocasión merece la pena encararla. Cuando se lleva a cabo, eso sí, los resultados maravillan. Se hizo meses atrás, por ejemplo, con los 16 esqueletos que en 1991 fueron descubiertos frente a la puerta principal del Born, en lo que a todas luces, por la orientación de los cuerpos, era un cementerio musulmán. El análisis de adn permitió confirmar que cuatro de aquellos barceloneses eran del norte de África, un quinto era subsahariano y el resto, hasta los 16, mostraban patrones genéticos europeos, o sea, que eran descendientes de conversos al Islam.

Los romanos hallados en uno u otro momento en el área de Barcelona, como los dos nuevos esqueletos de Can Batlló, aún no han hablado. ¿Eran iberos romanizados? ¿Eran soldados jubilados de otras partes del imperio que disfrutaban de su retiro en una ciudad de provincias? ¿Eran esclavos de otras latitudes? Algún día, más información.