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¿Quién mató a Vinçon?

El Museu del Disseny y la editorial Tenov publican la biografía de una tienda única de Barcelona, fallecida hace siete años, e invita así a analizar qué precipitó tan irreparable pérdida

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Barcelona (Barcelones) 30062015 Sociedad Ultimo dia abierto al publico de la historica tienda del Passeig de Gracia, VIN�ON FOTO DANNY CAMINAL.jpg / DANNY CAMINAL

Carles Cols

Carles Cols

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El título, por favor, que no invite a pensar que esto es una crónica de sucesos de la escuela periodística de ‘El Caso’. Todo lo contrario. El Museu del Disseny de Barcelona acaba de sacar de la imprenta, con tapa, contraportada y lomo de color rojo sangre, eso sí, una exhaustiva y minuciosa historia de Vinçon, tienda sin igual que falleció en 2015 por causas aún insuficientemente explicadas, así que el título es mejor tomárselo como una de esas aventuras de Agatha Christie en busca de un culpable, que como siempre suele ser quien tiene la mejor coartada. Pueden ir directamente al último párrafo para conocer la resolución del caso, pero se perderán entonces algunas ‘vinçonades’ deliciosas. Veamos.

El libro (lo primero es lo primero) es un hercúleo trabajo de investigación y, con más mérito aún, de inmersión a pulmón en los fondos documentales que Fernando Amat, el último ‘vinçionario’, donó al Museu del Disseny para que los conservara. Su valor histórico y artístico es incuestionable, pero aquel gesto de donar los archivos de la tienda a un tercero es de agradecer, sobre todo, porque esta es una ciudad propensa a mudar de piel como las serpientes, es decir, dejando atrás el viejo traje, arrastrándose sin mirar atrás. ¿Cuántos comercios han fallecido en Barcelona sin que sus allegados pudieran glosar su figura? No será este el caso de Vinçon, porque la cuestión es que tan pormenorizada ha sido esa búsqueda de datos y detalles llevada a cabo para construir esta biografía, que el propio Amat confiesa que se ha llevado más de una sorpresa al leer el libro. “Hay cosas que yo ni siquiera sabía”. Si eso le ocurre a él, ¿qué no pocas sorpresas se llevarán los demás?

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La fachada de la tienda, en el número 96 del paseo de Gràcia, en 1941. / Museu del Disseny

La primera está en la propia tapa. La editorial Tenov, mano a mano con el departamento editorial del Ayuntamiento de Barcelona, ha elegido un título muy cortito, pero ya de entrada revelador. ‘Vinçon 1929-2015’. Parece la leyenda de una lápida, seis letras y dos fechas, pero repárese en el detalle de la edad con la que murió la tienda, 83 años, que no son pocos. A la mayoría les sorprenderá que fuera un comercio octogenario.

La fachada principal de Vinçon en 2008, cuando se gestó el principio del fin.

Lluís Capdevila

Vinçon era, a finales del siglo XX y durante los primeros 15 años del XXI, un establecimiento de una lozanía envidiable. Era, sea esto dicho para quienes la conocieron y también para quienes no tuvieron la suerte de cruzar una de sus cuatro puertas, un pequeño Eixample dentro del gran Eixample, o sea, un lugar al que se iba a callejear, porque su distribución de estanterías y salas parecía obra de un Cerdà del comercio. Había calles (los pasillos), luminosas plazas (por ejemplo el espacio destinado a las lámparas o el consagrado a la cachivachería infantil) y, por haber, había hasta un museo, la Sala Vinçon, en la primera planta, donde se organizaron más de 300 exposiciones sin apetito comercial, tal vez para rendir así respeto al fantasma de Ramon Casas, porque allí precisamente había tenido su estudio años ha el maravilloso pintor catalán.

El gran tesoro que fue para la ciudad aquella sala de exposiciones puede que no haya sido todavía correctamente dimensionado. Vinçon era, y esa era su fama, una alacena de objetos, útiles algunos e innecesarios otros (para que querrá alguien un reclamo de patos, aunque luego les cuento), pero todos ellos con un mínimo denominador común: un diseño exquisito. Podría parecer así que aquello era un club comercial solo para una parte de la sociedad barcelonesa, la que uno asociaría a las noches de Bocaccio, pero una parte de los artistas que expusieron su obras en la Sala Vinçon y que después llenaron las estanterías de la tienda con creaciones de su fértil imaginación procedían de la otra punta del espectro sociológico, del variopinto ‘underground’ local, y es por eso que, visto con perspectiva podría decirse que aquel establecimiento era una suerte de ‘checkpoint charlie’ en el que se encontraban, amigablemente, dos de las almas de esta ciudad, la canalla y la ‘benestant’.

Una vaca, raza Holstein, para ser más precisos, en Detrás, la puerta de Vinçon por Pau Claris, en 1978, entonces Via Laietana.

Museu del Disseny

El libro, por cierto, se presenta este jueves en el Museu del Disseny a manos de un cuarteto muy interesante, los autores de los textos, el historiador y diseñador Oriol Pibernat y la responsable de los fondos documentales del museo, María José Balcells, el propio Fernando Amat y, en cuarto lugar, el condimento indispensable en este tipo de francachelas culturales, Juli Capella.

El trotamundos Fernando Amat, junto al escaparate, en 2007.

El trotamundos Fernando Amat, junto al escaparate, en 2007. / Albert Bertran

Es mucho de lo que pueden hablar. De los celebradísimos escaparates de paseo de Gràcia, de cómo convirtieron un objeto tan aparentemente insustancial como la bolsa de la compra en un fetiche de coleccionista, de su querencia por la cultura oriental, de su sensibilidad con la comunidad zurda de Barcelona, de la fallida experiencia madrileña… Ya se verá. El caso, recuérdese, es que Vinçon murió, a pesar de sus 83 años, con el aspecto de un James Dean, como si los Amat hubieran descubierto las fuentes de la eterna juventud comercial, y eso es muy raro.

La primera bolsa icónica, de 1972, obra de América Sánchez, una mano con seis dedos mucho antes de que ïñigo Montoya buscara al asesino de su padre.

Museu del Disseny

La longevidad de la tienda queda nítidamente explicada en el libro, con mucha gracia, por cierto, casi con la sintaxis de un clásico de los chistes, pues la historia de Vinçon comienza con aquello de que van un judío, un alemán y un catalán…, porque así es como sucedió. La tienda la fundó en 1929 Enrique Levi. En 1930 se le unió como socio el alemán Hugo Vinçon. En 1934 entra a trabajar en la empresa Jacinto Amat. Durante la guerra civil, Levi recoge velas y se va a Estados Unidos. En 1957, Hugo vende su parte del negocio a Jacinto y este, con gran acierto, no renuncia al original apellido del alemán.

Una pareja callejea por el interior de Vinçon, en 2015.

Una pareja callejea por el interior de Vinçon, en 2015. / Ferran Nadeu

En aquellos años la tienda no era exactamente lo que terminó por ser, un lugar inconcebible sin aquello que tan bien hizo Fernando Amat durante tantos años. “Una vez leí, y doy fe de ello, que el mayor placer de un mercader no es vender la mercancía, sino descubrirla y adquirirla para su tenerla en su tienda”. Menudo trabajo el de Amat. Le miraban extrañados, por ejemplo, cuando recorría los mercados de China y hacía un pedido de triciclos. También deberían disimular su estupefacción las sociedades de cazadores de Francia cuando llegaba y les compraba las existencias disponibles de reclamos de búho, gaviota o, lo dicho antes, de pato.

El interior de Vinçon, en 1941.

Museu del Disseny

Esa era la cuestión. Objetos normales en otro contexto adquirían la condición de fetiche del diseño si se ofertaban en Vinçon y, llegados a este punto, por qué no responder a la pregunta formulada antes entre líneas. ¿Para qué querrá alguien un reclamo de patos en un entorno tan asfaltado como Barcelona? Pues (y esto es una confesión dedicada a los vecinos de una parte del Baix Guinardó, hola a todos) para salir con las niñas al balcón, graznar tres perfectos cuac, cuac, cuac y, a continuación, contar cuantas cabezas se asoman y miran al cielo en busca de tan inusual ave en ese barrio. Placeres gamberros como este serían imposibles sin Vinçon.

Diseño de Pati Nuñez para la bolsa navideña de 1985.

Museu del Disseny

¿Quién mató, pues, a Vinçon, si tan formidable era? La mano asesina, por descartar culpables, no fue la que empuñó el puñal en otros comercicidios cometidos en aquella época, es decir, un aumento del alquiler. Los Amat eran dueños de su establecimiento. La crisis del 2008 podría parecer sospechosa. Empobreció a no pocos ‘vinçoniofilos’ y, con ello, la cuenta de resultados de la tienda tendió al rojo. El establecimiento, sin embargo, parecía vigorosamente vivo, siempre con gente en tránsito, pero, ¡ay!, eran turistas, que entraban porque se lo aconsejaba Lonely Planet o quien fuera, como una forma más de barcelonear, pero que apenas compraban. Por la cabeza de Amat ni pasó la indignidad de vender el alma de Vinçon a cruceristas y a otras especies turísticas. Prefirió que Vinçon se suicidara como un Stefan Zweig (“creo que es mejor finalizar en un buen momento y de pie una vida en la cual la labor intelectual significó el gozo más puro…”, dejó escrito en su nota de adiós el escritor austríaco, tras ingerir veneno junto a su esposa, Charlotte Elisabeth Altmann) y, con ello escenificó, más que su propia muerte, el camino al cadalso que había emprendido toda la ciudad.