ARTE URBANO EN BARCELONA

La Pantera Rosa se convierte en un gran lienzo para orgullo del barrio de La Marina

El reconocido artista plástico Teo Vázquez forra la torre cilíndrica del famoso bloque de La Marina con 11 enormes fotografías de vecinos del lugar convertidos en iconos

Edificio Pantera Rosa en la Zona Franca

Edificio Pantera Rosa en la Zona Franca / JOAN CORTADELLAS

Helena López

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A la derecha, con una estilosa rebeca de leopardo, un inmenso retrato de una entrañable mujer mayor con el pelo recogido en un moño alto. María de los Caracoles, como la conoce todo el mundo en el barrio, es una mujer gitana que se casó con un payo -algo que en aquel entonces rompió todos los moldes-, y que al final ha acabado viviendo en un barrio "con gitanos, payos, indios, chinos, paquistanís y gente de todas partes". Gente como Juan, 'el canario' o el tatuado Tom, arriba del todo, también a la derecha, quien tras pasar ocho largos años en La Modelo "por un error" pudo regresar al barrio convertido en campeón de España de artes marciales mixtas, y ahora tiene trabajo y familia. "Todos forman parte de una misma tribu", les presentaba este miércoles el fotógrafo y artista plástico Teo Vázquez, todavía con las correas del arnés puestas, a los pies de su imponente obra, al fin casi, casi, terminada.  

María, Juan y Tom son tres de los once grandes retratos en blanco y negro de vecinos de la barriada de La Vinya, en el barcelonés barrio de La Marina que visten desde esta semana la singular torre cilíndrica del famoso edificio conocido por su color como La Pantera Rosa, en la esquina entre Alts Forns y Mare de Déu del Port, a un paso del paseo de la Zona Franca. "Al llegar al barrio tuve claro que el lugar tenía que ser este; aquí es donde pasa todo", señala el autor del mural, fruto de un proceso comunitario impulsado por el activo Casal de Barri de la Vinya para reivindicar la diversidad y el orgullo del barrio.

Edificio Pantera Rosa en la Zona Franca

El artista ultima el gran mural en la Pantera Rosa, emblemático bloque en el barrio de La Marina. / JOAN CORTADELLAS

"Vi este tótem y me dije: 'yo quiero esta pared; este tronco'", relata el artista, quien trabaja a través de retratos que convierte en iconos. Estaba en Francia, con otra exposición, cuando recibió un correo de una trabajadora del 'casal' en el que le invitaba a conocer el barrio y retratarlo. Vázquez aceptó encantado la invitación y enseguida vio que sí, que quería trabajar allí y, es más, desarrollar allí un proyecto personal. "He querido rescatar las historias de todos ellos, de cómo llegaron a convivir juntos en una sola tribu; porque al final esto es todo un tótem, todos son un mismo tronco", insiste el gaditano, quien lleva 18 años afincado en Barcelona. 

"Yo vi a este señor aquí, por la calle [a Juan, 'el canario'] -dice señalando una de las grandes fotografías- y me puse a hablar con él, a explicarle quién soy y qué hago y a partir de ahí entablamos la conversación". De las entrevistas con los retratados -les ha entrevistado con calma a todos- han surgido muchas y grandes historias. "Hemos rescatado cómo llegó la comunidad gitana de Can Tunis al barrio. Una parte de la memoria de Barcelona. Y tenemos todas esas historias en vivo. Yo me he sentado en casa de María de los Caracoles a escucharla, y me he sentado aquí, en la calle, a hablar con Juan. Y todo eso lo tenemos grabado. Tenemos muchísimo material. Tengo al tío José, 'el francés' -vivió un tiempo en Francia y de ahí el apodo-, grabado ahí dentro, los dos sentados en una caja de cerveza, hablando, y yo diciéndole cántame algo y él cantando; que ese hombre canta flamenco muy bien", relata emocionado con las manos aún manchadas de cola.

El mural desaparecerá, pero quedará otra cosa; vecinos que no se hablaban y ahora lo hacen porque son compañeros de mural

Vázquez es un enamorado de Fellini y de Pasolini, y se nota. "Yo hago mi puesta en escena y ellos se vuelven actores, también, actores de la vida. Hemos disfrutado mucho todos durante todo el proceso. Siempre gusta que alguien te mire, que te preste atención", prosigue. Además, que te mire con la pasión con la que Vázquez les mira, sin juzgarles, sin buscar el morbo, todo lo contrario, convirtiéndoles en iconos de la ciudad. 

Más allá de lo efímero

A ojos del fotógrafo, al final, lo importante no es tanto la obra, que al fin y al cabo es efímera, "sino todo lo que ha movido y va a mover". Las historias que se han rescatado y las nuevas historias que va a generar; el bálsamo que esto va a ser. "Personas que antes no se hablaban y ahora se hablan. El proceso ha servido para acercar a la gente. El mural con el tiempo desaparecerá, no deja de ser papel y cola, pero quedará otra cosa. Vecinos que se miraban mal y de repente se miran de otro modo porque son compañeros de mural", cuenta.

Además de su innegable belleza, el mural -que ha sido posible, en parte, gracias a la existencia del plan de barrios- tiene mucho de apuesta por la convivencia y reivindicación del respeto a los mayores. "Los viejos están abajo porque son los que soportan el peso, las raíces, y luego los más jóvenes están arriba", sigue contando Vázquez, quien considera que las obras "tampoco hay que explicarlas tanto, que cada uno debe interpretarlas a su manera".

Ejemplo de convivencia

Sobre esa convivencia, el reconocido muralista subraya el bonito vínculo que se ha establecido con los vecinos que salen en el mural "y con los que no salen": "En la pared no caben todos, pero todos están". Porque de repente una señora sale del edificio y les lleva naranjas, contenta y emocionadísima, porque siente que forma parte de esto, porque va a salir en el vídeo. Unas imágenes que pudieron grabar gracias a la implicación también en el ambicioso proyecto de la concejalía de Memoria Democrática.

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