Estreno en Barcelona
La estrella de la Sagrada Família genera indiferencia intelectual
La basílica removió décadas atrás los cimientos del debate artístico, cultural y arquitectónico de la ciudad, pero ya apenas hay reflexión profunda sobre su rol social y su interacción con los barceloneses
Carlos Márquez Daniel
Periodista
Periodista especializado en Barcelona. En 'El Periódico' desde principios de siglo. Los últimos 15 años, dedicados a la información local: movilidad, urbanismo, infraestructuras, política municipal, barrios, área metropolitana y medio ambiente. Colaborador habitual en los programas de televisión 'Planta Baixa' (TV3) y 'Bàsics' (Betevé).
Carlos Márquez Daniel
El 9 de enero de 1965, un nutrido grupo de arquitectos, urbanistas y artistas firmaron una carta en la que pedían detener el proyecto de finalización de la Sagrada Família. Explicaban que no tenía sentido seguir sin unos planos detallados de la obra, porque Antoni Gaudí, sostenían en la misiva publicada en La Vanguardia, "tenía de la arquitectura un concepto tan vivo que creaba su obra diariamente a impulsos desordenados, con unos planos previos que servían apenas de pauta". Argumentaban, además, que socialmente no tiene sentido un templo tan grande, que lo propio sería evangelizar en base a parroquias repartidas por la ciudad. "Descentralización en barrios", reclamaban, muchas décadas antes de que ese concepto empezara a aplicarse a la concentración turística. Más de medio siglo después, apenas hay debate intelectual sobre la Sagrada Família. Sobre su autenticidad, los materiales, sobre su simbolismo. O sobre la nueva estrella luminosa. Como si el templo hubiera anestesiado el pulso cultural.
La inauguración de la nueva torre de Maria, la segunda más alta de la basílica, y la posterior iluminación de la estrella resultaron en un perfecto maridaje entre la liturgia y la concordia social; la misa y el acto público en la calle en busca del acercamiento a la ciudad y, sobre todo, a los vecinos del entorno. Centenares de personas se hicieron carne junto al escenario para presenciar el encendido, que tuvo un punto bíblico con las túnicas serpenteando por efecto del vendaval. El arzobispo Joan Josep Omella tuvo incluso que desposeerse de la mitra y el solideo para poder seguir con la lectura al aire libre.
Interpretación "discutible"
El arquitecto Juli Capella comparte serias dudas sobre la continuidad de la obra a partir del fallecimiento de Gaudí, ya que considera "discutible" la interpretación de los deseos originales del creador del templo. Tuvo, sin embargo, una revelación cuando visitó la nave una vez terminada. "Quedé muy impresionado por el resultado, creo que la basílica debería terminarse". Se muestra más crítico al hablar de los materiales usados: "No tienen la calidad que tuvieron en su momento, la artesanía ya no existe y lo que se hace está por debajo del nivel que correspondería". Sobre la estrella, Capella, que se encuentra en Chicago, donde ultima el diseño de un nuevo restaurante del cocinero José Andrés, sostiene que tiene "un punto kitsch" y que es un elemento "que se podrían haber ahorrado". "Pero ya que está -detalla, con un punto de indiferencia-, no debería ser el faro constante de las emociones, vibraciones y jolgorios de la ciudad, porque un templo es un lugar de calma, paz y reposo".
"La calidad de los materiales está por debajo de lo que cabría esperar en un monumento como este"
Le da miedo, además, que al patronato que gestiona las obras le dé por empezar a jugar "con la tecnología led", es decir, que de alguna manera evoque lo que hace la torre Agbar con las luces de colores y termine por convertirse en un "gadget icónico". Sus advertencias tienen que ver con el buen gusto y la estética, pero sobre todo con el hecho de que la arquitectura, señala, "tiene la mala pata de que la ve todo el mundo, aunque se trate de un proyecto privado". A ello también hacía referencia la famosa carta del 9 de enero de 1965, cuando el debate sobre el modelo de ciudad provenía más del mundo de la cultura y no tanto de los lobis empresariales. En la misiva que firmaban, entre otros, Le Corbusier, Miró, Tàpies, Bohigas, Coderch, Brossa, Espriu, Perucho o Rubió i Tudurí, planteaban la posibilidad de "convertir la actual explanada en un templo al aire libre, dejando la fachada y el ábside como un monumental retablo". La junta constructora tomó nota pero siguió adelante.
En estos 50 años ha habido más protestas, como la liderada en 1990 por la revista Àrtics, que organizó una manifestación junto a la basílica el 9 de julio de ese año que consistió en una lectura de críticas poéticas e incluso humorísticas sobre el diseño de la basílica. El escritor Vicenç Altaió era el editor de esta publicación y fue uno de los impulsores de aquella movilización. Fue, explica, "un poema colectivo" que iba en contra tanto de la propuesta escultórica de Josep Maria Subirachs en la Sagrada Família como de la propia continuación del proyecto, "porque una obra de arte inacabada también es una obra".
Reivindicar la historia
Altaió, que se define como un "traficante de ideas", recuerda aquel día como si fuera ayer. "El 90% de la comunidad cultural y artística apoyó aquella convocatoria, y aunque sabíamos que era una causa perdida, lo considero una victoria, porque fue una manera de reivindicar la historia, algo que ahora se ha perdido". "Vivimos en un momento de absoluta precariedad del mundo cultural y del espíritu crítico", lamenta. Sobre la estrella, le parece irónico que justo en el momento que más conocimiento hay sobre el universo se plantee este elemento "de unión entre el cielo y la tierra a través de la virgen Maria". "Es un disparate de irracionalidad", resume Altaió, que no ve la Sagrada Família "como un hecho cultural, arquitectónico o religioso, sino como la representación anacrónica de una vieja visión de la cultura, la arquitectura y la religión".
"Estéticamente tiene tantos lenguajes distintos que la estrella ya no sorprende"
El arquitecto y urbanista Daniel Mòdol intenta sacar el lado bueno de la estrella, que, dice, es un elemento que no le molesta. Se acordarán de él porque en septiembre de 2016, cuando ejercía de concejal de Arquitectura, Paisaje Urbano y Patrimonio, dijo que el templo le parecía una "mona de Pascua gigante". Aquello saturó su correo municipal con miles de indignados que interpretaron su comentario como un ataque a la iglesia. Hace tres semanas, el patronato le invitó a visitar las obras. Aceptó, algo sorprendido. "Estéticamente tiene tantos lenguajes distintos que la estrella ya no sorprende", dice.
Hace falta un Picadilly Circus
Mòdol prefiere quedarse con las cosas buenas. Dice que el nuevo elemento ornamental puede venir bien para "abrir un necesario debate sobre el paisaje nocturno y la iluminación de los edificios", que considera pobre en Barcelona, donde además, indica, se celebra un Festival de Artes Lumínicas. "No se entiende que una ciudad con tanto diseño como la nuestra no tenga un Picadilly Circus y que por la noche esté todo oscuro", se queja, recordando también los grandes carteles publicitarios luminosos, la mayoría de los cuales han desaparecido. Deplora que la capital catalana tenga una ordenanza tan restrictiva en materia de luz nocturna e invita al actual gobierno de la ciudad a aprovechar el debate sobre la estrella para abrir este melón. Para que no solo la Sagrada Família sea el faro de Barcelona.
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