Patrimonio
La Llotja de Mar abre sus salones a los barceloneses
El imponente edificio, levantado en el siglo XIV como Consolat de Mar y actual sede de la Cambra de Comerç, permite por primera vez las visitas del público
El espacio es una matrioska arquitectónica en el que la reforma neoclásica del XVIII envuelve uno de los mejores ejemplos de gótico civil catalán
Natàlia Farré
Periodista
Natàlia Farré
Setecientos años dan para mucha historia, mucha arquitectura y mucha anécdota. Eso es lo que atesora entre sus paredes, amén de obras de arte, uno de los edificios más emblemáticos de Barcelona a la par que menos visitados: la Llotja de Mar, propiedad y sede de la Cambra de Comerç, heredera de la Junta de Comerç que a su vez lo fue del Consolat de Mar. Y eso es lo que se ve, se intuye, se respira y se oye cruzando las puertas de su imponente arquitectura. Entrada que hasta hoy no estaba franqueada a la gente de a pie. Ahora lo está. Miércoles y sábados, ampliable a otros días de la semana en periodos festivos, la Cambra permite la visita, guiada, de la mano de los gestores culturales de Cases Singulars y bajo reserva previa.
El recorrido es un viaje por la historia económica de Barcelona y es un paseo por los diferentes estilos arquitectónicos que han cruzado los siete siglos que la Llotja lleva ocupando el Pla de Palau, concretamente el solar donde en el siglo XIV se colgaba en la horca a los condenados de muerte, y ahí se dejaban para escarmiento del resto de la población. No muy lejos de tan macabra estampa, en los porches de los edificios de la zona, los mercaderes se dedicaban a cosas más materiales como eran las transacciones comerciales. Pero el puerto más importante del mediterráneo occidental merecía un sitio más noble para tales menesteres así que se pidió al Consell de Cent un edificio para poder concentrar toda la actividad comercial. Pere III dio la autorización, Pere de Montcada cedió los terrenos y el Consell de Cent encargó su construcción y mantenimiento al Consulat del Mar. Y así empezó la matrioska arquitectónica que es la Llotja.
La joya de la corona
Pues aunque a menudo se la pone como el mejor ejemplo del gótico civil catalán, lo cierto es que las sucesivas reformas la han convertido, también, en un edificio neoclásico. Es más, si el rastro constructivo del siglo XIV no desapareció bajo las simétricas formas del XVIII no fue por afán de protección sino por falta de presupuesto para derribarlo. Así se conservan los tres espacios primigenios: el Saló de Constractacions, el Saló dels Cònsols y el Pati dels Tarongers. Este último sin los cítricos que le dieron nombre y corrompido por la escalera imperial que se añadió con la ampliación y reforma neoclásica del XVIII, tampoco hay rastro de las dos capillas que ocuparon dos de sus esquinas. La primera mandada construir por Pere de Montcada para la salvación de su alma y destruida poco después. La segunda, levantada para tapar el escándalo que supuso la desaparición de la primera pero devorada por los cambios arquitectónicos del XVIII.
Más queda de la Saló de Contractacions, la joya de la corona, 971 metros cuadrados separados en tres naves por arcos de medio punto peraltados sostenidos por gruesos pilares. Ahora con paredes desnudas pero en su día recubiertas de mármol de Carrara y tapices. Y ahora con entrada por el Pla de Palau pero antaño con acceso desde la calle del Consolat del Mar. La puerta principal se cambió cuando la línea de la costa reculó –en el siglo XIV llegaba al actual paseo de Isabel II- y se levantó la muralla. Por entonces la gran sala acogía la Taula de Canvi –considerada el primer banco público-, pero el espacio ha tenido muchas más vidas, como la de teatro –ahí se cantó la primera ópera en España, en motivo del enlace del archiduque Carlos- y la de establo, cuando la victoria de Felipe V en la guerra de sucesión acabó con el Consolat del Mar y convirtió la Llotja en cuartel militar.
Cereal y carne porcina
La actividad comercial del edificio se recuperó con la Junta de Comercio, creada por Fernando VI, que dio a la Llotja una vida de docencia. Sin universidad en Barcelona, como consecuencia de la derrota de 1714, la Junta se dedicó a abrir escuelas de formación profesional, entre ellas, la de Arts nobles, o sea la Llotja en la que han formado todos los artistas plásticos del país, Picasso incluido. El dato no es baladí pues explica el porqué de las muchas obras de arte que atesora como la que se considera es la obra maestra de la escultura neoclásica catalana: ‘Lucrècia morta’, pieza de mármol esculpida por Damià Campeny en 1804; y salvada de su destrucción, vía defenestración, por los exaltados que asaltaron la Llotja de Mar durante la revolución de 1868 porque alguien recordó que la obra representaba a Lucrecia, cuyo suicidio acabó con la monarquía romana en el siglo VI a.C. Hay más por ver, como las pinturas de Pere Pau Muntanya (también alumno de la Llotja) que decoran el techo del Saló Consolat; la primera farola de gas que alumbró en España, y el Saló Daurat, que poco conserva de la reforma que en 1911 hizo Lluís Domènech i Montaner pero que aún custodia la alegoría escultórica al matrimonio, obra de Campeny, realizada en motivo del enlace en Barcelona de Fernando VII y María Antonia de Nápoles.
El edificio lo corona el Saló dels Cònsols, que pese a su nombre tenía la función de almacén en el siglo XIV pero donde en la actualidad cada martes se fija el precio del cereal y de la carne porcina. Siete siglos de historia.
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