VESTIGIO DEL PASADO
La rotunda soledad de las cabinas telefónicas de la Rambla
Amics de la Rambla pide la retirada de los 23 soportes con 36 teléfonos que siguen en el paseo, pintados, rotos y en un desuso absoluto
Toni Sust
Periodista
Escribo sobre el Ayuntamiento de Barcelona y la ciudad desde 2016. Antes lo hice sobre Política social (2011-2016) y sobre Política catalana y española (2001-2011).
Profesor asociado de Periodismo en la UPF.
Toni Sust
Si alguien inventara un dispositivo que lo permitiera retroactivamente, y pudiéramos recuperar todas las conversaciones que se han mantenido desde una cabina de teléfono de la Rambla de Barcelona, escucharíamos buenas noticias que un día se transmitieron desde allí. Y malas. Reproches, elogios, declaraciones de amor, despedidas unilaterales, carantoñas y amenazas. Conversaciones extraordinarias y también de rutina. Hoy no vengo a comer, mamá.
Pero como no podemos escucharlas, hay que imaginarlo. Porque los 23 soportes con 36 teléfonos de la Rambla ya no tienen quien las use. Aparentemente, no funcionan. Muchas están rotas, pintadas. Todas, prácticamente abandonadas. ¿Quién usa una cabina de teléfono en Barcelona? En la Rambla, su soledad es doble. La que ya vivían las cabinas se suma a la que sufre el paseo desde que la crisis sanitaria hizo desaparecer a los turistas.
Ante todas estas constataciones, antes de que el covid-19 entrara en nuestras vidas, Amics de la Rambla redactó un informe en el que la entidad constataba que no tenía sentido que esos aparatos, máquinas que los niños de esta era ya no saben para qué sirven, siguieran ocupando espacio en la vía pública. Hablaron con Telefónica, que, dice la asociación, vio con buenos ojos la posibilidad de retirar todos esos artefactos. Sin embargo, la empresa topó con la ley: una norma vigente obliga a mantener un mínimo de puntos telefónicos. En la Rambla, nueve. Se entiende que así pensó un día el legislador que se garantizaban las comunicaciones de la ciudadanía. Luego el legislador se compró un 'smartphone' y nunca más usó una cabina.
Subiendo por la Rambla desde la estatua de Colón, solo es necesario recorrer unos metros para encontrar la primera cabina, a la derecha, en la plaza contigua a Capitanía. Es un soporte con dos teléfonos. En ambos casos, no funcionan. Los auriculares están descolgados. Y uno de ellos, roto, con los cables a la vista, como si un animal hubiera mordido el auricular.
El falso techo de esas cabinas, que no son aquella enteras de antes, y que por lo tanto ya no sirven ni siquiera para entrar a resguardarse de la lluvia, ha servido en ocasiones de almacén improvisado para que vendedores ambulantes escondan allí algunos productos. Lo cuenta Fermín Villar, presidente de Amics de la Rambla, que sostiene que con la avenida vacía la cabinas se ven más que antes. Y no es que sean muy gratas de ver. La asociación volvió a reclamar el viernes pasado, actualizando el informe del 2019, que los teléfonos desparezcan de la calle.
Las cabinas no tienen quién las defienda. Si fueran antiguas, vestigios elegantes del avance que supuso poder llamar a casa desde cualquier lugar, quizá tendría sentido conservarlas. Pero son, a un tiempo, inútiles y más bien feas. Son modelos que datan de 1992. En los que aún resulta visible, destaca una pegatina advirtiendo de que está prohibido fijar publicidad ajena a la contratada.
La vida antes del móvil
Si las cabinas tienen un valor, es el de recordarnos el mundo analógico, un mundo sin internet y sin móviles en el que uno salía de casa sin posibilidad de ser localizado durante horas, con la paz que eso conllevaba. En una de las cabinas, una pintada añora esa vida: “Cuando el teléfono estaba atado a un cable, los humanos eran libres”.
Esperando la reforma del paseo
Amics de la Rambla lleva años reclamando que la reforma del paseo se concrete. Hace unas semanas presentaron un contador que señala los días de retraso de esa remodelación, que, como tantas cosas, ha quedado en el aire en el contexto de la crisis sanitaria del coronavirus. Mientras tanto, la Rambla sigue prácticamente vacía. Fermín Villar se cruza con un conocido que le pregunta si va todo bien. “No”.
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