CONSECUENCIAS DE LA PANDEMIA

La Rambla llora su ruina económica

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Toni Sust

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Durante los años 60 del siglo XX, un día, a primera hora de la mañana, el entonces alcalde franquista de Barcelona, José María de Porcioles, llamó a los principales empresarios con negocios en la Rambla y los citó en la puerta de la Boqueria: “Quitaremos el mercado de aquí y haremos un gran párquing”, les contó, satisfecho por su iniciativa. Al parecer, uno de los presentes, el joyero Amadeu Bagués, se arrodilló para enfatizar que aquello le parecía una locura y le instó a descartar ese plan: “¡Tendrá que dispararme!”. 

La Rambla para turistas: catalogamos su actividad comercial.

La Rambla para turistas: catalogamos su actividad comercial. / periodico

Si Porcioles hubiera completado la operación, hoy aquello sería un gran párquing lleno de plazas desocupadas. Que es en lo que se ha convertido la Rambla en la era del coronavirus: un espacio semivacíoLos comerciantes, del vendedor de souvenirs a los paradistas del mercado, lloran la ruina económica que supone para ellos que sus clientes principales, los turistas, ya no estén allí. Y constatan que a los locales les está costando volver.

Gel hidroalcohólico

En lo más alto de la Rambla, Josep Lluís Moráis atiende a la poca gente que se acerca al quiosco que regenta. Es uno de los 13 quioscos que lleva el Col·legi de Periodistes. Entre todos, acumulan 60 empleados de los que ahora muchos están en erte del 100%. En el de Josep Lluís, antes de que todo esto sucediera, se facturaban 3.000 euros al día, 1.500 por turno. Ahora, precisa con cara de sorprenderse hasta él del dato, de los 3.000 se ha bajado a 200 euros por jornada. 

De los 13 quioscos, solo tres abren cada día. “Hemos puesto a la venta patatas fritas, gel hidroalcohólico y mascarillas. Porque de la venta de diarios y revistas sacamos un margen muy pequeño”. Lo que daba dinero, sigue, son todas esas piezas con un peculiar aire gaudiniano que compraban los turistas. Una parte grande del quiosco está dedicada a esos recuerdos. Y la poca gente que pasa por allí no compra estas cosas. 

Porque ahora los quioscos vuelven a ser solo quioscos, como hace décadas, pero sin los clientes que entonces tenían. No es fácil regresar a una actividad que funcionaba en un mundo que ya no existe. “La gente de aquí no viene. Estos meses solo han venido franceses el fin de semana. Aguantará quien sea lo suficientemente solvente como para conseguirlo”, dice Josep Lluís. 

La Rambla de las mascarillas

En efecto, la Rambla se ha convertido en un paseo poco frecuentado, agradable para los transeúntes y desértico para los comerciantes. Una calle que en la acera central que le da sentido se ha convertido en un expositor de mascarillas a la venta con diseños variados. Bajando unas decenas de metros, a la derecha, otro quiosco, el que llevan los hermanos Sergio y Alberto Castro.

“No queremos cerrar. Ahora no cubrimos ni los gastos y tiramos de ahorros, tanto para vivir como para mantener el negocio. Abrimos la persiana y perdemos dinero”, cuenta Sergio. “Que venga gente de donde sea, me da igual de dónde vengan. Algo les venderemos”, afirma. Su hermano Alberto recuerda tiempos del pasado, cuando abrían 24 horas y la clientela abundaba. “Podemos aguantar meses. No puedo decir que un año”, remacha Sergio.

Souvenirs en el olvido

Siguiendo para abajo, a la izquierda, unas cuantas tiendas de souvenirs. Sus dependientes charlan en la calle. No tienen mucho trabajo. Uno de ellos, un joven que prefiere no dar el nombre y que no quiere ser fotografiado, resiste más solo que la una junto a camisetas de equipos de futbol que ya nadie toquetea. A mediodía, tres horas después de abrir, tan solo ha vendido un producto. Una mascarilla quirúrgica. “Habrá que esperar a que vuelva la gente. Habrá que esperar a la vacuna”.

Frente a la Lotería Valdés, la única que queda en la Rambla, sí se ve algo de bullicio. Una cola de seis o siete personas. Eso no es gente, dice la coordinadora de la oficina, Alejandra Arlettaz. A estas alturas, hace un año, la cola era mucho más larga, la gente estaba ya volcada en comprar décimos de Navidad: “Ese negocio ha caído un 50%. El de la lotería semanal, un 40%”. 

Hasta 15 personas trabajaban en la lotería. Quedan seis tras el mostrador y otras cuatro están de erte. El resto ya es historia. “Muchos de nuestros clientes son gente mayor que ya no viene. Algunos están ingresados”. En cambio, la venta on line ha subido. “Ahora enviamos décimos mediante el servicio de mensajería a lugares como Igualada”. “Viendo los números, creo que esta crisis va a ser más profunda que la del 2008”, aventura Arletazz.

Un mercado sin compradores

Frente a una gran variedad de frutos secos, Mireia Sánchez busca clientes a los que atender. Con la que regenta son seis las paradas de la misma propiedad. En ella, explica, trabajaban 60 personas. Quedan 15. Primero hicieron un erte. Después, redujeron plantilla. “Nos guste o no, esto es turístico”, subraya. Porque ahora la Boqueria vuelve a ser un mercado. Y no es fácil recuperar a la gente que dejó de frecuentarlo cuando el turismo lo tomó por la fuerza del número. 

De esa dificultad habla uno de los personajes más conocidos de la Boquería, Joan Bayén, Pinotxo, por el bar que lleva ese nombre: “Ahora no vienen ni los turistas ni la gente de aquí. Yo lo que quiero es que vengan los de aquí, la gente de la ciudad”. Cuando se pregunta a los citados por qué los locales dejaron de venir aflora la tesis de que es incómodo, de que se ha notado la competencia de los centros comerciales, de que allí se puede aparcar sin problemas y sin pagar.

“Nosotros no elegimos que vinieran los turistas. Antes, venía gente de Barcelona y también había aglomeraciones, pero entonces eso no molestaba. No pueden culparnos de que ya no venga la gente de aquí”, argumenta Lluïsa Ripoll, de la parada de pescado que lleva el mismo nombre. “Antes teníamos a los turistas, los restaurantes y la venta on line. Ahora nos queda la venta on line”. Ripoll cree que el ayuntamiento debe estimular que los barceloneses regresen a la Boqueria. Ve en los tres años que no hubo párquing, durante la crisis que empezó el 2008, uno de los motivos de que los locales dejasen de venir, al margen de los cambios de hábitos. E insiste varias veces: “Ya llevamos seis meses así. No podemos esperar un año más”.

El cierre de restaurantes y bares es visto como la guinda: todos dicen que hará que haya todavía menos gente. Hay sitios en los que el desierto ya era un hecho antes. La calle de Ferran. Mònica Piñol trabaja en la farmacia de la calle que está casi a tocar de la Rambla: “Nuestros clientes son los turistas, la gente de paso y gente que trabaja en la zona. No hay turismo, no hay gente de paso y los que trabajan aquí están en su mayoría en erte o teletrabajando”. El negocio ha caído más del 50% y de siete empleados han pasado a cuatro. Se están planteando reducir la jornada: ahora abren 13 horas al día.

La situación no invita al optimismo, porque ya nadie tiene claro cuando volverá la normalidad y si la actividad previa regresará con ella. Pero Josep González, florista, desde 1995 trabajando en la Rambla, quiere ver el vaso medio lleno. Antes descansaba el fin de semana. Ahora, solo libra el domingo. Se planteó cerrar, lleva seis meses perdiendo dinero. Pero asegura: “Tengo fe en que la vida volverá”.

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