PAISAJE URBANO

Un nuevo rascacielos despunta en el 'skyline' de Barcelona

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Natàlia Farré

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Hubo un tiempo en que los arquitectos estaban de moda. Y Barcelona, también. Las ciudades se disputaban edificios icónicos firmados por algún autor de renombre. Los profesionales se pirraban por construir en este pedazo de Mediterráneo. Así, Barcelona se llenó de construcciones imposibles. Cualquier ciudadano puede enumerar alguna: ¿Quién no conoce la Torre Glòries (antes Agbar) de J<strong>ean Nouvel?</strong>, convertida desde hace tiempo en marca Barcelona. Pero hay más: el Edificio Fòrum, de Jacques Herzog y Pierre de Meuron; el Hotel ME, de Dominique Perrault; la Torre Mare Nostrum, de Enric Miralles y la Torre Fira, de Toyo Ito. Además de otras muchas construcciones imposibles de citar. Fue la llamada arquitectura de vedetes que buscaba el ‘efecto Guggenheim’ y a la que todos los municipios se apuntaron.

Llegó la crisis del 2008 y se acabó el ‘star system’ arquitectónico. Entonces murió, también, la posibilidad de contar en el ‘skyline’ barcelonés con un edificio de Frank Gehry (un rascacielos proyectado en el triángulo ferroviario de la Sagrera) y otro de Zaha Hadid (una torre en forma de espiral que debía levantarse en el Fòrum), dos de los nombres más relacionados con los arquitectos estrellas de la primera década del siglo XXI. Con la desaparición del proyecto de la iraní se esfumó, además, la posibilidad de tener a una mujer como autora de uno de los edificios icónicos de la ciudad. Hasta ahora. En plena eclosión, en Barcelona, de un tipo de arquitectura radicalmente opuesta a la que dio los albores de la presente centuria, un nuevo rascacielos con vocación de icono ocupa el horizonte. Lleva la firma de una de las grandes: Odile Decq, tan innovadora como rebelde, la arquitecta  a la que muchos tildan de punk pero a la que todos respetan. Afirman que es una de las 10 mejores profesionales del mundo.

Esqueleto de hormigón durante años

Con este curriculum y con la que será la torre residencial más alta de Barcelona (100 metros con 28 plantas) llega la francesa a Barcelona. Y lo hace pisando fuerte. “Elegimos a Odile Decq, después de buscar exhaustivamente entre los mejores arquitectos internacionales, porque tenía la visión y la convicción de crear un edificio que fuera una declaración de intenciones atrevida e impactante en una ciudad que ya tiene una sólida historia arquitectónica”. Palabra de Philippe Camus, CEO de Shaftesbury Asset Management, promotor de Antares Barcelona, que así se llama el edificio. La torre es ambiciosa tanto en diseño como en negocio, y tiene, además, una curiosa historia con la crisis financiera del 2008 y un amante fiel como protagonistas.

La hecatombe económica dejó lo que debía ser un hotel situado en el principio de la Diagonal (frente a otro icono arquitectónico, la Torre Telefónica de Enric Massip-Bosch) en un esqueleto de hormigón durante años. En el 2011, el cadáver arquitectónico amaneció regularmente lleno de 'graffiti' de corazones en su planta quinta. La que se ve desde el centro de salud mental del Centre Fòrum del Hospital del Mar. Las pintadas de amor fueron la manera de mantener la moral alta a una de las internas por parte de su pareja. Anécdota romántica al margen, la construcción abandonada fue adquirida por Shaftesbury en el 2016 para empezar en el 2018 unas obras que tienen previsto acabar en breve, a principios del 2021. Y que prometen dejar boquiabierto a todo aquel que pueda costearse vivir en el edificio.  

Del Monstseny al Garraf, en los ventanales

Y ahí está la ambición de negocio. En el lujo, y las comodidades que este conlleva. A saber, piscina cubierta y piscina ‘infinity’, sauna, gimnasio, spa, área de relajación y todo lo que al respetable pueda ocurrírsele para al bienestar, además de jardines privados y restaurante supervisado por un chef con estrella Michelin, Romain Fornell. Con todo, lo más espectacular serán las vistas panorámicas que podrán observarse desde todos los pisos con ventanales de suelo y techo y, por supuesto, terrazas. De la Serra de Marina (con el Montseny apuntando) a las montañas del Garraf, pasando por Collserola (de Torre Baró a Sant Pere Màrtir) y el Baix Llobregat, sin olvidar el Mediterráeno. Y sin poder evitar La Mina, un barrio altamente conflictivo, con una de las rentas más bajas de Catalunya y sin el glamur descrito hasta ahora, pero que se despliega a los pies de la exclusiva torre residencial, a escasos 400 metros.

La ambición en el diseño la ha puesto Decq, que ha cubierto el abandonado esqueleto de hormigón –el edificio preexistente fue “una oportunidad para explotar la creatividad y la innovación”, afirma la arquitecta- de ondulaciones para “cambiar la percepción de la altura”, y lo ha pintado de blanco para atraer “la luz del sol y del mar”. El rojo que corona la torre representa a Barcelona “como bandera”. Y es que, a juicio de Decq, “Barcelona es conocida por sus colores brillantes, y el rojo es el más potente”.

Imposible saber (y pagar para el común de los mortales) el precio de los dúplex de altura, pero se puede adquirir una de las viviendas a partir de 850.000 euros. 

Cambio de diseño

“Antes de la crisis del 2008, el foco se ponía sobre el autor y si el arquitecto era de fuera, mejor, vestía mucho más. Pasaba en todo el mundo y pasaba en Barcelona. Era como una competición para ver quién llegaba más lejos”. Así responde el arquitecto Jaume Prat  a lo acontecido en el sector a principios del siglo XXI. Juli Capella, también arquitecto, coincide: “Fue un movimiento mundial de arquitectos autores que diseñaban formas muy extravagantes y consiguieron un estilo muy propio. Eran esculturas aisladas que ni cambiaban las ciudades ni conseguían crear sinergias de barrio con su entorno”.

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