Barceloneando

La necrópolis de los negativos

Enric Pareto, resucitador de ancianas fotografías de Els Encants, rescata la misteriosa aventura de una familia francesa en Madagascar

MADAGASCAR GRAN REPORTATGE

MADAGASCAR GRAN REPORTATGE / periodico

Carles Cols

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Hay un lugar al que van a morir los negativos de Francia. Bueno, en verdad, a buscar una segunda vida, en una suerte de resurrección química, a ser positivados por segunda vez cuando ya habían sido desahuciados y cuando, tal vez tras el vaciado de un piso o una mansión, habían quedado en manos de un trapero. Van a Barcelona. Se sabe al norte de los Pirineos de esta filia por la arqueología fotográfica que ha arraigado en los Encants, así que aquí terminan ocasionalmente a la venta, tras un viaje transfronterizo a bordo de una furgoneta o camión, pequeñas joyas como esta revivida por Enric Pareto, un conjunto de placas de vidrio (el beluga de los negativos) que relata de forma casi presencial el viaje colonialista de una familia normanda a Madagascar.

No son emigrantes franceses en busca de una oportunidad. No lo parece. Llamarles colonos, aunque más ajustado, no abraza tampoco todo el significado de lo que representa este viaje de una familia acomodada de Ruan a la gran isla de la costa este surafricana, que Francia se anexionó totalmente en 1895. Las fotos fueron tomadas apenas 30 años después de aquel suceso político. Así pues, son imágenes a visionar con paciencia, repositivadas por Pareto, nuestro resucitador de negativos, para reconstruir, a partir de los detalles, aunque sea con imprecisiones, un relato, una aventura, una historia. Una delicia.

Lo primero que no debe pasar inadvertido es el punto de partida, el puerto de Ruan, sobre todo su ya desaparecido puente transbordador, una construcción tan colosal como hoy en día trasnochada. Quedan solo ocho puentes transbordadores en el mundo, entre ellos, incluso el primero que fue levantado en un alarde de ingeniería, el de Vizcaya, el que une las dos ribas de la ría de Bilbao. Lo inauguraron los vascos en 1893 y en Ruan sintieron envidia de tal invento, así que en 1899 estrenaron el suyo, el segundo de la historia, un orgullo para la ciudad. Era su Torre Eiffel particular, una postal icónica, lugar incluso de proezas. En 1912, un pionero de la aviación pasó por debajo del arco del puente. Aplausos. En 1925, un clavadista se zambulló al Sena desde lo más alto de la estructura. Ovaciones. Los primeros paracaidistas del ejército francés lo utilizaron para sus saltos de prueba. Seguro que también tenían su público.

La familia X, porque sabemos de su viaje, pero desconocemos su nombre, con las maletas ya a punto para salir en barco hacia Madagascar, lo fotografió, cómo no, el día de su partida. Serían los años 30. Hicieron bien. Jamás volverían a verlo en pie. El puente transbordador lo dinamitaron con el corazón encogido los propios ruaneses el 9 de junio de 1940 para detener el avance de los alemanes en la segunda guerra mundial. Fue una operación, por cierto, calamitosa, metáfora incluso del papel de Francia en aquella contienda, pues la estructura cayó sobre una barcaza repleta de refugiados.

En el amanecer de los años 30, con monsieur y madame X y el resto de la familia a punto de embarcarse hacia el hemisferio sur, aquel horror bélico que estaba por llegar, apenas se intuía, sobre todo en Francia, un país que ya tenía curioso currículum de sordera si de oir los tambores de la guerra se trataba. En el preludio de la primera guerra mundial, hasta entonces, conocida solo como la Gran Guerra, cuando la prensa de media Europa relataba con encendidos titulares la escalada de tensión entre Francisco José I de Austria y la belicosa Serbia, y, sobre todo, entre ese par de primos que eran Willy y Nicky (así se carteaban el kaiser Guillermo y el zar Nicolás), las portadas de la prensa gala iban a lo suyo, al crimen que cometió la esposa del primer ministro Joseph Caillaux, que enojada le disparó seis tiros al director de 'Le Figaro', Gaston Calmette, por publicar unas comprometedoras cartas de amor. Europa velaba armas y lo que a Francia le quitaba el sueño era un crimen en la alta sociedad.

Pues eso, que la familia X dejó atrás Ruan, la ciudad de los 100 campanarios, y, con ello, una Europa que iba a cambiar para siempre, y emprendió un largo viaje con escalas, documentadas algunas en esas placas de cristal fotográfico, como la de Túnez. Es lo que tienen las ciudades con minaretes, un 'skyline' inconfundible, como una huella dactilar.

Túnez, sin embargo, apenas podía competir en exotismo con la etapa final del viaje, Madagascar, biológicamente un mundo aparte, una Australia a pequeña escala, un ecosistema natural aislado del resto del mundo en el que la evolución desbrozó sendas inexploradas en idénticas latitudes continentales. Fue gracias a las excentricidades naturales de Madagascar, por ejemplo, que Charles Darwin predijo la existencia de un tipo de mariposa desconocida hasta entonces, simplemente a partir de la observación de un tipo de orquidea, la ‘Angraecum sesquipedale’, que requería de un agente polinizador dotado de una trompa larga y fina como un catéter hospitalario, lo nunca visto por los naturalistas en 1862, cuando el padre de la teoría de la evolución dedujo su existencia, y que no fue encontradado hasta 40 años más tarde. La ‘Xanthopan morganii praedicta’ es una polilla realmente insólita, con una trompa de más de un palmo, descubierta por fin en 1903.

Menos conocido es que la historia humana de Madagascar es un suspiro en términos históricos. Los primeros humanos alcanzaron las playas de Madagascar apenas 16 siglos antes que nuestra familia X emprendiera su viaje. Madagascar fue un nuevo mundo descubierto allá por el siglo IV, sin carabelas ni épica. Fue sencillamente un lugar al que comenzó a llegar una macedonia de etnias que Francia pretendió gobernar cuando tomó posesión de la isla en 1895. Las fotos de la familia X son una perfecta metáfora de aquel acto de violencia política. Posan junto a sus sirvientes aborígenes y, llegado el caso, retratan desnudas a las mujeres, en busca de no se sabe muy bien qué.

La historia de Madagascar es breve, pero en ella hay un episodio que despunta por encima de cualquier otro, envidiable si es que se da por bueno que es real. Apetece hacerlo.

De todas las leyendas y verdades de Madagascar, ninguna supera la del Capitán Misson, supuesto fundador de una república libertaria y pirata en el norte de la isla 

Hay que ir a buscarlo a un libro raro, ‘Historia general de los robos y asesinatos de los más famosos piratas’, cuyas primeras páginas fueron publicadas en 1724. Periódicamente se reedita. Merece la pena aprovechar una de esas ventanas en que brevemente está en los estantes de las librerías para hacerse con un ejemplar. La última versión lleva la firma en portada de quien se supone que es su verdadero autor, nada menos que Daniel ‘Crusoe’ Defoe, que a saber por qué firmó con seudónimo la primera versión de aquella enciclopedia de las dinastías de la Jolly Roger.

Lo que viene al caso es un extenso capítulo dedicado a un jamás confirmado Capitán Misson, nacido en la Provenza, que ya fuera porque a la luz de las velas de su camarote leía y releía ‘Utopía’, de Tomás Moro, o porque quería anticipar la revolución francesa un siglo, que se dice pronto, se le atribuye la fundación de una república libertaria en la costa norte de Madagascar.

Como la leyenda de Misson, las aventuras de la familia X se pierden entre manglares. Quedan solo como testimonio estas fotos, que deberían ser tomadas (es solo una humilde propuesta) como aquel metraje extra de ‘Apocalypse Now’, en que en mitad de la selva, en la descorazonadora ruta fluvial del capitán Willard en busca de Kurtz, aparece una una familia francesa que se resiste a perder su plantación de caucho. De un modo similar, o no, ahí seguirán tal vez los X de Ruan, que de forma inesperada ha sido posible espiar, lo dicho, a través de unos negativos de cristal vendidos en los Encants.