efectos colaterales del confinamiento

Collserola saca partido de la tregua humana

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Carlos Márquez Daniel

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El parque natural de Collserola brilla como nunca. Sin la huella humana -perjudicial, por supuesto- el paraje ha recuperado esplendor. Mucho se habla de los corzos, las cabras, los jabalís y los osos que han paseado por las calles que mucho tiempo atrás no tenían asfalto ni personas ni coches ni problemas y también eran su hogar. ¿Pero cómo está su hábitat? ¿Cómo les va a la flora y a la fauna en sus propias casas? Paseamos por el gran jardín metropolitano con el veterano guarda forestal Jordi Piera. Cinco horas de excursión que arrojan varias conclusiones: este ‘reset’ les vendrá pero que muy bien pero quizás no sea suficiente; animales y plantas se adaptan mejor que nosotros a situaciones excepcionales, y, como bonus track, Collserola tiene casi tantas anécdotas como hectáreas. Unas 11.000, para ser exactos.

“Solo soy una persona que camina y observa. Mi padre siempre me decía: ver, oír y callar”. Basta que pasen los minutos para que Jordi coja confianza y empiece a abrir esa mente repleta de historietas. La idea es visitar zonas en las que pueda certificarse que la ausencia de personas está devolviendo esplendor al parque natural. Y así es, tanto en la vertiente barcelonesa como en la del Baix Llobregat o el Vallès, en terreno de los nueve municipios que rodean el parque que fue elevado a la categoría de ‘natural’ en octubre del 2010. En el maravilloso salto de agua de Can Planes, por donde circula, cristalina, la riera de Vallvidrera, es habitual encontrarse curiosos que vienen andando desde Sant Bartomeu de la Quadra. Ni un alma. Solo pájaros y agua. Lo mismo en Can Catà, en la carretera de las Aigües, en el entorno de Can Busquets..., todo está desierto, resplandeciente, y en cada curva, Jordi señala una casa que fue propiedad de un conocido empresario que la vendió a un cónsul, unas tierras que, según la leyenda, el alcalde Porcioles entregó a alemanes de turbio pasado, o el proyecto vitícola de Can Calopa, abierto en el 2002, conocido popularmente como Falcon Clos. O el día en el que Maragall le pidió la moto para dar una vuelta por el parque. 

Marià Martí, director gerente de Collserola, explica que cuando finalice el confinamiento, los técnicos realizarán una valoración sobre el estado del parque natural para analizar los efectos de la ausencia humana. Son cinco millones de visitas cada año, con lo que es de esperar que el entorno haya experimentado "una importante y positiva regeneración", sobre todo en los pequeños senderos que usan, aunque no les está permitido, las bicicletas. Ya se ha constatado mayor presencia -no en número, sí en atrevimiento- de determinados mamíferos en lugares que solían evitar. Sin lo bípedos, tejones, ginetas y jabalís amplían su radio de movimientos y alimentación. Una conquista, sin embargo, que algún día perderán de la noche a la mañana. "El parque está mejor que nunca en la historia moderna, pero es mucho más fácil destruir que regenerar", resume el veterano 'sheriff' del pulmón barcelonés. 

Reducir caminos

La limitación de usos, entendida como herramienta de protección del entorno natural, ha sido una de las obsesiones de Martí a lo largo de su dilatada trayectoria al frente del parque. De ahí que esté trabajando para reducir la red de caminos y senderos transitables y paseables. "Ahora tenemos unos 720 kilómetros, pero la idea sería reducirlo hasta poco más de 300. El resto se cerrarían para que puedan regenerarse, creando islas de tranquilidad para que las aves puedan anidar". Collserola lo puede aprobar sin problema, pero si los nueve municipios no lo incorporan en sus ordenanzas, incluyendo el imprescindible marco sancionador, no hay nada que hacer.

Sucedió lo mismo hace cuatro años con la regulación de las bicis: sin el apoyo municipal, papel mojado. Cuenta el guarda forestal que tienen identificados una quincena de circuitos de descenso en bicicleta de montaña. "Los ayuntamientos no ponen de su parte", se queja Jordi. Y ya puestos a pedir, añade el gerente, que el Parlament apruebe una ley que vaya más allá de la protección (eso existe, aunque la normativa es de 1985), que unifique criterios en todos los parque naturales y que incluya multas. Como las que deberían haber recaído en las muchas personas que han pisado Collserola durante el confinamiento. Hace un par de semanas el contador de entradas del Forat del Vent, el collado que une Barcelona con Cerdanyola, registró 920 accesos en dos días. Y en el Pi d'en Xandri, en Sant Cugat, se han alcanzado las 3.000 entradas en medio mes.  

Francesc Llimona es uno de los biólogos del parque. Este plus de tranquilidad, sostiene, puede venir bien para la cría de las aves, que empieza precisamente ahora. Por eso en el parque, y también en la ciudad, se escucha con más brío a los pájaros. Es decir, hacen lo de siempre y son los de siempre, pero con menos ruido de fondo. El problema puede surgir en cuanto se recupere una cierta normalidad y muchos nidos se encuentren en lugares de paso de multitud de personas y bicis. "Los animales se adaptan bien a la situación, pero cuando volvamos a la montaña pueden despistarse, aunque acabarán entendiendo que su lugar es otro". A menor invasión, aclara, más oportunidades de supervivencia y de alimentación para las nuevas aves. "Pero para el ciclo de la naturaleza -añade-, el confinamiento no será lo suficientemente largo como para que se vean cambios muy relevantes más allá de los senderos que se cerrarán con vegetación y estarán menos erosionados". Aunque no espera grandes cambios, Francesc celebra que el parque natural pueda liberarse durante un tiempo de la presión humana. "Collserola, con todo lo que nos da, necesitaba un tregua. Espero que esto despierte más la cultura naturalista".