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El primer escaparate de Balenciaga

La marca heredera del hombre que esculpía alta costura abrirá tienda en paseo de Gràcia, 101, no lejos de donde durante 33 años tuvo su obrador, un lugar al que solo se entraba con invitación

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Carles Cols

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Cristóbal Balenciaga, el modisto de Getaria que vistió a Marlene DietrichGreta GarboGrace KellyAudrey Hepburn y a todo un carácter como Liz Taylor (anécdota al final, por su gustan), se retiró cuando creyó que su época, la de la alta costura personal e intranferible, había terminado. Eso fue en 1968. Hizo una brevísima incursión en la moda confeccionada en serie. Diseño los uniformes de las azafatas de Air France, pero con aquella decisión se sintió como con una americana corta de sisa, incómodo, y así se despidió de las pasarelas. Murió cuatro años más tarde. Una placa en la calle de Santa Teresa recuerda muy escuetamente que ahí, en el número 10, en lo que hoy es el restaurante Da Greco, estuvo entre 1935 y 1968 el obrador de Balenciaga en Barcelona, donde se podía entrar solo con invitación. Ha pasado medio siglo y Balenciaga, ahora como marca, regresa a la ciudad, al 101 del paseo de Gràcia, una esquina de lujo, de sol de mañana y más 500 metros cuadrados.

Al taller que durante 33 años tuvo el modisto en la calle de Santa Teresa, sin escaparate, solo se entraba con invitación

Acaban de alquilar el local y prevén inaugurar en verano, pero eso es solo una minucia inmobiliaria. La interesante es otra perspectiva. A veces se toma el paseo de Gràcia de Barcelona como ejemplo de esa dolencia que aqueja a la avenida principal de las grandes ciudades del mundo, que aburridamente se parecen cada vez más unas a otras, como esos dueños que se parecen a su perro o, peor y más inquietante aún, como si al perro se le pusiera la cara de su amo, porque al final de esto va el problema, de que los amos de las calles principales son corporaciones multinacionales que reproducen el mismo escaparate con independencia del continente de que se trate, El espacio público, como avisa Rodolphe Christin en ‘Mundo en venta: crítica de la sinrazón turística’, se ha transformado en “un lugar por y para la venta” y, más aún, ha conseguido que los antes eran vecinos, transeúntes, viandantes o como se les quisiera llamar son hoy, dice Christin, ‘conso-flâneurs’, consumidores con patas, en una traducción muy libre de esa expresión.

Lo de Balenciaga, no obstante, es, desde la perspectiva de esta sección, ‘barceloneando’, una materia muy distinta, una ocasión para el recuerdo, porque es, en cierto modo, un regreso.

Un hombre de una sola entrevista

“En Barcelona se vestía muy bien”, explica el crítico de arte Josep Casamartina, director de la colección de joyas textiles Antoni de Montpalau y propietario, suerte que tiene él, de 25 ‘balenciagas’, piezas que con el paso del tiempo, conservadas a la temperatura y humedad adecuadas, adquieren bouquet y valor económico como un vino Vega Sicilia. Con 40 años recién cumplidos, aquel modisto esquivo, “el más caro del mundo cuando quiso”, según Casamartina, que solo concedió una entrevista en toda su vida, abrió una sucursal de su negocio en Barcelona, no muy lejos de donde ahora renacerá la marca.

Eso fue en 1935. Fue un aterrizaje accidentado. La guerra civil, claro, le aconsejó refugiarse en París, que terminaría por ser su trampolín mundial a la fama. Quedarse en Barcelona hubiera sido un disparate. Con las colectivizaciones, los talleres de costura, del rango que fueran, trabajaron a destajo para proveer de uniformes a la soldadesca. Nadie sabe a ciencia cierta, ni Casamartina, lo cual ya es mucho, qué pasó con el obrador de Balenciaga en aquellos días en que George Orwell estuvo en Barcelona y que, según retrató en ‘Homenaje a Catalunya’, “era una ciudad donde las clases acomodadas habían dejado de existir, porque a excepción de unas pocas mujeres y algunos extranjeros, no había gente bien vestida”. La prestigiosa Santa Eulàlia (que, por cierto, desde el 2005 ha sido la única llama de esta marca en la ciudad) corrió esa suerte. Con el llamado decreto de Tarradellas, Santa Eulàlia, una tienda fundada en 1843, pasó a ser la división textil de la FAI o de cualquier otra milicia republicana, así que no hay que descartar que con el taller del de Getaria sucediera lo mismo y hubiera en el frente de Aragón algún oficial republicano vestido con un ‘balenciaga prêt-à-porter avant la lettre’.

París descubrió en un mismo año a Picasso y a Balenciaga y el MET juntó sus obras en una exposición en 1973

París, lo dicho, recibió a Balenciaga como a un artista. Lo que hacía con sus propias manos era esculpir con telas. "Una mujer no necesita ser bella ni perfecta para llevar mis vestidos, el vestido lo hará por ella", dijo en una ocasión el propio modisto. Y lo cierto es que no había que tener un tipín para que sus creaciones fueran perfectas. En París estaban asombrados. En 1937, Picasso exhibía el ‘Guernika’ en el parisino Palacio de Chaillot de la capital francesa y Balenciaga recibía los más sinceros elogios de parte de, ‘oh!, là là’, Coco Chanel, rendida a sus pies porque aquel vasco hijo de pescador y modista era capaz de lo inaudito. Otros, como ella, diseñaban alta costura. Balenciaga, literalmente, la moldeaba con sus manos. De haber seguido los pasos de su padre, habría pescado lo más hermosotes atunes. De su madre aprendió a dominar las telas como nadie antes y, tal vez, incluso después.

'El hilo invisible'

Un año después de su fallecimiento, el Museo Metropolitano de Nueva York concluyó que había muerto un artista y que, como tal, sus obras merecían exhibirse en sus salas. Durante siete meses mantuvo abierta una exposición en la que 180 ‘balenciagas’ compartían espacio con pinturas de GoyaVelázquezMiró y Picasso. A su manera, Nueva York desbrozó el camino para que hoy haya un Museo de Balenciaga en Getaria, el Museu del Disseny exhiba ocho de los 200 vestidos que del modisto atesora en sus fondos y que periódicamente su recuerdo renazca, como hace dos años con motivo del estreno de ‘El hilo invisible’, película inimaginable sin que Balenciaga hubiera sido su principal fuente de inspiración.

Balenciaga nunca exhibió sus creaciones en un escaparate. Que ahora su nombre vaya a ocupar próximamente una de las mejores esquinas del paseo de Gràcia, en la confluencia con la calle de Provença, es solo la confirmación de que los tiempos son otros, "mundófagos", según Christin, pero, ¡qué caray!, será también un oportunidad para la nostalgia y el recuerdo.

El hombre que vestía mitos

Algunas de las más acaudaladas clientas de Cristóbal Balenciaga jamás llegaron a conocerle. Cabe suponer que las más conocidas de ellas, como Marlene Dietrich, sí. Esta, por ejemplo, celebró en una ocasión que Balenciaga conocía tan bien cada medida de su cuerpo que ninguno de sus vestidos requirió nunca un retoque, Dietrich, no obstante, aunque fuera un mito del séptimo arte, era a la par una mujer hogareña, que igual que vestía un ‘balenciaga’ se ponía el delantal para cocinar, su gran pasión más que los amoríos. Liz Taylor era todo lo contrario. Un carácter. No hay un relato, ni siquiera oral, sobre cómo fue, si es que lo hubo, el cara a cara entre Balenciaga y la caprichosa estrella. Qué lástima, ni que fuera por saber si fue ella la que cedió el paso. Nada ilustra mejor qué carácter tenía Taylor que un telegrama recibido el 28 de mayo de 1962 en las oficinas centrales de la Fox. ‘Cleopatra’ fue una auténtica tortura ‘tayloriana’ para el equipo de rodaje. Tanto que, filmada la escena final, alguien envió un mensaje a la productora. Es famoso. “Lo hemos conseguido. ¡Está muerta!”. Hasta a mujeres así vistió Balenciaga.