Barceloneando

La 'tournée' de Albert Soler

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zentauroepp51992842 bcn espaa200127173246 / Luis Campo Vidal

Ramón de España

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Hace unas semanas me tocó presentar, en un bar cercano al Mercat de Sant Antoni, el libro de mi amigo Albert Soler 'Estàvem cansats de viure bée', que recoge las hilarantes columnas sobre el 'procès' que el hombre lleva publicando desde hace unos años en el 'Diari de Girona'. Me acompañaron Víctor Amela y Alfonso de Vilallonga, barón de Maldá, quien puso broche de oro al acto interpretando las dos canciones que ha dedicado al temita, 'Estat propi' y 'La complanta dels burgesos oprimits'. Hubo un lleno hasta la bandera –o hasta la 'senyera', como prefieran–, pues cada vez hay más víctimas del 'procès' que salen del armario y aprovechan la menor ocasión para reírse en público de este sainete que llevamos representando los catalanes desde el 2012: cuánta razón tenía Marx cuando dijo que la tragedia (en nuestro caso, lo de Euskadi) se repite como farsa (la ópera bufa de Puchi y sus palmeros).

Yo creí que ya había cumplido con el acto barcelonés, pero poco después me encontré repitiendo el 'show' en Banyoles, donde pasamos un fin de semana con la Resistencia local –Jaume Boix y su alegre pandilla de Convivència i Progrés, quienes intentan mantener la cordura en un sitio que es el pueblo más lazi de Catalunya, ¡por encima de Berga! Titot, esperaba un poco más de ti– y al que pusimos fin con un magno desayuno en el bar Cuéllar de Vila Roja, cuya dirección ignoro porque su propietario, el excompañero de pupitre de Albert en los maristas, Antonio Cuéllar Montilla, ha tapado el nombre de la calle con una pancarta que reza 'Avenida del 155' (a la entrada del barrio, una enseña nacional con la frase 'Bienvenidos a España': en esa especie de territorio autónomo es como si no existiera Marta Madrenas, agradable distopía).

En la Blanquerna de Madrid

La semana pasada nos tocó repetir el numerito en Madrid, ya que el libro tiene edición en castellano, 'Nos cansamos de vivir bien', y el editor, Luis Campo Vidal, es incansable e inasequible al desaliento. Ya va siendo hora de que en España conozcan al amigo Soler y yo diría que había ganas, pues llenamos la Blanquerna. Sí, sí, han leído bien. No sé cómo, nos dejaron la embajada catalana en Madrid para que la mancilláramos con nuestros comentarios disolventes.

El delegado de la Generalitat, Gorka Knorr –medio catalán, medio vasco, doblemente nacionalista y acostumbrado desde hace años a oler lo que se guisa en el PNV y en los restos de Convergència– no hizo acto de presencia, puede que para ahorrarse el berrinche. En la mesa, solo Juan Cruz aportó cierta mesura, pero los demás –un servidor de ustedes, Albert Soler y el director del 'Diari de Girona', Jordi Xargayó, a quien Jami Matamala llegó a exigirle inútilmente el cese inmediato de Albert– hicimos el bestia a más no poder. Uno dio las gracias a la 'Gene' por su 'fair play', pero Albert lo echó a perder diciendo: "Yo no las tengo todas conmigo. Acuérdate de aquel periodista saudí que entró en la embajada de su país en Turquía y lo descuartizaron".

Salimos de una pieza y con muchas ganas de inflarnos a callos y calamares a la romana. Y creo que ahora sí, que ya he cumplido, aunque el amigo Campo Vidal es de los que muerde y no suelta y no me extrañaría que estuviese tramando alguna nueva actividad promocional. De momento, el libro está funcionando muy bien –está entre lo más vendido de Amazon– y su lectura es muy recomendable para quien sepa ver el lado cómico de nuestro vodevil soberanista, con sus banderas opresoras que no se arrían y sus líderes que citan a sus secuaces el lunes en el despacho antes de meterse en el maletero de un coche y salir pitando hacia Bélgica.

Odiado

Albert Soler ha conseguido con sus columnas –alimento imprescindible para la Resistencia gerundense– demostrar que la disidencia es posible en el corazón de lo que Jaume Sisa denomina "la Catalunya catalana". Mucha gente le odia, ha habido pintadas en su contra en la sede del 'Diari de Girona' y hasta ha encajado alguna que otra inconveniencia por la calle. ¿Mi favorita? Una vez que estaba en una terraza, entrevistando a Àngel Casas, y alguien le llamó 'botifler' sin detenerse, a lo que Albert respondió "¡Capullo!" sin levantarse y siguió dando bola al entrevistado. Es lo que tiene, según mi amigo, haber ido al colegio con todo el mundo: una versión amable de la confianza que da asco.