HISTORIA DE UN ICONO

Los orígenes del Park Güell

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Natàlia Farré

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"El lunes quedará abierto y a disposición del público el Park Güell". Así con esta escueta nota, sin fuegos artificiales ni banda municipal, se anunciaba en la prensa la apertura del recinto a los barceloneses el 26 de abril de 1926. Pese a la popularidad del parque, aquí y allende de los mares –los 9 millones de visitantes alcanzados en el 2012 obligaron a regular la entrada estableciendo un pago–, hasta ahora se desconocía la fecha exacta de su apertura como equipamiento municipal. Se especulaba con el año 1922, de hecho, en el 2017, cuando el ayuntamiento presentó su plan estratégico para la obra modernista –ya saben, lo de siempre, revertir su tendencia a icono turístico para devolverla a los vecinos–, el consistorio mostró la voluntad de tenerlo listo para  el centenario de su apertura: el 2022. Pues no. Abrió en 1926.

La fecha exacta la han encontrado la catedrática de Historia del Arte Mireia Freixa y la arquitecta Mar Leniz, autoras del recientemente publicado por el Museu d’Història de Barcelona (Muhba) 'El Park Güell i els seus orígens'. Una inmersión en toda regla a la documentación relacionada con el parque desde su génesis –antes de que la finca fuera adquirida por Eusebi Güell– hasta su conversión en espacio público. La investigación ha aportado más datos inéditos. Ahí están, también, la faceta desconocida del Gaudí escenógrafo, con sus trabajos para el fallido Edipo Rey que debía representarse en el parque en 1909; y los estudios nunca publicados sobre el recinto que en 1921 encargó el ayuntamiento antes de adquirirlo a la familia Güell. Otros datos se sospechaban pero ahora se han documentado, como su ofrecimiento a Alfonso XIII como residencia real. El rey prefirió la finca de Pedralbes, también de los Güell, y así el parque pudo pasar a manos municipales. No fue fácil, las negociaciones para la compra duraron casi cinco años y no estuvieron exentas de polémica por el alto precio que se pagó.

Cuatro entradas, dos pesetas

Pero el 26 de abril de 1926 no fue la primera vez que los barceloneses de a pie pudieron entrar en el templo modernista levantado mano a mano por Gaudí y Güell. El primero, como genial arquitecto; el segundo, como mecenas de pro. Folch i Torres en su guía sobre Barcelona de 1910 explicaba que los "forasteros" podían adquirir cuatro entradas por dos pesetas; en 1918, la misma publicación, ya no hablaba de "forasteros" sino de "visitantes", en un intento –ya entonces– de atraer al público local. Aunque este no andaba lejos, pues el parque acogió desde siempre múltiples actos sociales, desde reuniones aristocráticas, como la celebrada en honor a la hija de Isabel II, en 1911; hasta fiestas populares, como la dedicada a la sardana que en 1908 reunió a 10.000 barceloneses.

La mención de su popularidad como recinto de fiestas y festejos no es baladí, pues a partir de la datación de estos, las autoras han podido documentar la construcción paso a paso de la obra. Y, además, evidenciar algo fundamental en su estudio y que no es otra cosa que el Park Güell no puede entenderse fuera del contexto histórico de Barcelona. "No se puede entender sin tener en cuenta la urbanización al estilo de Gràcia de la parte baja del parque, sin el plan Jaussely y sin la conquista de las colinas. No se puede entender sin conocer que en ese momento la ciudad estaba urbanizando la montaña, y lo hacía de una manera diferente", apunta Freixa. Ello significa grandes torres en la falda de Collserola. Y fue en este contexto que Güell y Gaudí planearon un parque urbanizado –"a semejanza de los que existen en Inglaterra", según reza en algunos documentos– y no una ciudad jardín como siempre se ha dicho.

El proyecto no cuajó

Freixa y Leniz sostienen que "por sus características de recinto cerrado con usos exclusivamente residenciales para casas rodeadas con jardín destinadas a la burguesía y con estructuras y servicios comunes privados, no puede confundirse con una ciudad jardín". Aunque el proyecto no cuajó. Las razones son varías y las autoras las achacan sobre todo a tres factores: el transporte, la vecindad y el sistema de venta de solares. Este último complicado, pues funcionaba por enfiteusi y no se llegaba a tener nunca la propiedad. Del transporte tuvo la culpa el tranvía, que llegó a Craywinckel antes que al parque. La vecindad está relacionada con la aportación que las autoras hacen de la urbanización de la parte baja de la finca antes de que Güell la comprara: la zona de Muntaner de Dalt (tal era el nombre del terreno) por debajo de la calle de Olot tenía un plan diseñado siguiendo las características de Gràcia. Un urbanismo demasiado popular junto a la entrada de un parque que apuntaba a las élites. La burguesía prefirió irse al Tibidabo.

Aún así, las autoras no hablan de fracaso. Es cierto que fue un proyecto inmobiliario fallido, pero destacan que es una de las obras más importantes de Gaudí  y uno de los pocos trabajos urbanísticos que realizó, además de su carácter de "espacio para el ocio y la cultura". El alto rendimiento económico que obtuvieron los herederos de Güell con su venta (3.170.000 pesetas) tampoco permite hablar de fracaso de lo que se considera  la "obra de arte total" del legado del genial arquitecto.