Barceloneando
El Glaciar cumple 90 años
El emblemático bar de la plaza Reial de Barcelona se dispone a celebrar su aniversario
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
Olga Merino
A las ocho, en el Glaciar. El emblemático bar de la plaza Reial ha sido desde siempre un lugar donde quedar, uno de los contados locales en el cogollo de la ciudad que conserva todavía cierto regusto auténtico. Pues bien, el garito se hace bisabuelo: en octubre cumple 90 años, y sus actuales propietarios, Rafa González y el bretón Christian Alary, se disponen a celebrarlo por todo lo alto, el mes entero si hace falta, siempre que los decibelios y las ordenanzas municipales se avengan. Todavía andan dándole vueltas a cómo organizar el sarao, pero música en vivo habrá. Por descontado.
La primera referencia al Grand Café Restaurant Glacier aparece en las crónicas en 1886, cuando se encontraba ubicado en la Rambla central, pero el traslado hasta su actual emplazamiento, a un local más grande, no se efectúa hasta el 19 de octubre de 1929, a rebufo de la Exposición Universal, en plena dictadura de Primo de Rivera, una época pródiga en ‘calerons’ y obra pública. Si el letrero conserva todavía un montón de nieve en la cúspide de su tipografía, es porque las familias solían acudir allí a tomar helados, entonces una costumbre muy chic. Eran los felices años 20, con sus celebrados ‘sopars de duro’. De las cenas baratas, nunca más se supo.
El mítico bar se instaló en la plaza Reial en 1929, a rebufo de la Exposición Universal
Consta en los anales de la ciudad que, durante la guerra civil, el Comité Central de Abastecimientos se incautó del restaurante y lo convirtió en un comedor popular. El cambio a Glaciar fue cosa del franquismo, claro; da maldita pereza explicar lo sucedido.
Acabada la contienda, sobre los manteles blancos se servía a la carta “comida de primerísimo orden”, según los anuncios de la época, delicadezas como ostras, salmón del Rin, fuagrás Strasbourg o “huevos Lafitte”, que la burguesía degustaba en sus resopones a la salida del Liceu; el Glaciar quedaba a mano y siempre estaba abierto. También se preparaba ‘pollo allo spiedo’, una forma algo esnob para referirse al humilde pollo al espetón, pero es que entonces, ay, un pollo a ‘l’ast’ era manjar navideño; que se lo pregunten al hambre atrasada de Carpanta, aunque a su dibujante, el historietista Escobar, le dieron un toque de atención y solo podía hablar de “apetito”. Así lo cuentan.
Aún quedan perlas en el jugoso anecdotario del Glaciar de la plaza Reial: la noche de Reyes de 1949 acogió, por una sola vez, la concesión del Premio Nadal -al año siguiente, el gentío aconsejó trasladarlo al Hotel Oriente— y la presentación en sociedad de Gabriel García Márquez y su esposa, Mercedes Barcha, en noviembre de 1967, recién aterrizados en la ciudad, durante una cena en ‘petit comité’ organizada por la ‘superagente’ Carmen Balcells.
Convertido en comedor popular durante la guerra, , sus paredes acogieron la concesión del Premio Nadal en 1949
Las paredes del bar nonagenario, hoy decoradas con fotos de músicos de jazz, y su sinuosa barra de mármol han sido también escenario para el rodaje de múltiples películas, como ‘Libertarias’ (1996), de Vicente Aranda, y ‘Salvador’ (2006), de Manuel Huerga. En resumidas cuentas, se trata de un bar muy barcelonés, muy nuestro, tanto que el escritor Carlos Zanón le dedica un capítulo entero, así titulado, ‘Glaciar’, en la resurrección novelesca del detective Carvalho, la novela titulada ‘Problemas de identidad’. Los ventanales del bar son, en efecto, un mirador espléndido para “dejar pasar la tarde mirando la fauna de la plaza mutando de pelaje e intenciones a medida que mengua la intensidad del sol y empieza a tiritar el alumbrado eléctrico”.
No todo han sido alegrías y parabienes en su andadura: en noviembre de 1971 el Glaciar tuvo que cerrar sus puertas por la mala gestión de sus arrendatarios, que lo habían convertido en un bar chabacano, sin gracia alguna. Fue la época de la fiebre de los indios, los hindús, que habían empezado a alquilar locales en la parte alta de la Rambla, unos años que coincidieron con la degradación de la plaza Reial. Los más veteranos recordarán: yonquis, peristas, confidentes de la poli en horas bajas, chaperos, camellos de lo peor.
Tras circunstancias y vericuetos que sería largo pormenorizar, Alary y González, que había trabajado como camarero en el Glaciar en los años 90, lograron hacerse con el local en 1994, por el que pagan 15.000 euros de alquiler mensuales a la marquesa de Fontcuberta. Les va muy bien, sobre todo con la terraza en verano y los conciertos que programan los jueves. Y ahí siguen, con ganas de seguir peleando para alcanzar el centenario y que el ayuntamiento les coloque una placa en la puerta. Amén.
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