BARCELONEANDO

La ciudad como antídoto

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zentauroepp47318828 barcelona 12 03 2018 barceloneando encuentro con jordi co190322172953 / JOAN CORTADELLAS

Olga Merino

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Repechando la pendiente de la calle de Llobregós, el invitado de hoy recuerda que era precisamente aquí donde la Montesa hacía las pruebas de resistencia de sus motocicletas, para constatar si el motor aguantaba cuesta arriba, y aun sin resuello el autor bromea con que no es de extrañar que el Pijoaparte, el inolvidable charnego de Ultimas tardes con Teresa, se dedicara a robarlas por cuanto los autobuses tardaron una eternidad en llegar al barrio. Subimos al Carmel por las magníficas vistas que brinda sobre la ciudad, por la foto, porque el escritor y periodista Jordi Corominas (Barcelona, 1979) acaba de publicar ‘Paràgrafs de Barcelona’ (Àtic dels Llibres), un paseo por la ‘Gran Encisera’ en la brecha que abrieron grandes cronistas como Josep PlaJosep Maria Huertas Claveria o Lluís Permanyer.

¿Patatas bravas? La pugna se libra entre las del bar Delicias, en el Carmel, y las del Tomàs, en Sarrià

Desde aquí arriba, el mar es hoy una franja de color gris tiburón. Aunque las nubes hayan fastidiado un poco la panorámica, había otro pretexto magnífico para visitar el barrio encaramado: las patatas bravas del mesón Las Delicias (Mühlberg, 1), las mejores de Barcelona, según testifica Corominas, junto con las del bar Tomàs (Major de Sarrià, 49). En el Carmel, todo hay que decirlo, las raciones son más abundantes y baratas.

Reflexión sobre la ciudad

Es en este punto, en el del tubérculo aderezado con salsa picante, donde surge la primera reflexión sobre la ciudad y sus habitantes: los barceloneses somos extremadamente perezosos. El rico nunca probará las patatas bravas del pobre, y viceversa. Somos humanoides de recorridos prefijados. Si a un vecino del Guinardó le dices que vaya a Sants, se le ponen los pelos de punta, como si tuviera que cruzar el Himalaya, y eso que el metro funciona como un tiro. En realidad, la ciudad está llena de murallas invisibles, y en los barrios que en su día fueron pueblos —Sant Andreu, Horta, Gràcia o Sarrià— aún se usa la vieja expresión ‘baixar a Barcelonabaixar’, como si fueran islas de un mismo archipiélago.

Emergen otras características aquí y allá en la radiografía que supone ‘Paràgrafs de Barcelona’: el falso cosmopolitismo, las esquinas, lo poco que se miran las personas entre sí, lo mal que caminamos y el hecho de que sea, junto con Roma, la ciudad europea con mayor número de fuentes. No deja de ser curioso también que, con una tradición obrera y libertaria salvaje, la mayoría de calles y plazas de regusto revolucionario estén arrinconadas en los barrios periféricos. La memoria sedada, dice Corominas.

Tobogán de ideas

El texto se articula como un libro río, un paseo no lineal, un tobogán de ideas donde un concepto lleva a otro, como si una libélula diabólica hubiese cosido los párrafos. No el tostón de un erudito, aunque el autor pudiera alardear de ello, sino un juego de la oca donde se entremezclan la arquitectura, paseos, la historia, cavilaciones, anécdotas, un viejo crimen de la crónica negra, como el de Carmen Broto, y detalles minúsculos que a simple vista pasarían desapercibidos. ¿Sabían que, al parecer, hay más de 500 dragones repartidos por la ciudad? También aparecen fragmentos de la Barcelona que pasó a mejor vida, como el anuncio de Jabones Lagarto, encima del bar Trole, en la ronda Sant Pere; la casetas de libros de la calle Diputació, enfrente del seminario; o la vieja vaquería Calvet de la calle Torrijos. ¿Ubi sunt?

A pesar de que en otra vida fue francés, Corominas no tiene pelos en la lengua a la hora de señalar lo que le desagrada, como la fealdad de la plaza Urquinaona o la polémica en torno a la continuación de la Sagrada Família. Tampoco, sobre el procés: "No crec que ningú amb una capacitat intel·lectual mitjana —escribe— pugui afirmar amb rotunditat que un sol bàndol d’aquest disbarat tingui raó". Ah, la equidistancia, esa tierra de nadie, el pimpampum de feria donde se reciben zascas de todos lados. El único nacionalismo que Corominas consiente, porque lo practica, es el de barrio; en su caso, Gràcia, Guinardó y el Camp de l’Arpa. Porque él entiende la ciudad como un antídoto contra los fanatismos.