UNA INFRAESTRUCTURA GAFADA

Un deseo llamado tranvía

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Carlos Márquez Daniel

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Hay que remontarse al siglo pasado para entender el regreso del tranvía a Barcelona. Pero aquí repasaremos, más allá de cómo se fraguó el proyecto del Trambaix y el Trambesòs (estrenado en el 2004), el via crucis político que ha sufrido la unión de ambas líneas. El viaje nos lleva al mes de abril del 2007, en plena campaña electoral de las municipales que se celebrarían un mes después. El tripartito PSC-ERC-ICV gobernaba la ciudad y aspiraba, como así fue, a revalidar el control. Entre los muchos asuntos que se discutieron, el que defendía la ecosocialista Imma Mayol: el tranvía por la Diagonal. Y de esos polvos, estos lodos.

Xavier Trias, por poner algo de contexto, llegó a proponer en aquella precampaña que un tranvía bajara por Rambla de CatalunyaJordi Hereu descartaba la unión por la Diagonal (tampoco le gustaba a su antecesor, Joan Clos) y era partidario de una línea subterránea de Ferrocarrils de la Generalitat que uniera Francesc Macià y Glòries. Se mascaba un debate intenso, pero la decisión, al tratarse de una infraestructura ferroviaria, recaía en la Generalitat, que en el 2008 finalmente se avino a estudiar la mejor manera de unir el ferrocarril urbano. En septiembre de ese año, en una entrevista en este diario, Hereu daba la campanada: “El tranvía y pacificar la movilidad son compatibles con la movilidad”. El alcalde evitó tirarse a la piscina, asegurando que todavía no había calendario, aunque esperaba “tener un proyecto conceptual en los próximos meses”. Un mes después, sin embargo, vaya si se mojó: "A partir del 2011, en el siguiente mandato". Que empiece la fiesta.

Ese proyecto se cifró entonces en 90 millones de euros y tenía dos opciones sobre la mesa: las vías por el centro en plan bulevar, o en los laterales para generar una amplia rambla central. La cosa parecía pan comido, ya que todos los grupos municipales, a excepción del PP, daban apoyo a la iniciativa. Entre la sociedad, solo los conductores y los vecinos de la zona, por temor a las obras, se mostraban recelosos. Eran tiempos menos complicados, con solo cinco grupos municipales, sin concejales no adscritos. También el ambiente era otro, con los ediles bromeando entre ellos antes y después de los plenos. Para mayor gloria de la idea, una encuesta realizada por EL PERIÓDICO en diciembre del 2008 daba un 67% de apoyo al proyecto. Pero no por ello cada cual dejaba de barrer para casa y aprovechar debilidades ajenas.

Ricard Gomà (ICV), por ejemplo, se negó a que el tranvía quedara soterrado en el primer tramo para no entorpecer el tráfico de Francesc Macià. Acabaría ganando su opción. El 23 de enero del 2009, hace ahora exactamente 10 años, y con la crisis económica con medio cuerpo fuera, el ayuntamiento anunció que la decisión final la tomarían los ciudadanos a través de una consulta electrónica en la que ERC tuvo mucho que ver en forma de presión política. Jordi Portabella fue el más listo de la clase. ¿Qué podía salir mal

Empezó una campaña de año y medio en la que recesión no ayudaba demasiado a que la gente comulgara con semejante infraestructura. Trias también fue gallardo y unos meses antes de votar reclamó una tercera opción en la consulta además de tranvía en forma de rambla o bulevar: dejar la Diagonal como está. Lo que sucedió ese mayo del 2010 es de sobra conocido. Un fiasco político monumental, con una participación del 12% y un 80% de los sufragios a favor de esa alternativa de no tocar nada. Hereu admitió que no había medido bien las prioridades de los barceloneses. un año después, los socialistas perdían la ciudad. Trias cogía el guante, y una de las primera cosas que hizo fue dejar claro que nada quería saber sobre tranvía por la Diagonal. Hasta que llegó Colau...