BARCELONEANDO

Hoteles con jardín: islas en medio del oleaje

Jardín del Hotel Alma.

Jardín del Hotel Alma. / FERRAN NADEU

Olga Merino

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Hasta hace poco, entrar en un hotel sin estar en él hospedado producía bastante desazón, no solo porque las cafeterías hoteleras tenían un aire desangelado, como de estación de provincias con aves de paso esperando el tren, sino también porque solían asestar unos sablazos monumentales. En los hoteles te sangraban y, encima, se comía fatal: sin citar nombres, son indelebles en el recuerdo algún fricandó y un pescado nadando en una charca de salsa incierta. Célebre es la invectiva que acuñó al respecto el gran Josep Maria de Sagarra: “He dinat amb molta gent,  / i qui diu gent diu gentussa, / però mai tan malament / com als hotels de la Husa”.

Por fortuna, esas memorias quedaron sepultadas en el último rincón del desván. Es más, algunos de los mejores restaurantes de la ciudad, con sus constelaciones de estrellas, se encuentran ubicados precisamente en hoteles, como el de los hermanos Roca en el Omm, el de Carme Ruscalleda y su hijo, Raül Balam, en el Mandarín Oriental, o el de Martín Berasategui en el Comtes de Barcelona, donde se ofrecen espectáculos papilares que no están al alcance de cualquier bolsillo. Láminas de presa ibérica atemperada sobre cuajada de foie-gras, tarama de ostra con helado de mostaza y otros cantos de sirena por el estilo.

Hoteles con jardín

Pero aquí hablamos de entrar a un hotel a tomarse algo normalito. Un café con leche, una cerveza, un gintónic, sin que el capricho cueste un ojo de la cara. En estos menesteres, los barceloneses estamos recuperando poco a poco el tiempo y los espacios perdidos, joyas ocultas concebidas para el disfrute no solo del visitante forastero. Me refiero a los hoteles con jardín, aunque sería mejor decirlo al revés. El Jardín del Alma y el de Casa Mimosa son dos de los mejores ejemplos, todavía aprovechables por el magnífico invento de las estufas exteriores.

El Jardín del Alma y el del H10 Casa Mimosa son dos de los mejores ejemplos de hoteles con recoletos espacios interiores

Resulta imposible no rozar el cliché en la descripción de su encanto recoleto y echar mano del oasis, el remanso de paz o la isla en medio del oleaje, como cantaban Dolly Parton y Kenny Rogers. Inevitable porque los tópicos suelen ir sobrados de razones, y no se oye rastro del tráfico a su cobijo. En el caso del Hotel Alma (Mallorca, 271), el propietario, Joaquín Ausejo, tuvo la feliz idea de echar abajo el aparcamiento que ocupaba el interior de manzana, todo el cemento y las columnas, y restituir el pulmón verde que había tenido el edificio en el siglo XIX y que había formado parte de los jardines de los Campos Elíseos, inaugurados en 1853, un espacio con pérgolas, estanques y glorietas. En eso consistía la genial ocurrencia de Ildefons Cerdà pero, en una ciudad tan escasa de suelo, los interiores de manzana acabaron atestados de pequeños talleres.                 

Fue una tarea de locos o de titanes, que suena mejor, porque los cuatro inmensos plátanos que alberga el Jardín del Alma en sus 413 metros cuadrados tuvieron que ser trasplantados mediante una grúa desde la calle Mallorca por encima de los tejados. También hay olmos, dos encinas, bambú y hiedra que tapiza las paredes de un jardín muy inglés en su belleza desordenada.

En el Alma han derruido un aparcamiento para recuperar un espacio que había formado parte de los Campos Elíseos

Las mimosas, que florecen amarillas en febrero, son en cambio la vegetación estrella en el hotel H10 Casa Mimosa (Pau Claris, 179), así como una palmera centenaria, tilos y un ligustro cuyas ramas se reflejan en el estanque al que da sombra en verano. El jardín, de 470 metros cuadrados, está emplazado junto a las antiguas caballerizas de una mansión modernista en la que habían residido en tiempos los condes de Godó. Un espacio singular del que gozar a precios más que razonables.

En el jardín romántico del hotel Petit Palace Boqueria Garden (Boqueria, 10) no disponen de servicio de bar, pero sí de una máquina de café y bebidas. Se trata de un lugar abierto al público, desde las diez de la mañana hasta las seis de la tarde. Un rincón privilegiado para aislarse con un libro en el silencio.