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Pep Cuntíes: "Yo fotografié a un vampiro"

Comenzó como una expedición cámara en mano al antiguo matadero de Barcelona y salió de allí, no por piernas, pero sí con un retrato único e inesperado

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Carles Cols

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Pep Cuntíescomo se afirmó hace una semana en esta despensa de historias varias de la ciudad que es el barceloneando, retrató a un vampiro en el Eixample. No se dieron más detalles, solo que fue en 1974. Era en el último párrafo de un texto casi íntegramente dedicado a las andanzas de este fotógrafo barcelonés por el entrecuix del Raval, pero se prometían ya entonces más revelaciones sobre tan sobrecogedor cara a cara y, según y como, hasta la prueba fotográfica de ello. Para los más impacientes, está al final, pero avisados quedan, si deciden ir hasta allí de cabeza, de que hay que tener el temple de un Van Helsing para mantener la mirada en ella sin una mueca de espanto.

El matadero era un edificio del XIX, obra del pagafantas de la arquitectura local. Cerró en 1979 y no quedó nada de él

La cosa es que Cuntíes, como se contó hace siete días, tenía una querencia fotográfica por lugares u oficios que él intuía que más pronto que tarde se extinguirían. Acertó con la mina asturiana del Fondón, a la que descendió en varias ocasiones. Se equivocó con la prostitución del Raval, que exploró en 1978 y revisitó en el 2014. Pero lo que viene al caso es que en 1974 obtuvo permiso para presentarse varias noches, cámara en mano, en el antiguo matadero de la ciudad, al que (entonces él no lo sabía) le quedaban solo cinco años de vida.

Aquel era un lugar tremendo, fuera ya de época, inaugurado en 1891 en el extremo más izquierdo del Eixample, obra de Antoni Rovira i Trias, el pagafantas de la arquitectura local, el hombre que parecía que iba a ser el padre del Eixample barcelonés, menudo honor, hasta que en una suerte de cent quinze avant la lettre el Gobierno central impuso a Ildefons Cerdà. Los edificios originales del matadero (porque luego le añadieron pegotes que lo desvirtuaron) tenian su qué, un cierto aire al mercado de Sant Antoni, también obra de Rovira i Trias, pero bajo aquellos tejados modernistas se mataba al ganado como Judith degollaba a Holofernes en los cuadros de Caravaggio, sin gesto alguno de emoción. Eso fue a buscar en parte Cuntíes aquel 1974, y a fe que lo consiguió. Las imágenes son duras. En castellano a ese lugar lo llaman matadero. En catalán, escorxador, literalmente el desollador. No es fácil decidir que palabra le hace más justicia.

Aquel patíbulo animal cerró sus puertas finalmente en 1979 y, no sin quejas de los colectivos patrimonialistas, se echó íntegramente abajo porque el primer ayuntamiento democrático tras la dictadura, con Narcís Serra al frente, decidió que el solar resultante iba a ser un símbolo de los nuevos tiempos. Iba a ser un parque, enorme, del tamaño de cuatro manzanas del Eixample, todo un cambio de rumbo en un distrito en que, consumidos ya todos los metros cuadrados disponibles, el porciolismo permitió las 'remuntes', edificar una segunda Barcelona sobre la primera, con ese resultado algo Moebius que aún es perfectamente visible.

Fue el primer parque de la democracia y se lo dedicaron a Miró, porque la ciudad tenía una deuda pendiente con él desde 1918

El resultado no fue la repanocha. Es el parque de Joan Miró. Parece que Barcelona se sentía en deuda de algún modo con el pintor. Recientemente había sido inaugurada en Montjuïc la Fundació Joan Miró, pero no era suficiente como para reparar el feo que esta ciudad le hizo cuando siendo un desconocido expuso por primera vez su obra en una galería local. La crítica más recordada es la del diario La Publicitat (“…un novato propenso al amaneramiento, magnífico atrevido, detestable colorista…”), pero incluso las favorables, que las hubo, reconocían que a buena parte de los visitantes les entraba la risa al ver los cuadros.

Eso fue en 1918, hace 100 años, que parece mucho, pero en realidad Barcelona no era tan distinta a la de hoy. En un pleno municipal de aquellos mismos días en que Miró se daba a conocer, lo que son las cosas, se debatía un propuesta en la que se solicitaba al alcalde Manuel Morales (por cierto, tenor de ópera de profesión) medidas para contener el precio de los alquileres en la ciudad, en concreto que se obligara a los propietarios a retornarlos a allí donde estaban el 1 de agosto de 1914, porque con la primera guerra mundial la ciudad se puso de moda como refugio de ricachones de media Europa y los alquileres se pusieron por las nubes. Miró, mientras, era incomprendido, y lo seguiría siendo 60 años más tarde cuando se inauguró una plaza a su nombre, primero porque aún hoy muchos la conocen como la plaza del Escorxador y, segundo, porque la escultura que allí se erige, Dona i ocell,  fue conocida durante mucho tiempo como Polla con cruasán. Pobre Joan Miró.

Era famoso entre sus compañeros de oficio por beber de la sangre que manaba del cuello del ganado. Posó orgulloso ante la cámara

La cuestión, a lo que íbamos, es que antes de que entrara allí la piqueta aquello era la adadía de Carfax del vampiro del Eixample, pues así le conocían sus propios compañeros de trabajo. Explica Cuntíes que creía haberlo visto todo del matadero cuando fotografió por primera vez esa coreografía en la que un grupo de empleados sujetaban a un ternero o a un caballo para que otro le diera un mazazo preciso en la cabeza. La bestia se desplomaba. Lo tenían todo calculado. La cabeza quedaba a la altura de un recipiente y uno de los operarios le rebanaba el cuello para que se desangrara. Fue entonces cuando supo de él. Descubrió que no lo había visto todo aún. Su fama en el matadero era inevitable. Trabajaba allí. Acercaba una botella recortada al cuello del animal y la llenaba de sangre. Bebía de ella. Aquella noche de 1974 lo hizo y posó ante la cámara. “Sí, yo fotografié al vampiro”. Promesa cumplida. Ahí va la foto.