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Lo nunca visto del Palau Macaya

Tras 116 años, la fachada posterior de este bombón de Puig i Cadafalch lucirá el culo cara al público en un interior de manzana de nombre incierto

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Carles Cols

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Lo nunca visto en Barcelona, lo cual tiene su mérito, porque lleva aquí en la ciudad nada menos que 116 años. Y aún así, lo nunca visto. Por decirlo fino, es el lugar donde la espalda del Palau Macaya pierde su nombre. Por decirlo claro y sin almíbares, el culo del edificio. Es la fachada posterior de esta singular obra de Josep Puig i Cadafalch, que dentro de un año le dará empaque a un nuevo interior de manzana recuperado para uso ciudadano. La inauguración está prevista para antes de mayo del 2019, mes electoral. Desde la calle de Roger de Flor, si con paciencia se aguarda a que se abra la valla que cierra el acceso a las obras (la espera merece la pena), a ratos ya se pueden ver esos ventanales de fantasía medievalizante que tanto gustaban al arquitecto de Mataró. A la zona de reposo se podrá acceder por Roger de Flor, por supuesto, pero también a través de la puerta principal y a lo largo del vestíbulo del Palau Macaya, todo un bombón modernista que de forma inmerecida ha caído en un cierto olvido con el paso de los años. Por poco que se recuerdan su historia y sus anécdotas (hasta se podría afirmar que aquí nació el victimismo que durante décadas lastró al FC Barcelona, que se dice pronto), muy rápido se concluye que es una injusticia que así sea.

La Casa Macaya es un pozo sin fondo de historias, incluso del victimismo que durante un siglo lastró a la hinchadal Fútbol Club Barcelona

El punto de partida de este relato podría remontarse, si así se deseara, hasta 1568, que es la primera vez en que en estas latitudes y longitudes mediterráneas (41º N y 2º E) aparece mencionado en Palamós un antepasado de los Macaya, el genovés Nichola Machay, un tipo con notable iniciativa empresarial, a la altura de su capacidad de fecundar, pues tuvo ocho hijos. Otra opción sería retroceder hasta mediados del siglo XIX en busca de Magí Macaya, el primero de la saga que recala en Barcelona, pues cursó estudios de medicina en la universidad. Magí fue el padre de Román Macaya, el que más interesa más para la ocasión, pues fue él el acaudalado barcelonés que le encargó a Puig i Cadafalch una casa de envidia en el número 108 del paseo de Sant Joan. Eso sucedió en 1899. Tres años más tarde, en 1902, ya la tenía lista y a punto para entrar a vivir. Hasta los anarquistas lo anatoron en sus agendas. En 1904 lanzaron a la fachada un par de bombas orsini. 

Un pelotazo muy sagrado

Fue una de las últimas fincas del paseo que se edificó. La tardanza tiene su explicación. El plano de urbanización del Eixample de Cerdà previó la construcción justo desde ese punto y hasta la calle de la Marina de un hipódromo tan magnífico como el de Ascot, como para que la Audrey Hepburn de la época le gritara aquelllo de “move your bloomin’ arse” a un caballo llamado Dover, pero el proyecto se fue a hacer puñetas por culpa de un grupo de beatos que sin licencia de obras obtuvieron permiso para levantar un templo expiatorio en lo que iba a ser la curva noreste del hipódromo. O sea, la Sagrada Família. Total, que en un pelotazo de órdago, como lo del hipódromo cayó del plano, se parceló el resto del terreno y los Macaya se quedaron la porción más noble, la que daba de cara al paseo de Sant Joan.

En verdad, sin embargo, no hay que retroceder tan atrás para explicar por qué el Palau Macaya (o Casa Macaya, si se prefiere menos pompa) se merece un homenaje aquí y ahora. Hay que ir solo a los años 80, hace solo un suspiro. La Caixa, entonces Caixa d’Estalvis i Pensions, era la dueña del inmueble, pues este había pasado de mano en mano como una falsa moneda. Los Macaya se lo vendieron a los Vilella en 1914. La Generalitat lo requisó en 1936. Lo recuperaron los Vilella, pero de tan maltrecho que se lo devolvieron, primero lo alquilaron (ahí estuvieron de arrendatarios los abuelos por parte materna de Pasqual Maragall) y finalmente revendieron la finca a la financiera, que lo convirtió en una escuela para niños sordomudos y ciegos. En esa fase, hasta fue parroquia del barrio. Pero lo jugoso comenzó a suceder a partir de 1979. El Palau Macaya fue el embrión del posterior CaixaFòrum, una sala de exposiciones de emocionante recuerdo. Allí exhibieron un Pollock, poca broma. Y un moai de la Isla de Pascua. Acogió también un estupendo homenaje al genio de Antoni Gaudí antes de que en esta ciudad se descubriera que la obra arquitectónica del de Reus era una mina de diamantes. El Macaya era un faro cultural. Las exposiciones tenían lugar en una glorieta contruida precisamente en el interior de la manzana, de modo que la fachada posterior del edificio tampoco se veía, pero daba gusto entrar por la puerta principal del edificio y detenerse unos instantes en el vestíbulo, frente a la escalera que da acceso al primer piso, un lugar reconfortante.

Ocho años cerrada al público han castigado con un inmerecido olvido esta obra de Puig i Cadafalch

Entre el 2004 y el 2012, el edificio permaneció cerrado, para ser remozado y por que La Caixa tenía ya en marcha el CosmoCaixa y el CaixaFòrum en sedes mucho más mayúsculas. Fue en ese fase en la que cayó en una suerte de olvido. Reabrió como espacio de diáologos intelectuales de la mano de la Obra Social, pero, lo que son las cosas, aunque el acceso al vestíbulo es libre, según Josep Ollé, director del actual Palau Macaya, apenas entran unos 30 o 50 turistas al día y menos de una decena de barceloneses, cifras inexplicables a la vista de que se trata de una obra de Puig i Cadafalch, tal vez no a la altura de la Casa Amatller, pero que ya quisieran otras ciudades para si.

Tiene detalles deliciosos. El más chispeante, sin duda, el ciclista esculpido en las columnas ornamentales de la puerta principal. Es la anécdota prometida al principio. En abril del 2015, Eloy Carrasco barceloneó con ella esta misma sección. Lo que siempre se había dicho hasta entonces es que la figura representa al propio Puig i Cadafalch sobre ruedas, ya que como simultaneó las obras del Palau Macaya y de la Casa Amatller del paseo de Gràcia iba de un lado a otro en bici. Pero resulta que en abril del 2015 se organizó en el la finca del paseo de Sant Joan un encuentro de macayas, y se presentaron más de 110, y uno de ellos, Danielle Baudot, dio una versión bien distinta. La cuestión es que Román Macaya enviudó demasiado pronto y en París, cuando ya era un sesentón, se emparejó con una veinteañera. Sus hijos, mayores que su nueva esposa, se lo tomaron muy mal, pero a él se la trajo al pairo, se reinstaló en el Palau Macaya y se trajo a una institutriz francesa para los hijos que tuvo con el segundo amor de su vida. Total, que el ciclista resulta que es aquella institutriz según la nueva versión de los hechos.

La revelición tiene su qué. A su manera recuerda aquel juego que proponía el padre de la lingüística cognitiva, que retaba con una idea que convirtió en un libro, No pienses en un elefante, y a continuación, lo primero que hace cualquiera es visualizar un hermoso paquidermo. Pues eso, que cualquiera que pase ahora frente al Palau Macaya y busque al Puig i Cadafalch ciclista verá probablemente a la institutriz.

La Copa Macaya

La segunda anécdota es la que concierne a la manía percutoria que durante todo un siglo ha aquejado al Barça. Alfons Macaya, segundo hijo de Román Macaya e inquilino de la segunda planta del edificio, fue el impulsor del primer torneo futbolístico de España comme il faut, la Copa Macaya. Era el presidente de uno de los equipo que participaban, el Hispania C.F.. La competición fue un sindiós. Era el año 1901. Los hermanos Wright ni siquiera habían levantado el vuelo por primera vez. O sea, el año del catapún. El caso es que el Barça se retiró de la Copa Macaya con la competición ya en curso porque…, efectivamente, los árbitros favorecían al Hispania. Eso dijeron.

Así es la historia del Palau Macaya, una macedonia de aventuras, y aún queda una por llegar. Ahí está, en el horizonte, quién sabe si con forma de polémica.

Lo dicho, dentro de medio año se abrirá al público el interior de manzana. Sería una inauguración imposible sin la buena voluntad de la Obra Social La Caixa. Ha sido un obsequio a la ciudad. Así que, a la espera de que se abra el concurso de ideas para bautizar este nuevo espacio, Josep Ollé sugiere que sería un equitativo quid pro quo que llevara el nombre del fundador de la Caixa d’Estalvis i Pensions, Francisco Moragas. Cualquier día de estos se lo explican a Ada Colau y le da un sincope.