INSTALACIÓN EN EL FRONT MARÍTIM

El hombre del patín catalán

Rafel Figuerola fabrica embarcaciones y preside el Club Patí Vela Barcelona, situado en el Moll de Marina

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Toni Sust

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Rafel Figuerola se mueve descalzo por su taller. Es un hombre de mar, más en concreto, un hombre del patín de vela o patín catalán. Es, de hecho, el hombre del patín. El último eslabón, por ahora, en la fabricación de una embarcación de vela ligera inventada en Catalunya que tiene varias particularidades: no dispone de orza ni timón, por lo que el patrón –es una embarcación de un único tripulante- gobierna la nave empleando su peso para desplazarla en una u otra dirección.

El patín de vela tiene un antecedente que apareció en Badalona en los años 20 del siglo XX, y que se hizo popular en las playas de la Barceloneta, el patín de pala, una embarcación simple, con dos flotadores paralelos unidos por dos o tres traviesas. Tenía una función muy concreta: a la vista de que el mar estaba lleno de porquería al tocar a la costa, los bañistas empleaban el patín de pala para alejarse hasta encontrar un mar más limpio en el que zambullirse. El primer constructor de los patines de pala fue Rafael Escolà. Los alquilaba a socios del Club Natació Barcelona.

El diseño ganador

La embarcación evolucionó, de forma más o menos anárquica, pero con la característica común de que a finales de los años 20 a alguien se le ocurrió incorporarle un palo y una vela. El patín de pala pasó a ser el patín de vela y la primera regata documentada de este tipo de embarcación discurrió de Barcelona a Arenys de Mar en 1932, meses antes de que el Club Natació Athletic organizara el primer campeonato de Barcelona, coincidiendo con la fiesta mayor de la Barceloneta.

El debate sobre su diseño debía de ser enconado, porque se tomó la decisión de que una regata celebrada en Vilanova i la Geltrú en 1942 marcara la pauta: el patín que ganara impondría su diseño. Y triunfó el de los hermanos Mongé, si bien su modelo incorporaba un timón que posteriormente desapareció. En 1944 se celebró el primer campeonato de España.

Un patín nuevo, tres semanas

A estas alturas se ha registrado, en función de la numeración oficial, la existencia de 3.230 patines de vela, de los que, precisa Figuerola, 1.500 ya no existen y otros 200, extraviados en lugares atípicos en comparación con su uso primigenio, como una casa de montaña o un bar de pueblo del interior. Por lo tanto, algo más de 1.500 patines surcan los mares. También cuenta que aunque el grueso de las embarcaciones está en Catalunya, visitantes entusiasmados por el patín de vela se llevaron la afición a sus lugares de origen, lo que hace que en el área de la localidad belga de Ostende haya un centenar de ellos, así como unos 50 en la bahía de Cádiz, entre otras zonas del planeta salpicadas de estas embarcaciones peculiares.

Figuerola vive en un mundo con tres patas en la antigua playa del Somorrostro, al final del Moll de Marina, el único lugar más o menos escondido en una de las zonas más expuestas al ocio y al turismo en la capital catalana. Después de quedar prácticamente en desuso tras los Juegos Olímpicos de 1992, el emplazamiento, en el que se acumulaban deshechos y se aparcaban camiones de la basura, renació a partir del 2014 para acoger, tras una reforma considerable, el Club Patí Vela Barcelona, del que es presidente. El espacio también cuenta con un restaurante y, sobre todo, con un astillero de construcción de patines de vela en el que trabajan 16 personas sin contar al propio Figuerola.

Él aprendió a fabricar patines del hombre que le traspasó el negocio, el que en su día era ya el único artesano del sector: Ramon Huertas, que a su vez lo había recibido de Antoni Soler. Figuerola explica que construir un patín supone unas tres semanas de trabajo. Tradicionalmente de madera, ahora algunos también incluyen fibra, aunque eso lo admite como si le doliera un poco. Un patín sénior (5,6 metros de eslora) cuesta 8.000 euros. Si es de segunda mano, restaurado, de 2.500 a 3.000 euros. Los patines júnior, cuatro metros de eslora, son para gente de poco peso y para competidores de menos de 18 años y tienen un coste de 4.000 euros. En el taller hay tablas distintas, porque cada patín se hace un poco a medida de quien lo gobernará, principalmente en función de su peso.

En el 2017, en el astillero se construyeron 25 patines. Este año llevan 17 acabados y 30 restaurados. También hay patines de alquiler para los usuarios que hayan superado un curso o una prueba de nivel. El club del antiguo Somorrostro cuenta con un centenar de patines (en verano unos 30 abandonan la playa para veranear en otras localidades) y actividades infantiles para treintena de alumnos de las escuelas públicas Mediterrània y Alexandre Galí, de la Barceloneta, y unos 60 que llegan vía Cáritas. Los niños hacen paddle surf.

El club ofrece actividades y cursos vinculados con el patín y también con el paddle surf y el kayak. Figuerola no apuesta por el lujo ni lo exclusivo, sino por extender el uso del patín y propiciar que más gente de la que ahora lo hace visite el Moll de Marina. De paso preferiría que acudieran menos los que, día sí día también, se aproximan desde las discotecas cercanas para orinar o defecar en la puerta del club.