Barceloneando

Rosario, 73 años en el mercado de la Abaceria

zentauroepp43473401 rosario180525192552

zentauroepp43473401 rosario180525192552 / periodico

Toni Sust

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

"Tenía 14 años. Con otra chica, cogí el tren en Teruel. Era de madera. Hacía croc croc. Siempre me acordaré. Cuando llegamos a la estación ya estaba lleno, así que no nos pudimos sentar en todo el viaje. Nos acomodamos en una plataforma". Así recuerda Rosario el viaje que la llevó de Cuenca a Barcelona, en 1944. Ha pasado tiempo: tiene 87 años y es la paradista más veterana del mercado de la Abaceria, en Gràcia, que se prepara para cerrar sus puertas y afrontar una reforma integral.

Rosario sonríe, todos la saludan. Con 87 años que parecen 57, tiene la cabeza clara, la salud de hierro y mil anécdotas. "Solo toma una pastilla para tensión, tiene tendencia a las lipotimias", aclara su hijo, Miquel. Pero lo particular no es que sea mayor, si no la actividad que mantiene. Y el hecho de que ella es una de las paradistas 

"Cuando me casé, me dejaron el vestido, me dejaron los zapatos. Lo único que no me dejaron fue el novio"

seguirá, que quiere volver al mercado cuando esté remodelado. Aunque de hecho la continuidad de las tres paradas de frutos secos está garantizada por su hijo, que es el timonel actual de la embarcación. Rosario es poco menos que una estrella en la Abaceria, últimamente va de entrevista en entrevista.

Rosario no se llama Rosario. Nacida en Cuenca en 1931, allí vivió con sus padres y seis hermanos hasta que se fue a Barcelona: "Recuerdo la guerra civil como si fuera ahora. En Cuenca, a los niños nos llevaban a una cueva y nos dejaban con comida para protegernos de los bombardeos. Al final del día nos venían a buscar. Recuerdo estar con mi madre junto al río y pasar los aviones. Y una bomba caer allí y otra más allá".

Adiós Sagrario, hola Rosario

Cuando llegó a la capital catalana, su hermana mayor ya estaba aquí. Rosario fue recibida por la familia que entonces tenía la parada de frutos secos: "Les llamaban los safraners". Era tan pequeña que le ponían un cajón para que llegara al mostrador. Su jefe se lo advirtió de entrada: "Sagrario es un nombre muy largo y muy feo. Así que te llamarás Rosario". Por eso Sagrario Esteban González pasó a llamarse Rosario, aunque su hermana, la que ya vivía en Barcelona, también llevaba ese nombre.

De la llegada de la inmigración, recuerda que no siempre se trató bien a los que venían a Barcelona para buscarse la vida. En el 48, volviendo de un viaje a Cuenca, Rosario se topó en la estación con una especie de control: "¿Quién le espera?". Si nadie esperaba al viajero o este no llevaba encima un contrato de trabajo en la ciudad, era conducido a Montjuïc e internado, antes de ser devuelto al tren y después a su lugar de origen.

Los primeros en vender nueces rotas

Además de trabajar en la parada, Rosario cuidaba a la abuela de la familia, una mujer de 85 años. La abuela no hablaba castellano y Rosario no hablaba catalán, así que lo aprendió de ella. Cuando la recuerda, se le humedecen los ojos. "La quería tanto". Luego se ocupó de la hija de la familia. Con el tiempo, ella y su marido acabaron comprando el puesto y después, los dos anexos. "Es que mi marido y yo trabajamos siempre. De día y de noche. Fuimos los primeros que vendimos nueces rotas”. Tanto trabajar, deja poco espacio para el ocio. ¿Ir al cine? "La última vez que fui iba con mi padre, vimos una de Manolo Escobar en el cine Virrey. Fue antes de casarme".

Al cine no, pero a hacer teatro y a bailar sí iba. "Yo solo quería bailar con los que bailaban bien. Mi marido no bailaba muy bien, pero no era de los que bailaban peor". Se casaron en 1964 en la iglesia de Sant Joan, en la plaza de la Virreina. "De viaje de bodas bajaron un rato a la Barceloneta", asegura su hijo. "Igual teníamos que ir a hacer algún recado", apostilla ella, que recuerda la precariedad del momento: "Me dejaron el vestido, me dejaron los zapatos. Lo único que no me dejaron fue el novio".

Un día en su vida

Rosario vive en Santa Eulàlia de Ronçana (Vallès Oriental). Se levanta cada día a las cuatro de la mañana. Cocina para su marido y ven un rato la tele juntos. Luego él la lleva a Caldes de Montbui, donde ella coge un autobús que la deja en la Sagrera. Allí coge otro que la deja en paseo de Sant Joan, y a pie hasta la Abaceria. A la una de la tarde inicia el camino inverso. Antes de las cuatro está en casa. Recoge los huevos que ponen sus gallinas y almuerza. Y entonces se pone a limpiar la casa. “Sé que no me queda mucho”, dice sin dejar de sonreír. El hijo la riñe: "Qué dices". Y ella precisa divertida: "Lo que quiero decir es que 30 años no me quedan". A nadie le sorprendería mucho.