La Mercè en el Moulin de la Galette

El caldero político previo al 1-O apenas interfiere en la fiesta mayor, aunque brinda, eso sí, número muy teatrales

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Carles Cols / Barcelona

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Está el programa oficial de la Mercè, inabarcable en solo tres días, y luego están los espectáculos ‘off Mercè’, cuando la actualidad, por ejemplo, interfiere en la fiesta mayor. Hace dos años (año cinco del ‘procés’) los concejales Alberto Fernández Díaz y Alfred Bosch protagonizaron una ‘performance’ inesperada cuando intentaron colgar del balcón del Ayuntamiento de Barcelona cada cual su bandera. Con esos antecedentes, claro, tocaba este 24 de septiembre, tal día como entonces, acudir a la procesión municipal que va desde la basílica de la Mercè a la plaza de Sant Jaume, ojo avizor, por si había algo que contar. Cómo están las cosas en el caldero político lo sabe todo quisqui. La mirada expectante era natural. Y, sin embargo, apenas hay nada que resaltar este 2017 en el capítulo ‘off Mercè’. Esta está siendo una fiesta mayor estupenda, más de los barrios que nunca, muy tonificante, si así se desea ver, para la semanita que le espera a los barceloneses de aquí al 1 de octubre.

Del ‘off Mercè’ no hay mucho que destacar. Sí, es cierto que se lanzaron papeletas de voto desde una esquina de la plaza de Sant Jaume. También es cierto que la comitiva oficial de concejales, con Carles Puigdemont, Carme Forcadell y Ada Colau en cabeza, avanzó por la calle Ample entre coros de “votaremos, votaremos”. Pocos, porque de ‘ample’, la calle tiene muy poco, pero gritos los hubo. Habrá quien crea que eso ya es sedición. Es cuestión de miradas. Ese momento en que los ‘castellers’ junta sus brazos para apretar la ‘pinya’ y comenzar a levantar la torre puede que tenga mimbres de turba en los tiempos que corren. Lo dicho, nada equiparable al número que la pareja Bosch & Fernández representaron en el 2015 salvo, ¡oh!, un detalle que tal vez pasó inadvertido.

Millo al desnudo

Fue en la misa de la basílica de la Mercè. Es una celebración religiosa que no forma parte del programa oficial de la fiesta mayor desde que Colau es alcaldesa, por aquello de la laicidad llevada hasta la máxima coherencia. Los concejales de la oposición, no obstante, aún van a esa misa, y es a su término que se inicia la procesión de munícipes hasta el ayuntamiento. La alcaldesa les espera fuera, así que se perdió el detalle. Fue cuando el arzobispo Juan José Omella le dijo a la parroquia que se dieran la paz unos a otros, o sea, lo habitual en las misas. Entonces, cuestión de protocolo, porque así estaban sentados, el presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, le dio la mano al ‘presidente de la Generalitat en la sombra’, Enric Millo. Fue algo muy breve, sí, pero también muy teatral, como cuando Bette Davis saluda a Anne Baxter en ‘Eva al desnudo’.

La cuestión es que la prevista mañana de ajetreo de la Mercè no sucedió, lo cual fue una extraordinaria ocasión para volar del centro (tan lleno estaba que se cortó el acceso a la plaza de Sant Jaume) e ir de visita a alguna de las novedades de este año, como el parque de Sant Martí, sin ánimo de ofender, el patito feo de lal programa. ¿Por qué esta elección? Por algo que Marina Garcés dijo en el pregón y que merece la pena repescar. Explicó lo que las fiestas mayores son en realidad en los pueblos. Son, dijo, los días de reencuentro, porque regresan los que se fueron a vivir a otra parte, son los días en que se echa en falta a quienes ya murieron, se disfruta con los primeros pasos de los bebés, que ya pueden bailar en primera fila del escenario, se envidia la vitalidad de los más jóvenes, se charla con un viejo amor… Claro, en la Ciutadella o en el castillo de Montjuïc, dos espacios de la Mercè con más pegada de Urtain, eso no es posible, pero en el parque de Sant Martí, un poco sí.

Pau Riba en el Moulin de la Galette

A las cuatro de la tarde, la hora elegida para esta excursión exploratoria, el parque tenía, ¡oh, aleluya!, un cierto aire del ‘Baile en el Moulin de la Galette’, de Renoir, con familias de sobremesa a la sombra de los árboles, alguna que otra siesta en las tumbonas y niños, algunos, con cara de traviesos. La hora era premeditada porque estaba prevista justo entonces la actuación de Pau Riba, del que el programa de mano decía que había seleccionado algunos de sus viejos temas para cantárselos al siempre exigente público infantil. ¡Glups! A poco que se conozca la carrera de este hombre, se comprenderá el porqué de esa curiosidad. Es autor, entre otros temas, de una canción en dos actos sobre la Navidad y de una calidad poética sin rival, algo lógico si se tiene en cuenta quienes fueron sus abuelos paternos, pero en la que no faltan versos dedicados a las putas. Cosas de la contracultura.

Puntual (porque esta Mercè sí lo tiene, que parece suiza) el irrepetible Pau Riba apareció entre el público, descalzo, guitarra en mano, con un ‘unplugged’ de un gran tema que él, allá por 1971, con un par, tituló ‘Simfonia nº 3, d’un temps, d’uns botons’, una oda al difícil arte de la pereza. Era este, el de Sant Martí, un concierto de bolsillo, con mucho niño y sus correspondientes padres, pero eso sí, un público entregado. El lunes repite, a la misma hora. Ni que sea por disfrutar de ‘En colors’, otra de sus obras mayúsculas, merece la pena. A lo mejor hasta se anima y hasta le dedica ‘L’home estàtic’ a Mariano Rajoy. La Mercè es una delicia por propuestas como esta. No por esta solo en concreto, sino por todas las opciones que incluye el programa, aquí, allá y acullá, que son inabarcables. Total, que se agradece que el ‘off Mercè’ de este año, el político, no haya causado apenas interferencias. El martes empieza esa otra fiesta mayor.