LA OPINIÓN DE LOS AFECTADOS

El páramo de Ciutat Vella

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CARLOS MÁRQUEZ DANIEL / BARCELONA

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Cinco mesas de pimpón y dos canastas de baloncesto ocupan en Ciutat Vella unos terrenos que valen cerca de 25 millones de euros. Están ahí de manera provisional, sobre terreno polvoriento; en dos solares que hablan de permutas, especulación, vivienda social, turistas, recalificaciones. Y de vecinos. Que hablan, en definitiva, de la historia reciente de Barcelona. Si el ayuntamiento no logra evitarlo, ahí se construirán dos hoteles. Hay quien no los quiere ni en pintura. Hay a quien ya le da igual. Y hay quien los espera como agua de mayo.

En el distrito con más foráneos por metro cuadrado, este triángulo entre la avenida de las Drassanes y el Paral·lel es una zona muerta. Solo pasan los visitantes que van camino de la Rambla, o en sentido contrario, los que se dirigen, ya de noche, al Apolo. No hay locales 'cool', ni tiendas de ropa 'trendy'. "Esto es un desastre, no nos vendrían mal unos hoteles. Cualquier cosa será mejor que este vertedero", aporta el vecino Miguel. La podredumbre no le gusta a nadie. Tanto rechazo genera que incluso el recambio, aunque a muchos en el distrito les parezca una idea de Satanás, acaba siendo aceptado como un mal menor.

DROGADICTOS Y CACA

El solar de Peracamps da pena. Olor a pis al margen, tiene el suelo de los laterales repleto de enseres usados por drogadictos de la zona. Hay de todo menos las jeringuillas que sí recogen porque en la cercana sala de venopunción de Baluard les dan una de recambio al entregar la usada. En los cuatro bares del entorno solo hay una mesa ocupada por guiris. Son un grupo de hercúleos rusos. El resto, alguna pareja joven y gente mayor, jubilada, para nada usuarios de la rupestre instalación deportiva de los solares. 

Encarnación está a punto de cumplir 80 años y vive aquí desde los 11. Es de las que se conforma "porque todo lo que sea quitar este desastre estará bien". Desde su ventana ha visto "gente pinchándose, hombres haciendo caca, peleas; de todo". "Ese es el problema -le replica su vecina Pepita-, que la gente se conforma con cualquier cosa". 

Es, en el fondo, una cuestión de perspectiva, de pensar localmente y actuar de manera global, o de reflexionar solo sobre lo que me conviene. Mario, por ejemplo, no quiere el hotel porque "no le aporta nada a los ciudadanos", porque "supondrá la destrucción del barrio". Levanta la mirada y ve un distrito "tomado por el turismo". Y no le gusta. No le gusta no poder pasear por la Rambla, que los alquileres suban, que echen de malas maneras a la gente mayor, que el comercio de toda la vida desaparezca. "¿De quién es la ciudad?", reflexiona, para recordar: "El derecho a la propiedad tiene como límite el interés común".

No está tan convencida María José, con medio siglo de vida en el perímetro de los solares. "¿Usted querría venir a vivir aquí? No hace falta que responda, yo tampoco". No recibirá al empresario hotelero con pétalos de rosa, pero como ya lo considera una batalla perdida, intenta buscar el lado bueno. "Habrá más seguridad y un poco más de movimiento. Me gusta la tranquilidad, pero esto ahora ya es demasiado". La opinión de los restauradores, previsible: "Nos vendrá muy bien, como si quieren venir mañana". Pero ojo no se les llene el barrio de una oferta más acorde con los pudientes clientes que llenarán los nuevos establecimientos. 

"ALGO PARA EL BARRIO"

En Peracamps viven Ascensión y Joaquin, de 75 y 83 años, respectivamente. Ella lleva aquí desde los años 50, cuando se construyó la finca, y desde su balcón traza una radiografía de cómo era todo esto décadas atrás. En el Portal de Santa Madrona, unas casitas bajas. En el primer solar, una pensión "en la que pasaba de todo", un edificio de viviendas y un aparcamiento de dos plantas. En el otro terreno, una fàbrica de botones, un almacén de cajas de cartón de la casa Meyba, el colegio obrero y una casita "muy mona" en la esquina en la que vendían toldos. Mucha vida. Y de todo aquello, nada. Lo señala todo con la mano, con la memoria intacta. Ascensión quisiera, además de no perder la luz que le quitaría el hotel, una guardería, "algo para el barrio". Se quejan también de la Boqueria, donde comprar cada vez está más complicado. "Poco a poco, nos van echando de aquí". 

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