Betún mágico en la plaza Reial

La silla de limpiabotas que usaba Fructuós Canonge, hallada en un sótano y protagonista de la exposición en la galería Setba

La silla de limpiabotas que usaba Fructuós Canonge, hallada en un sótano y protagonista de la exposición en la galería Setba / periodico

ELOY CARRASCO / BARCELONA

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Fructuós Canonge untaba una tostada con betún y se la comía. Fue, posiblemente, la mejor manera de acercar los dos oficios de su vida: limpiabotas mago. El betún era betún de verdad, del de lustrar zapatos, pero en algún momento de la ceremonia sus grandes y habilísimas manos daban el cambiazo. El caso es que Fructuós Canonge Francesch (1824-1890) no murió envenenado, pero sí pobre y lejos de sus días de gloria con los que atravesó el siglo XIX barcelonés y mundial, convertido en un ciudadano ilustre y en un as de la prestidigitación.

Vienen ahora al rescate de su figura tanto el Mag Lari, que lo incorpora como uno de los personajes de su espectáculo ‘Ozom’, y, sobre todo, la Fundació Setba, que ha organizado en su sede de la plaza Reial, 10, una exposición con un punto de partida curioso. Hace unos años -cuenta Cristina Sampere, la comisaria-, durante las obras del Hotel DO, situado en una de las esquinas de la plaza Reial, un trabajador encontró en un sótano una vieja silla de limpiabotas y unas cajas con utensilios. También había unos trapos, pero desgraciadamente los tiró.

LA SILLA ERA UNA RELIQUIA

Resultó que la silla era una reliquia, la había utilizado don Fructuós, un pionero del oficio en Barcelona. El mueble ha sido restaurado con esmero, incluso se aprecian las hendiduras causadas por la erosión de los miles de pies que se fueron posando en él (a las mujeres les daban una revista, pero no para que leyesen, sino para cubrir sus rodillas y atender al debido decoro), y ocupa el centro de la exposición. Además, varios poemas visuales de Joan Brossa vinculados a la magia y obras de artistas contemporáneos alusivas al ilusionismo completan la oferta en la galería de los siete balcones.

Cargado con su cámara de fotos ha venido a ver la exposición Emilio Giménez Canonge, descendiente de don Fructuós (“mi abuelo era sobrino suyo”) y privilegiado conocedor de su historia. Como no tuvo hijos, cuando se embarcó en serio en la magia, que lo llevó de viaje por el mundo entero, dejó el negocio a Joan Canonge Balcells, el susodicho sobrino. “Guardadme un cepillo por si acaso”, se ve que le dijo, aún inseguro de sus posibilidades de triunfo con los juegos de manos, revela Emilio Giménez.

Pero sí triunfó, sí. Paraguay, Argentina, Francia… Su pasaporte empezó a coleccionar sellos al mismo ritmo que su pechera se llenaba de condecoraciones. Porque si el Màgic Andreu se cuelga sus propias medallas es porque así rinde homenaje al viejo maestro Canonge. Es una lástima, lamenta Cristina Sampere, que el actual propietario de las distinciones no las haya querido ceder para esta exposición. Hay una foto que da fe, en la que aparece don Fructuós con gesto solemne y luciendo ufano las medallas que le concedió la realeza, en especial la soberana Isabel II, que era fan.

LAS CONDECORACIONES REALES

El dueño de las condecoraciones es el anticuario Ferrando Selvaggio. Algún antepasado suyo, suponen Sampere y Giménez, debió de comprárselas al mago cuando su economía empezó a ir de capa caída. Influyó que no era precisamente un hombre ahorrador. En sus tiempos como limpiabotas, Fructuós Canonge ya era generoso, porque ayudaba a los chicos del barrio, les enseñaba el oficio para que tuvieran cómo ganarse el pan. Después, cuando fue rico y famoso, “se desprendía del dinero para dárselo a los pobres”, añade su descendiente.

Hombre de elevada estatura, “amante de la natación” (dice Giménez) y “de carácter encantador” (apostilla Sampere), había sido un cerrajero muy mañoso y se fabricaba los artilugios necesarios para sacar adelante los trucos. Se le considera un precursor de la magia moderna, de proximidad, gracias a su ingenio y sus velocísimas manos, que lo convirtieron en un experto en los juegos con naipes. No tardó en ser considerado “el Merlín español” y, ya se ha dicho, favorito de la realeza, a pesar de que él era republicano. “Y no se cortaba en las críticas a la monarquía”, afirma la comisaria. En cierta ocasión, actuando para el rey Amadeo de Saboya, dijo, mirando a una chistera que tenía delante: “Voy a sacar de aquí lo que quiere el pueblo”. Y salió del sombrero una barra de pan.

Ahora solo queda un limpiabotas por el barrio. A veces se coloca en la plaza Reial, otras deambula por la Rambla. Tiene poco trabajo. Maldito mundo, tan lleno de bambas.