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Visita a un yacimiento de la Barcelona 'hippy'

El Casino de La Floresta fue en los 70 una versión de ir por casa de la esquina Haight-Ashbury de San Francisco, en la que hasta se practicó el poliamor

Mont Carvajal, en la balustrada del antiguo casino y, arriba, el mismo espacio lleno a rebosar en una actuación de la Orquesta Platería.

Mont Carvajal, en la balustrada del antiguo casino y, arriba, el mismo espacio lleno a rebosar en una actuación de la Orquesta Platería.

Carles Cols

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El Gran Casino de la Rabassada tenía una habitación insonorizada para que los perdedores se pegaran un tiro en la sien, o a menos eso decían, como contó semanas atrás en esta misma sección la escritora y periodista Olga Merino, que desbrozó zarzales y ortigas para visitar los despojos de lo que hasta los años 40 fue aquel liceo del juego. En el Casino de La Floresta no está acreditado que alguna vez se realizaran apuestas y se perdieran fortunas, pero eso no impide que se cuente que tenía también su lugar para los suicidas, un balcón muy romántico desde el que los desesperados podían lanzarse a las vías de los Ferrocarrils. La altura no es mucha, así que lo lógico es pensar se requerían unas mínimas nociones de cálculo y trayectoria, mejores al menos que las de estadística mostradas en la mesa de la ruleta, para caer y acertar justo en el hocico del convoy, porque si no el ridículo sería mayúsculo.

La cuestión es que, sin necesidad de desbrozar la selva de Collserola, menos mal, lo que viene a continuación es un breve viaje al Casino de La Floresta y, en concreto, a una etapa muy poco rememorada de lo que allí sucedió en los años 70, cuando aquello, salvando cósmicas distancias, tenía mimbres para ser el Haight-Ashbury barcelonés, es decir, una versión local del mítico barrio hippy de San Francisco, reciclado hoy, es cierto, en un parque temático del despiporre que un día fue con su música, su dieta psicotrópica y su amor libre. En La Floresta, aunque solo sea por subrayar que la comparación no es tan disparatada, hubo también poliamor, que para los poco versados en el término es algo así como una multipropiedad inmobiliaria vacacional, pero con órganos genitales como material a compartir. Los resultados, de hecho, no difieren de los de tener un piso en comandita: bronca y mal rollo.

La cita en el casino es con Mont Carvajal, periodista y vecina, que por edad no vivió aquella época, pero a la que le pasó lo mismo que al cazador asturiano Modesto Cubillas en 1868, que se metió en una cueva en busca de su perro y terminó por descubrir nada menos que las pinturas rupestres de Altamira. Carvajal quería dedicarle un documental al bajista zimbauense Steve de Swardt, vecino del barrio, un artistazo con un currículo sobre los escenarios envidiable, pero tirando del hilo ahondó primero en la historia arquitectónica del casino (obra del indiano Cayetano Tarruell) y acabó después con una ronda de entrevistas con los protagonistas de la época hippy del barrio. Todo junto compone el documental La Floresta enCanta. El título es un juego de palabras a partir del concierto que en octubre del 2014 se celebró allí en recuerdo de la música que en ese mismo lugar se programó en los 70, no solo autóctona (Pau RibaOriol TramviaSisaGato Pérez, la Plateria…) sino también internacional. De ese segundo grupo lo perfecto para ilustrar la cosa es citar a Nico, la musa del underground neoyorquino, porque representa a la perfección a la caterva de europeos que llegaron con sus motos a La Floresta, se quedaron un tiempo y después peregrinaron hasta Ibiza o, los más flipados, a la India. Nico fue de las que se fue a la isla, donde falleció en un tontísimo accidente de bicicleta.

Golpe de estado 'hippy'

Xavier Moret, experto floretista, aporta un ingrediente indispensable para comprender qué sucedió en aquel rincón de Collserola. La Floresta era un conjunto de casoplones que la burguesía catalana se construyó cuando de la mano de Frederick Stark Pearson aquello parecía que iba a ser la repanocha del lujo, pero la muerte prematura de aquel visionario lo dejó todo a medias. «Los hijos espabilados de la burguesía se quedaron aquellas casas», recuerda Moret. El lugar era ideal para grandes parrandas. Lo que sucedió después es todo un oxímoron político. «Los hippies dieron un golpe de Estado en el casino, que hasta entonces lo gobernaba la parroquia local».

Lo que vinos después fue una supernova cultural, estrella que brilla mucho, pero por tiempo breve. Estaban, por una parte, los músicos. Luego, los locos del Víbora, la biblia de la línea chunga del cómic, con Toni Ricart Baxtercomo pastor de aquel caótico rebaño de ovejas descarriadas. También estaba Joan Lluís Bozzo, el rarito, porque con lo que allí había para vivir, dormía en un piso.

Por qué todo aquel cachondeo no ha sido convenientemente novelado es algo que descubrió Carvajal cuando entrevistó a Sisa para el documental. Le pregunta por su actuación en el casino. No tiene claro haber estado ahí. Ella le enseña una foto. «¡Anda, soy yo, y está lleno!».

Qué gran época y, 40 años después, qué gran amnesia.