Babel en Gràcia

CIUDAD REAL En el cruce con la calle Ramon y Cajal se accede a 'En construcció'.

CIUDAD REAL En el cruce con la calle Ramon y Cajal se accede a 'En construcció'.

CRISTINA SAVALL / BARCELONA

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Llovió, y tronó, pero ello no impidió que los turistas y los barceloneses acudieran masivamente ayer a la primera jornada de las fiestas de Gràcia, atraídos por el bullicio y el desenfado, por los bares y bailes abiertos hasta la madrugada y por la singularidad de sus calles que estos días parecen salidas de las páginas de un cuento. El barrio y sus celebraciones estivales ya aparecen en letras subrayadas en las guías turísticas de Barcelona, y el boca oreja recomendando pasar unas horas por sus alegres callejuelas y plazas circula a toda velocidad entre los visitantes que se alojan en albergues, pensiones y hoteles cercanos.

La calle Verdi del Mig parecía ayer una torre de Babel decorada con flores de cerezo y glicinas moradas que se adelantaban al bosque de bambú. Se escuchaban todas las lenguas. Las que más, inglés, japonés, italiano, castellano, catalán y francés. Los WhatsApps llegaban a medio mundo llenos de selfis en el colorido acceso de esta calle que tantos premios guarda en sus vitrinas. Había cola para poder cruzar esta pequeña y lograda reproducción de los jardines de Kawachi Fuji de Kitakyushu, ciudad de la isla de Kyushu. «Debe de ser la única fiesta de España en la que no maltratan animales», ironiza Tadashi Watanabe, jubilado japonés, al guía que le acompañaba, que le responde que Barcelona es de otro planeta. «Es una ciudad preciosa, llena de contrastes. Gràcia es un pueblo en medio de una urbe», reponde.

Con paraguas

Joséphine Vien, de Aviñón, se aloja en casa de unos amigos que viven en la calle Verdi. Es su primera vez en las fiestas y le ha sorprendido descubrir una torre Eiffel en la Travessia de Sant Antoni. «La he mirado con más traquilidad por la mañana. Ahora por la tarde hay muchísima gente. Lo del concurso de calles decoradas es una tradición preciosa», dice con un paraguas en la mano.

Miquel Gómez, desde el bar la Terreta que regenta, cuenta que antes trabajaba de maquetista. Por eso se animó a construir esta reproducción a escala del icono de París. «Empecé en enero. Es de cartón pero está barnizada por fuera para protegerla del agua. Está diseñada para resistir la lluvia. De momento esta semana ha sobrevivido a dos aguaceros», señala. El truco es que está suspendida. «No toca de pies al suelo. Está sujeta a 42 cordeles que cuelgan de un cable de acero y la parte más frágil está cubierta con una lona. Espero que resista todas las fiestas».

Las parejas se paran a hacerse selfis con sus móviles ante la torre de la calle dedicada a la capital francesa. Personas paradas, impidiendo el paso y con sus móviles alzados: es la imagen que se repite en todas las esquinas. Las más concurridas son las de la calle Joan Blanques de Baix, que tres generaciones de vecinos han convertido en un parque de atracciones con noria y autochoques. Jordi Coll y su mujer han venido del barrio de Sant Andreu a pasar la tarde. «Se merece el primer premio. Tiene mucha gracia», opinan los dos. Una señora les escucha y les recomienda que vayan a ver a los Picapiedra en la Placeta Sant Miquel. Todo un viaje a los días de infancia.

A pocos metros, Pedro Páez y Carlos Iniesta, del área de limpieza y gestión de residuos de Barcelona Medio Ambiente, vacían las papeleras de las calles de Gràcia. «Estos días pasamos tres veces cada día. Lo habitual es que tiren latas y papeles, pero nos hemos encontrado de todo: tostadoras, un billete de 10 euros, una tortuga gigante, ratas muertas y un montón de bolsas de basura. Hay gente que no sabe para qué sirven los contenedores», lamentan.

Con los años, las fiestas han incrementado el número de tenderetes. Las plazas y las calles más anchas están llenas de vendedores, paradas de artesanía, puestos de comida y asociaciones que difunden sus actividades. Xavier Villar sirve butifarra con cebolla y croquetas de carn d'olla en la taberna portátil que instala estos días en la calle Bailèn. No falta un toldo impermeable. «En estas fiestas siempre llueve, pero la gente tiene ganas de fiesta y aguantan», dice.

Francesc Sánchez es funcionario de Bombers de Barcelona. Por experiencia sabe que las fiestas de Gràcia tienen dos caras. «De día es tranquila y familiar, pero de noche se puede convertir en territorio comanche. Hay mucho consumo de alcohol y de drogas, lo que lleva a comportamientos incívicos», asegura.

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