PATRIMONIO INDUSTRIAL

La gigantesca caldera

La impresionante sala de máquinas de Fabra i Coats abrirá el domingo sus puertas al público como nuevo espacio museístico

Sala de máquinas 8 Un grupo de Els Amics de la Fabra i Coats visitó el martes la caldera restaurada.

Sala de máquinas 8 Un grupo de Els Amics de la Fabra i Coats visitó el martes la caldera restaurada.

CRISTINA SAVALL / BARCELONA

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En las casas cercanas a la antigua fábrica de tejidos Can Fabra a nadie se le ocurría tender la ropa limpia los lunes. Ese día era el que, tras el descanso dominical, la gigantesca caldera despertaba y en su primer bostezo, cuando la limpiaban y renovaban el circuito del agua, expandía por el barrio de Sant Andreu el humo negro atragantado en sus cañerías y en su chimenea. Eso sucedió intermitentemente entre 1873 y 1990, cuando la sala de máquinas comenzó a funcionar con gas y ya no desprendía ese empalagoso y desagradable hollín.

Tras una complicada limpieza, el Museu d'Història de Barcelona (Muhba) ha restaurado la vieja caldera con la colaboración de Els Amics de la Fabra i Coats, asociación altruista de trabajadores de la desaparecida empresa que luchan por la conservación de lo que queda de la fábrica. La sala de máquinas podrá visitarse los domingos, a partir de este fin de semana. Según cuenta Joan Roca, director del Muhba, en 1911, suministraba potencia para mover 922 máquinas de hilar y 380 telares.

En 1873, el carbón, como combustible, y el agua, que se transformaba en vapor, ya nutrían la primera caldera de Els Alsina, que se instalaron allí en 1856. Esta sociedad inició la construcción del complejo fabril de Can Fabra. En 1903, se fusionaron con el grupo escocés J&P Coats, con sede en Glasgow, y así nació Hilaturas Fabra & Coats, primera compañía española de hilos para coser o para tejer redes de pesca.

Palas, carbón y vagonetas

«En los fríos días de invierno podía tragarse 70 toneladas de carbón, que llegaba en vagonetas procedentes de Berga. Al principio, trabajaba con palas y cuando salía de la sala solo se me veían los ojos que los protegía con unas gafas. El resto era negro. Me tenía que rascar con serrín, lejía y jabón para quitármelo», cuenta Santiago Arganda, el último fogonero, que es como se llama a quien sabe domar al dragón de fuego. Se jubiló en 1999 y hoy, a sus 81 años, recuerda con nostalgia esos días en los que llevaba la batuta de una colosal orquesta de válvulas, grifos, altímetros, tubos, cañerías, silbatos de vapor, cañerías y manómetros, que ocupa 26 metros de extensión con una altura de 15.

Xavier Delgado, director de la restauración, ha tenido que trabajar «sin poder vaciarla» con ayuda de escaladores. Otro problema han sido las toneladas de amianto que se había acumulado sobre el metal. Para limpiarlo se ha levantado la caldera con un escáner láser terrestre. «Pero el peor trastorno ha sido el robo de material que hemos sufrido durante las obras», señala.

Pere Colomer es autor de Barcelona, una capital del fil. Fabra i Coats i el seu model gestió 1903-1936, ensayo que ha obtenido el Premi Ciutat de Barcelona, cuenta que la sala de calderas era «el estómago» de la fábrica, la fuente de energía. «Hemos recuperado el plano original de la sala de máquinas».