Pioneras en el Palau Güell

El edificio modernista recupera a las primeras mujeres que osaron componer música en la ciudad

Garrigosa, durante el concierto, el domingo.

Garrigosa, durante el concierto, el domingo.

NATÀLIA FARRÉ

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E l domingo era el Día Internacional de la Mujer. Y en el Palau Güell lo celebraron. A priori, algo extraño de entender si se mira la lista de los que colaboraron en su construcción. Todos hombres. Desde el mecenas que lo impulsó, Eusebi Güell, al arquitecto que lo imaginó, Antoni Gaudí, pasando por todos los artistas que colaboraron en su esplendor: ahí estaban Aleix Clapés, Frances Vidal Camil Oliveras, por citar algunos. Ni una mujer. Pero aun así, en el edificio modernista de la calle Nou de la Rambla se libró una batalla por la igualdad de derechos cuando la creación todavía no se entendía en femenino. Y la voz de la soprano Maria Teresa Garrigosa se encargó de recordarlo o, mejor, de descubrirlo.

La batalla en cuestión, que utilizó la música como arma y tuvo en la figura de Isabel Güell, primogénita del conde, a una de sus abanderadas, no fue una revolución heroica cargada de soflamas, sino la consecución de pequeñas metas que permitieron que las mujeres inscribieran su nombre en los anales de la historia musical catalana. ¿El logro más importante? Güell y sus coetáneas se atrevieron a componer, una actividad prohibida al sexo femenino durante siglos. Es más, osaron también publicar y estrenar la musicalización de sus canciones, la mayoría poemas de Jacint Verdaguer, Joan Maragall Apel·les Mestres. Y eso, la suma de los conceptos mujer y catalán, las condenó al olvido durante la represión que siguió a la guerra civil. De ahí que la interpretación de Garrigosa tuviera más de descubrimiento que de recuerdo.

La Sala de Confiança del palacio, la misma en la que Güell ensayaba y componía, sirvió de escenario para que la soprano desplegara su portentosa voz. Nada que objetar a la estancia presidida por un piano de época y decorada con un gran vitral grabado al ácido, pero interpretar a Güell en la Sala Central hubiera tenido su punto. No en vano, el espacio que vertebra el palacio tiene una de las mejores acústicas de Barcelona gracias a la cúpula con la que Gaudí la cubrió.

Güell tenía talento y afán de mostrarlo pero no tuvo la necesidad de convertirse en profesional, o quizá lo que no tuvo fue arrestos, pues romper con años de no tradición musical femenina no debía ser fácil, aunque su actitud abrió camino. «Las que ya se profesionalizaron fueron las de la generación posterior, las compositoras noucentistes, pero sin todo el trabajo de las modernistas no lo habrían conseguido», explica Garrigosa, cuya tesis doctoral versa sobre el tema.

Las modernistas a las que se refiere la soprano eran, además de Güell, Narcisa Freixas, Lluïsa Casagemas, Lluïsa Denís Carme Karr, está última puntal de todas a través de la revista Feminal. Las cinco, hijas de familias adineradas de Barcelona. Y las cinco, con reconocimiento en la época. Es más, una de ellas, Casagemas, estuvo a punto de convertirse en la primera mujer en estrenar una ópera, Schiava e Regina, en uno de los grandes coliseos europeos: el Liceu, pero la famosa bomba lanzada en el teatro en 1893 truncó la oportunidad.

Ganar por goleadaElles, les modernistes -titulo del concierto- llenaron de música la Barcelona modernista que se volcó en sus composiciones -«gozaron de un amplio apoyo», afirma la soprano-; pero ellas, ni las de antes ni las de ahora, llenan la actual programación de la Barcelona contemporánea. Paradójicamente, ganan por goleada en el otro lado del escenario. El domingo, también. En la tarima había solo una mujer, Garrigosa; pero en el público eran mayoría.