BARCELONEANDO

Una noche en el Zoo de Barcelona

La misión secreta era avistar al puerco espín, que por noctámbulo muy pocos conocen

Guntur, uno de los tres dragones de Komodo del Zoo de Barcelona, en brazos de Morfeo, la noche del pasado miércoles.

Guntur, uno de los tres dragones de Komodo del Zoo de Barcelona, en brazos de Morfeo, la noche del pasado miércoles.

Carles Cols

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Para visitar el Zoo de Barcelona cuando cae la noche, sin público, cuando se supone que los hipopótamos roncan, lo mejor sería no padecer presbicia y una miopía como la de Marylin Monroe en 'Cómo casarse con un millonario', pero qué se le va a hacer, la naturaleza es cruel a menudo y más con la edad, así que para este safari no hay nada mejor que ir en compañía de Josep Maria Alonso, jefe del área de conservadores del parque, que bajo un atuendo de hombre de ciudad (lleva paraguas en vez de una enorme hoja de banano, y es una lástima, porque un poco de teatralidad le hubiera dado más épica a esta expedición nocturna) esconde a todo un Henry Stanley, capaz de avistar a David Livingstone a orillas del lago Tanganica.

 "Allí, a la izquierda, ¿no los ves?, un grupo de facoqueros durmiendo". No debería ser difícil, la verdad. Total, de lo que se trata es de encontrar a Pumba, pero sin Timón al lado. La oscuridad no ayuda. Al fin, no obstante, aleluya, ahí están, no uno, sino más de media docena de estos puercos africanos. Amontonados, de frente y de lejos, parecían una roca, simple atrezo. De espaldas, con esos jamones, parecen el escaparate de un nuevo local de Enrique Tomás, el rey del pernil. La miopía tiene a veces su qué.

Al Zoo de Barcelona, de noche, se puede ir a deambular, lo cual no es mala opción, o, como era el caso, con una misión: avistar a la esquiva pareja de puerco espines de Barcelona, los 'Hystrix cristata', animales de hábitos cien por cien nocturnos. De acuerdo, también lo son en parte los felinos, pero estos tienen a bien sestear de día bajo el sol, frente a los visitantes. Los puerco espines, no. Su reloj biológico es absolutamente vampírico.

 "Desde que trabajo aquí solo les he visto una vez. Fue un anochecer de verano", confiesa Alonso. Tal vez hubiera sido mejor fijarse una meta más asequible, aunque también espinosa, como avistar a algunos de los aproximadamente 40 erizos que de forma silvestre habitan entre las arboledas del zoo y que se supone que están ahí desde antes de que la Ciutadella fuera un parque público, pero ya es tarde para ello, más que nada porque para una ocasión tan única y especial como es visitar el zoo a la luz de la luna, hay que ir preparado, bien documentado, para impresionar si cabe al anfitrión.

 "¿Alonso, sabes cómo se aparean los puerco espines?". La broma habitual es decir que con mucho cuidado, pero a veces el humor solo es un disfraz de la ignorancia. La cuestión es que las hembras puerco espín acceden a la cópula con un gesto por razones obvias indispensable. Abren como un abanico las púas de su lomo y habilitan así hasta el templo del placer un pasillo apto solo para los muy valientes. Hay que imaginarles a ellos como un William Hurt atreviéndose con Kathleen Turner en 'Fuego en el cuerpo'. Pura inconsciencia.

La senda hasta los puerco espines la iluminan las ventanas del adyacente Parlament, que por cierto tienen unas excelentes vistas sobre los lobos y las hienas. Que curioso es a veces el azar. Al final del camino, sin embargo, no aguarda más que la decepción. La pareja más punk del zoo no tiene previsto salir esta noche.

Joao va cachondo

Lo sensato, a la vista del fracaso, sería dejar la oscuridad del zoo y migrar a la luz de la ciudad, pero, de repente.... ¡oooooouuuuug!, es Joao, el león marino macho. Es un bramido revelador. ¡Al zoo de noche no hay que ir a ver, sino a escuchar! Joao, no se sabe aún por qué, va cachondo en enero. Lo normal sería en primavera. Después chilla la pareja de chajás moñudos. Es fácil entender por qué en Sudamérica les domestican de chicos para proteger las granjas, por gritones y malcarados, porque para otra cosa no sirven. Guisados son un espanto.

 "A mí aún me emociona cuando en verano rugen los leones de noche", explica Alonso. Están a menos de 50 metros de los despachos de la Universitat Pompeu Fabra. Menudo placer corregir exámenes con esa melodía. Y entonces, camino de la zona de los felinos, tal vez culpa de la miopía, ocurre algo desconcertante. Murió semanas atrás Bagheera, la pantera negra de Barcelona. "Ahí no hay nada", dice Alonso. Tal vez, pero un arbusto tiene la silueta exacta de Simone Simon. La visita ha valido la pena.