exposición . FOTOGRAFÍA
Esa mágica caja oscura
El Arxiu Fotogràfic celebra los 175 años de la llegada de la técnica fotográfica a la ciudad con la exhibición de la cámara con la que en 1839 se captó la primera imagen.
Transportar su imagen al futuro. Ese era el mensaje hechicero con el que los primeros fotógrafos, la mayoría procedentes de Francia, cautivaban a los barceloneses a mediados del siglo XIX. Pero solo los adinerados podían permitirse un retrato con la técnica pionera del daguerrotipo, que en esos años guardaban en una cajita protegida con una almohada que absorbía el aire para que la placa de metal donde estaba impreso no se oxidase.
De todo ello versa la exposición El daguerreotip. L'inici de la fotografia, comisariada por Rafel Torrella en el Arxiu Fotogràfic de Barcelona que, hasta el próximo 28 de febrero, exhibe dos joyas arqueológicas. La primera es la cámara original propiedad de la Reial Acadèmia de Ciències i Arts, con la que hace 175 años Ramon Alabern captó en el Pla de Palau la primera fotografía de Barcelona, efeméride a la que rinde homenaje esta retrospectiva.
La otra es el laboratorio de daguerrotipia de la familia Blanxart, de Sant Joan de les Abadesses (Ripollès), donado por sus herederos al archivo municipal de Barcelona. «Se trata de una pieza de gran valor datada entre 1850 y 1855. Así de completos quedan poquísimos, algunos en Francia y Estados Unidos», asegura Torrella. Se conserva hasta la cajita de pigmentos químicos con los que se coloreaban los retratos, los frascos de cristal con yodo y un recipiente de revelado al vapor de mercurio.
«Monsieur Sardin, recién llegado de París, ofrece retratos en el cortísimo espacio de tres minutos. Tan parecidos que ningún pintor puede aventajarlos. En la Rambla, 93», dice un anuncio publicado en 1842 en el Diario de Barcelona, aunque ese mismo año otros fotógrafos, como Maurici Sagristà, reducían el tiempo de exposición de uno, en caso de día claro, a 5 segundos, si estaba nublado.
Por un retrato de daguerrotipo se pagaba, en esos años, entre 40 y 60 reales de vellón. «Es difícil equipararlo a nuestra época, pero entonces cortarse el pelo costaba un real y una buena comida en un restaurante, seis», compara la historiadora María de los Santos García Felguera.
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