LO QUE LA VIDA NOS CUENTA

Somos muchos y distintos

Apoyo en Bilbao al proceso soberanista catalán, el pasado martes.

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JOAN
BARRIL

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Estamos solos en un bar. Es por la tarde y solo somos tres: el camarero, el parroquiano cascarrabias y un servidor. Escribo, porque es lo que me da paz y lo que me libra de todos los males. Tal vez porque ese es mi oficio y no me interesa expandir el conjunto de los pensamientos al resto del mundo. El parroquiano cascarrabias, en cambio, ha venido hasta esa mesa para demostrar que el mundo y él van al unísono. Bebe con moderación, a sorbos lentos y con la mirada puesta en las ondas ambarinas que se agitan en la copa. Pregunta al camarero: «¿Tú vas a ir a eso de la manifestación de mañana?» No admite respuesta, porque el parroquiano cascarrabias ha llegado a esa mesa para dejarse ser en soledad. En unos pocos minutos me entero de que él está en contra de las consultas, que Pujol es un ladrón, que Mas es un advenedizo y que él nació en Almería hace muchos años. Catalunya le gusta, pero no como alternativa a grandes cambios en el último minuto. El parroquiano cascarrabias es del Barça y con eso ya tiene bastante. Sería una lástima que con la cosa de la independencia nos quedáramos sin los espectáculos del

Barça-Madrid. Pero el camarero, mientras continúa pasando la gamuza sobre los cubiertos, se limita a decir que sí con fruición: «¿De Almería, dice usted? Mis padres nacieron aquí pero mis abuelos vienen de Guadix». Mucho tiempo y mucho espacio para pensar en cosas nuevas. La pregunta, a pesar del regate, insiste: «Pero tú vas a ir a la manifestación esa de la uve?» El camarero se ve liberado por la entrada de tres pijos a los que les ofrece tres copas de cava. Me dice que la crisis de alto nivel se está demostrando con eso del cava. Antes era champagne y ahora es un vino espumoso local. Los tres pijos han dejado aparcado su coche enfrente  del local y lo han hecho en doble fila, Su coche es un Porsche, y en el asiento trasero han dejado abandonado un palo con una estelada. Pienso que si El Mundo tuviera una plantilla de reporteros gráficos como las de antes, esa estelada sobre la tapicería de un Porsche se convertiría en un arma arrojadiza en manos de Monago.

Pasan igualmente un par de chinos con sus banderitas estelades. Tienen una tienda de todo a cien, hoy todo a un euro, en las cercanías de la Diagonal. Ofrecen las estelades como si ofrecieran dragones zalameros en las festividades del Tet. La vida está en los límites de lo textil y una bandera es una destilación de historia y de esperanza. Eso es lo que creen tanto los chinos como los pijos del Porsche.

Pero el parroquiano cascarrabias persevera en que eso de que Catalunya es un paisaje franco que no necessita vísperas de la secesión. Se sirve otro vaso de clarete como si fuera el elixir de la eterna juventud. Se acerca el camarero y me cuenta en voz baja que a él le ha tocado el tramo de la Diagonal entre Bailén y Sant Joan. Supongo que para sacarse las malas pulgas del parroquiano cascarrabias insiste en demostrar su longevidad manifestante. «¿Fue usted a la Via Catalana?» Le digo que en este oficio nuestro se acostumbra a estar en lugares insólitos: una vía sin tren, una uve sin victoria. Pero qué más da si la vida nos ofrece lo mejor de cada día.